viernes, 8 de mayo de 2020

SILENCIO EN EL CERRO



SILENCIO EN EL CERRO.

Foto de Manuel de la Plata

Dicen, que es tal el silencio en el monte, que hasta se llega a percibir el susurro de las flores hablando entre ellas. Incluso se llega a apreciar el llanto de las amapolas; aquellas que brotaron temprano para anunciar la romería, y que ahora, en su tristeza, humedecen con sus llantos los vestidos rojos con los que se engalanaron. Comentan que sus lágrimas llegan a confundirse  con el de las perlas del rocío mañanero. 

Dicen, que el agua de la fuente de la Bañizuela no suena cantarina porque a los cipreses que allí hacen guardia les han dicho, que por mucho que estiren su afilado cuchillo al cielo, no verán este año la procesión camino de la Erilla, ni sentirán la dulce caricia de los pétalos de rosas  que el viento les  suele transportar pendiente abajo desde los muros de aquella casa del camino envueltos siempre entre música y vivas de los romeros.

Cuentan también que la tristeza invade el monte por la noche. Una luna pobre de luz, casi moribunda, dicen que pinta de color pajizo a los pinos que  ante los compases del viento emiten sin querer extraños silbidos ahuyentando a veces a su vecina la lechuza. Cuando esto ocurre  se la suele ver levantar el vuelo precipitadamente cruzando un claro del pinar entre un mar de plumas blancas, mientras que el cuco, cuco él, anda guarecido en una encina a la espera  de que la luna apague su agonizante farol y la aurora despierte al astro rey para empezar con su característico concierto, pero esta vez, dadas las circunstancias, lo hará con sordina. 

Sola estará la ermita. Un silencio sepulcral invadirá el sagrado lugar. La noche del sábado el resplandor de las fogatas no brillarán en sus muros, ni el aire arrastrará los sonidos de los altavoces de los cachivaches, ni el de los romeros desperdigados por el monte,  y no se mecerá el humo de las candelas por el Llano de Santa Ana, esa neblina aderezada con el sabor de las brasas mezclada con la música de sevillanas rocieras y de algún fandango desperdigado, sabores únicos torrecampeños.  

Solo estará el cerro el domingo. No habrá cohetes ni vivas a Santa Ana, ni misa rociera. No habrá cetros refulgentes, ni hermanos ni cofrades luciendo sus bandas distintivas, y no se verán a las guapas mujeres torrecampeñas vestidas de faralaes. La campana de la ermita no volteará cantarina ella anunciando la salida de nuestra Patrona y la Virgen Niña, y sus andas, desnudas de hombros sudorosos descansarán en cualquier lugar echando de menos a tantos y tantos costaleros que soñaban esperanzados  que llegara el primer domingo de mayo. 

No, no hay romería en el cerro, pero sí en los corazones de todos los torrecampeños/as, que por culpa de la pandemia lo celebraremos en nuestras casas, en nuestro confinamiento, sin la  dulce y agradable presencia de nuestros familiares más queridos para no propagar el maldito virus. Desde la lejanía disfrutaré viendo los balcones de nuestro pueblo engalanados con la imagen de nuestra venerada Patrona, y atronarán en muchas calles el himno de Santa Ana: Envuelta entre perfumes purísimos de sierra, está la blanca ermita…

Y yo, hostigaré a mi pensamiento, porque montado en él, subiré por el Camino Viejo con el recuerdo de aquella primera vez:
Por la empinada cuesta, una niña iba descalza. ¿Es verdad que voy a ver a mi madre?, la niña, más que preguntar, imploraba.
Verás a la Reina del Cielo, camina, que poco falta. ¿Es aquí donde ella vive, en esta casa tan blanca? Aquí vive nuestra Madre, junto con la abuela Santa Ana,.. .al alba...olía a cera en la ermita, mientras la niña lloraba.

No hay romería, dicen las flores, pero  el pintor del cielo vestirá de colores nuestro cerro y perfumará el manto de nuestro monte.
A pesar de tanta angustia, tanta tristeza y tanta oscuridad como estamos padeciendo, siguen naciendo las flores en el cerro. Flores a porfía. Flores para Ellas.
¡Viva Santa Ana! ¡Viva la Virgen Niña! ¡Viva la Abuela!