lunes, 9 de octubre de 2023

SECUENCIAS VERANIEGAS.

 

SECUENCIAS VERANIEGAS.

Desde mi pueblo.

Al morir la tarde veo como el sol infame de agosto da los últimos latigazos de fuego a los edificios más altos que se dejan ver desde el patio de mi casa, sol que habrá abrevado otro día más en las raíces de los sedientos olivares acelerando con ello su triste color céreo de mortaja. Casi anocheciendo, mi jazmín, obedeciendo la orden dada por sus ancestros abre sus blancas flores perfumando un aire abrasador más ardiente que aquellos de siega que disfruté en mi pubertad, “La niña finge un toro de jazmines y el toro es un sangriento crepúsculo que brama”. García Lorca.

El calor es sofocante e invita a salir a refrescarse. Junto con mi mujer y unos amigos después de un corto paseo intentamos ya de noche sentarnos sin conseguirlo en algunas de las muchas terrazas de los bares y restaurantes que jalonan los paseos cercanos al parque. Las sillas de los veladores inclinadas en un besa-cubiertos indicaban su reserva, y los tenedores, cuchillos y demás menajes esperaban a aquellos que darían cuenta de todo lo que figurara en su cuenta a la hora de pagar. Mientras deambulamos viene a mi memoria lo del saquillo de patatas, un lujo de aperitivo en tiempos de feria siendo yo un imberbe. Disfruto contemplando el alto nivel de vida alcanzado en nuestro pueblo. A las pruebas me remito, aunque sospecho que el postureo está de moda en todas partes. Al rato, sin poder encontrar una mesa nos despedimos de los amigos y marchamos de nuevo a casa. Otro día habrá más suerte.      

Algunas otras noches de este caluroso verano, devorado por una taciturnidad que  anida en mí en ocasiones y a la que no le he dado permiso  de residencia, me solía hundir entre los ripios y miserias de mis recuerdos mirando la bóveda celeste desde el patio de mi casa en un silencio tan profundo que creía percibir oír el latir de mis arterias. A veces, este silencio era interrumpido por el ladrar lejano de un perro  al que inmediatamente le contestaban otros desde más lejos. No ladraron tal vez amedrentados las dos noches en la que una extraña hilera de luces, al menos cuarenta perfectamente alineadas cruzaron el cielo de nuestro pueblo de Oeste a Este.  Me acojoné la primera vez que vi aquello hasta el punto de recordar en ese primer momento lo que nos repiten los agoreros sobre el fin del mundo “Y se verán extrañas señales en el cielo”. Al día siguiente descubrí que se trataba de los satélites Starlink,  del adinerado y poderoso Elon Musk.

En esas noches estrelladas, desde ese silencio ya relatado, he escrito mentalmente cosas que  ya he olvidado, otras,  he dado en pensar que la vida es como aquél cine Risán de mi niñez. Es como aquél patio de butacas donde a medida que alguien de las primeras fila muere, el acomodador te obliga a ir acercándote hacia aquellos que acomodados en la filas descritas serán los primeros en abandonar el local porque la función en este mundo se les acabó. Yo no sé en qué fila estaré sentado, lo que doy por seguro es que por mis años no estaré acomodado en el gallinero. Esta metáfora me la suelo aplicar cuando alguien conocido de mi edad o más mayor al fallecer   lo hago espectador de este cine y me digo que a partir de ese momento me obligarán a moverme de asiento, siempre  con dirección al escenario, es decir, aproximarme a los que por la edad están próximos a ver el Fin o el The End de su vida. 

Mientras tanto queridos amigos, espero pasar muchos veranos  como el pasado en nuestro pueblo. Ya he reservado mesa para el año que viene.  Espero veros a todos, así que cuidaros, en especial a los que fuisteis al cine Risan con el fin de que el acomodador del cine referido no me obligue a  cambiar de butaca.