martes, 24 de septiembre de 2024

SOL DORADO DE SEPTIEMBRE.

 

A todos los que tienen como afición cultivar productos de la huerta en nuestro pueblo.

El sol amarillo de septiembre refulge sin autoridad en la huerta. Anárquicos girasoles avergonzados inclinan de forma reverente su panocha hacia la tierra. Sus troncos encorvados dejaron de mirar y bailar al compás del sol, y como un reloj averiado se detuvieron en una hora que será la de su decapitación. Algunos tomates deformes y asolanados muestran su marca blanca entre un tamiz de cañas y tallos secos de una tomatera que fenece producto de un sol implacable habido en un verano largo y tórrido. En septiembre si bajan las temperaturas y se riegan con agua de lluvia, de nuevo brotarán tallos verdes y parirán nuevos tomates otoñales, los que, al arrancar las matas en octubre, en mis tiempos, se llevaban estando verdes a las cámaras y se consumían a medida que su color rojo los delataba.

De las matas de pimientos cuelgan algunos arrugados y diminutos con un sello negro producto de las canículas habidas en siestas implacables. A su lado, en cambio, las berenjenas muestran orgullosas un sinfín de frutos que como bombillas cuelgan de sus matas esperando alumbrar el apetito del hortelano.

Este sol dorado de septiembre intenta día tras día pintar del mismo color a los membrillos que verdes aún van perdiendo esta tonalidad poco a poco al mismo tiempo que se sacuden de la pelusa que los envuelven, será en su punto de madurez cuando adquieran el color rubio característico de ellos. Bajo la sombra de este pequeño árbol cargado de frutos dormita una hermosa calabaza alargada (carrueco) que por su tamaño desde lejos bien parecía un niño acostado dormido este por el sonido monótono del chorrillo de agua cayendo en la poza que desde ahí se percibe.

Las hojas de las higueras languidecen con el paso de los días, y en sus ramas altas, de algunos higos amnistiados dan cuenta de ellos los gorriones. Pronto, sus hojas caducas irán cayendo bajo su copa hasta que la escoba de húmedos vientos otoñales barran su ruedo. Las matas de judías trepan secas por el encañado que la sostuvo cuando daban “habicholillas”. Ahora, solo sostienen algunas vainas que servirán para varios pucheros de habichuelas que el hortelano espera degustar más adelante.

A las granadas que cuelgan del granado parecen que le han dado una capa de barniz ya que su brillo refulgente parece querer con ello alumbrar y dar vida a las matas de pepinos que casi secas, todavía se aprecian en ellas algunos pepinillos encorvados. En otros tiempos estos se consumían en vinagre. El ciruelo vigoroso, presume y parece recordar con el verde intenso de sus hojas de su abundante cosecha color sangre, parida a principios del verano. Un viejo melocotonero cargado de ramas secas sin frutos, muestra algunas de ellas con hojas en su punta de colores verdes, amarillos y rojos que presumiblemente pronto morirán.

La huerta en este tiempo se vuelve triste y no se acostumbra al silencio.  Los gritos de los nietos del hortelano jugando en el huerto dejaron de oírse. Ahora, en el parral que da sombra a la terraza del chiringuito las avispas clavan sus aguijones en los racimos que cuelgan de su entramado teniendo como aliado el silencio. Otras, a pocos metros de una alcaparrera saborean apiñadas un hueso tal vez de la última comida familiar habida. Al verano ya le quedan pocos días y la huerta que estuvo su esplendor en esta estación va muriendo lentamente.

Pero no todo muere en la huerta. En un pequeño bancal rectangular allanado  apuntan rábanos recién germinados que antes de final de mes estarán en la mesa del hortelano y de algunos de sus amigos, y servirán de complemento al “panaseite” junto con unas aceitunas de “cornisuelo” y una raspilla de bacalao. Un lujo para paladares torrecampeños.   


        

  

 

 

              

No hay comentarios:

Publicar un comentario