jueves, 29 de octubre de 2020

YA LLEGA LA FERIA

 

¡Ya llega la feria! Venga, que ya están aquí las casetas del turrón; los primeros feriantes anunciadores de nuestras fiestas ya han llegado con su goloso pero duro y pétreo Primitivo Picó, envuelto todo con el aroma a  tabla de carpintería. Ya está aquí también el del Chupetón de la Tonta, con su espeso bigote, más poblado su penacho que el año anterior. Las escopetas si el año pasado las tenía amañadas para el lado izquierdo este año las tendrá preparadas al lado contrario, así que habrá que estar atentos para derribar el palillo.

Los conejos en los corrales presagian su triste destino como los presos de la milla verde. Sus pellejos colgarán al sol esperando a la gitana que se los llevará al trueque de unas agujas de coser mientras las avispas y moscas dan buena cuenta de ellos. Al igual que en el cine Callao de Madrid, cuelgan carteles de pintura en los balcones de la plaza con los protagonistas, anunciando la película que se proyectará en el cine Paseo. ¡Vamos que llega la feria! 

En las eras no hay descanso, se trilla, se ablenta y se envasa con mucha ansiedad el grano contando las fanegas a golpe de cuartilla, cada cuatro, una fanega. Los sacos de grano se amontonan en los alrededores del almacén de trigo esperando ser pesados mientras personas mayores hacen guardia custodiándolos. Las mujeres ya han comprado los melocotones para el ponche. Hay en las azoteas vasijas al sol rebosantes de pajón donde maduran las alcaparras y alcaparrones, mientras que los “blanqueores”  siguen encalando las casas de sol a sol.

¡Ya ha llegado la feria! Cohetes, música, procesión, y campanas al vuelo. Hay un olor penetrante a tierra mojada producido por Juan Diego que riega en Los Jardinillos mientras los chiquillos gritan ¡Juan Diego riega y aquí no llega! Los dompedros y boneteros agradecen el refresco mientras los peces de colores se confunden con los azulejos de la fuente. En la plaza hay carrera de cintas. Antes, en los Puentecillos ha habido concurso de tiro al plato. Como todos los años el premio ha sido para el de Rependa. Los de las “voladoras” descamisados ellos, de torsos achicharrados por incontables ferias,  ponen a punto las barcas contando los sacos de arena que les servirán de contrapeso. El retratista con el caballito de cartón ya ha llegado a la posada.

¡Venga que ha llegado la feria! ¡Qué rica la cerveza tomada en jarrilla! ¡Simón, dadnos un saquillo de patatas fritas! ¡Que rica  tomada bajo palio en el Testarazo, o en casa de Bernardo! ¡Lástima que sea nada más que de feria en feria! Hay guapas mujeres luciendo moñas en el pelo y vestidos de estreno. Los jazmines en los patios cada atardecer, donan su cosecha en pos de su belleza.  La plaza está a rebosar. ¡A gorda la barrigá! Así pregonan el agua para el que quiera saciar su sed en porrón. Otros se refrescan con los helados el Chache ¡Que ricos! Hay música en la plaza… ¡Coño, la animadora…! ¡Música…! ¡Chunda, chunda, pom, pom, pom! Pero… ¡Jo…! ¡Vaya, me había quedado dormido! ¡Que sueño más dulce! Pero sigue el chunda, chunda, y el  pom, pom pom…

Esta música persiste enlatada en mi subconsciente martilleando mi cerebro hasta después de mi regreso a Madrid. Es la que otro año más, estoy seguro, “disfrutaré” sin ser partícipe a escasa distancia de los del botellón. Otro año más ellos, los jóvenes, estarán divirtiéndose a su manera. Esta es otra feria, la feria de ahora que alguien escribirá  dentro de muchos años contando esto del botellón y los más, el color de los paraguas playeros y la paella del chiringuito. Pero yo a pesar de todo, seguiré volviendo como ave migratoria cada feria a mi pueblo, ellos se lo pierden.


MI VISITA A LA ERMITA EN NOCHEBUENA.

 

(Es difícil estando en Madrid visitar la ermita la misma Noche Buena, pero como soñar es gratis, lo haré hoy, pocos días antes de Navidad, imaginándome en mi sueño que estoy viviendo la realidad en esa noche, utilizando para ello la fantasía que nos sobra a los abuelos en estas fechas tan entrañables.

Mi visita la haré al morir la tarde para poder ver desde el cerro entre nublos bermellones el encendido del crepúsculo, y de cómo lentamente estos, irán siendo devorados por las sombras de la noche. Después, internado en la ermita disfrutaré del silencio que produce la paz en ese sagrado lugar. Allí estaré hasta después de que mi mente que no mis labios haya estado un buen rato en comunicación con Ellas a través de la oración. ¡Qué silencio disfrutaré!,… es tanto el que reinará dentro  que creeré percibir hasta el sonido de mi alma, alimentada y reconfortada esta por el espíritu navideño en esta noche de amor y de paz. 

Después, he salido al atrio de la ermita cuando es noche cerrada. Sigo con mi ensoñación y veo desde allí el centelleo de las luces de mi pueblo a mis pies, y el titilar de las estrellas en la techumbre del cielo en la fría noche navideña, en la que un gajo de luna en forma de daga curvada, pende arrecida en el firmamento desarropada de su sábana amarilla que le arrastra por su áureo y decadente halo pajizo.

Pero mi mejor sueño esa noche será ver desde la lonja de la ermita a mi pueblo difuso  entre la espesura de la niebla, o entre las brumas de continuas cortinas de lluvia, y así poder oler la paz del monte empapado de agua, y de  regreso,  quisiera reparar como el viento entre la oscuras sombras, zarandea a los árboles, a las nogueras y a los olivos, solitarios ellos en el Llano de Santa Ana, mientras que los pinos del cerro entonan en la oscura noche extraños silbidos en su bambolear, que interpretaré como villancicos serranos. 

Ya en el pueblo, observo un trasiego inusitado de gentes y vehículos, y es que dentro de poco será la hora de la cena, y las familias ya se preparan para reunirse. Hijos que cenan en casa de los padres, padres que cenarán en casa de sus hijos, y así, abuelos y nietos, todos juntos unos y otros, se disponen a celebrar la Noche Buena.

No quiero despertar de este sueño sin antes haber paseado por las calles de mi  pueblo cuyas preciosas luces navideñas con sus coloridos y dibujos alegóricos sirven como estimulante a todos los torrecampeños/as para alimentar su estado de ánimo con la alegría, la felicidad y cómo no, la nostalgia de muchos como yo al recordar aquella nuestra niñez licenciada.

Un fuerte petardo explosiona cerca de mí y me devuelve a la realidad. Esto no estaba previsto.   

Queridos amigos y amigas, después de haber visitado la noche de Nochebuena en la ermita de nuestro pueblo  a la Madre de Dios y a su Abuela, y haber paseado por nuestro pueblo, aunque en sueños, creerme que me siento muy reconfortado.      

Con estas ensoñaciones navideñas tan nuestras, que de haber podido estar ahí las hubiese hecho realidad, aprovecho para desearos desde la distancia a todos los torrecampeños y torrecampeñas  una, ¡Feliz Navidad!

miércoles, 28 de octubre de 2020

LA CARRETERA


 

Mi reconocimiento y gratitud a toda la gente de la carretera, y en especial a los camioneros, engranaje esencial  para nuestro bienestar demostrado en esta pandemia.

Llueve y está mojada la carretera, qué largo es el camino que larga espera, así empieza la canción de Julio Iglesias titulada La Carretera. Hoy, escuchando la letra tan evocadora de esta canción, mi imaginación ha volado en el tiempo recordando pasajes y vivencias de tantos viajes como habré hecho a lo largo de cincuenta y dos años a nuestro pueblo.

Recién llegado a Madrid tenía dos posibilidades de viajar hasta Torredelcampo, una era en tren, con  salida a las 11,45 de la noche y llegada a las nueve de la mañana. La otra manera de viajar hasta allí era en autobús, en La Pava, cuyos garajes estaban en el barrio de Delicias, en la calle Palos de Moguer. Puntuales siempre a la hora de la salida pero informales con la hora de llegada puesto que a partir de la localidad de Ocaña se terminaba la  autovía existente transformándose la Nacional IV a partir de este punto en carretera de una sola dirección, por lo que  había que armarse de paciencia ya que en el mejor de los casos las seis o más horas de viaje estaban siempre aseguradas.

Pero había otra manera de desplazarse que descubrí con el tiempo y que os cuento. En los aledaños de la estación de Atocha había un bar que dicho sea de paso su estampa desde fuera no invitaba a pasar. Era un cuchitril mugriento con los fogones ennegrecidos y una plancha con costras de rancias grasas en la que casi siempre andaban chamuscándose algún chorizo, morcilla o alguna que otra salchicha para atender el apetito de una clientela poco exigente, casi siempre viajeros que pululaban por las inmediaciones de la estación con un estómago poco sibarita y un tanto menos escrupuloso. Y allí en su interior, entre el humo del tabaco y el de los fogones nada más acomodarme en la barra  con el bolso en la mano porque en suelo no se podía dejar por la cantidad de desperdicios existentes, no tardaba en acercarse cojeando un hombre con aspecto de indigente que de soslayo me preguntaba el destino de mi viaje. Con la taza de café en mi mano y de forma muy discreta le respondía que quería ir a Torredelcampo. 

-Tiene usted suerte amigo -me contestaba con mucho sigilo aquellas veces que no tenía que esperar- hay uno que es de Jaén  que le va a llevar hasta su pueblo. Está a la vuelta de esta calle en un Seat 1500 y al que solo le falta un viajero. Sígame usted distanciado a unos metros de mí y le llevo hasta donde está aparcado.

Todo esto lo hacía con mucha cautela ya que la policía secreta siempre merodeaba por allí pues era delito el hacerle la competencia a la Renfe, y este individuo según me contaron estaba fichado por reincidente.

Después de darle los cinco duros de rigor que reclamaba con descaro por su trabajo a aquél sujeto de mala catadura, frase que recuerdo de los tebeos de Roberto Alcazar y Pedrín, me internaba en el coche. A partir de aquella primera vez, casi siempre mis viajes para ver a mi familia y a la novia lo hacía utilizando este medio a últimas horas de la tarde, así que la mayoría de las veces   era noche cerrada al pasar por Aranjuez y ya  el silencio imperaba dentro del vehículo invitando a dar alguna que otra cabezada. Siempre eran taxistas que venidos desde la provincia a Madrid con alguna familia, aprovechaban para llevarse de regreso algún pasajero.

Kilómetros pasando pensando en ella, ¡qué noche que silencio, si ella supiera! Las luces de los coches que van pasando, el ruido de camiones acelerando. No hay gente por la calle y está lloviendo, los pueblos del camino ya están durmiendo. Los bares a estas horas están cerrando, hoteles de parejas siempre esperando.

La letra de la canción de Julio Iglesias vuelve a proyectar en mi memoria momentos de aquellos viajes. Uno de ellos, en pleno invierno, poco antes de llegar a Despeñaperros, una niebla muy espesa hizo  que nos detuviésemos de madrugada en un restaurante de carretera. Recuerdo que en el local había muchos camioneros que al igual que nosotros no se atrevían a penetrar en la enmarañada y serpenteante carretera que se prolongaba a partir de ahora durante kilómetros, de doble circulación, con curvas sinuosas,  cuestas pronunciadas, pendientes de tobogán, y además con una niebla muy densa y meona. Pasado un rato, uno de aquellos aguerridos camioneros, dijo que emprendía viaje. El conductor de mi vehículo mandó montarnos a todos en el coche ya que según él, aunque lentamente, el camión nos abriría camino siguiendo detrás de él hasta pasar Despeñaperros.

Y así fue como aquella noche cruzamos este famoso paso montañoso. Después, Antonio, el taxista, al llegar a La Carolina se desvió para llevar a una familia que nos acompañaba hasta una pedanía cerca de Úbeda, y para que la letra de la canción se haga cierta, nos detuvimos durante el trayecto para dar paso a un tren largo y lento que nos cruzó el paso.

Cuando llegamos a Torredelcampo, nuestro pueblo todavía dormía, esta vez al son de los acordes de la  relajante música de las canales.  

Os preguntareis quién era el taxista de aquella noche y os diré que se llamaba y se llama Antonio, al que no quiero identificarlo por el apodo. Este hombre hoy, de edad avanzada, conocía y conocerá al dedillo donde vivimos cada uno de los torrecampeños en Madrid, y  hablo en presente porque todavía está lúcido. Hace poco, al cabo de mucho tiempo le llamé. Quería saber de él, del hombre siempre servicial que antes de tener yo coche me llevaba al pueblo a ver a la novia y a la familia, y después en muchas ocasiones acompañado de mi esposa y de mis hijas siendo estas pequeñas. Cuando regresábamos, recuerdo que su maletero llegaba a convertirse en una  despensa de avíos que la familia nos proporcionaba. Siempre, y sin ningún reproche por su parte, había hueco para la garrafa de aceitunas y las cajas de aceite.

También cabían en su coche nuestros suspiros a la hora de dejar el pueblo, y esto, creerme,  pesaba más que todo el equipaje.