miércoles, 29 de noviembre de 2023

ESTANDO EN MI PUEBLO.

 

En la Noche de Difuntos.

La tarde agoniza vestida de un gris de medio luto. En el olivar el silencio lo romperá el sonido de una lluvia débil que solo servirá para que beban las ánimas y para que el recién llegado zorzal busque como paraguas una rama más copiosa para pasar la noche.

Es Noche de Difuntos. Desde el patio de mi casa observo a una  triste luna en fase decadente que se asoma a intervalos por las ventanas de los nublos e iluminará con su pobre candil a los olivares torrecampeños. Débiles llamaradas de esta pobre luna alumbrarán a los derruidos cortijos con su apagada y  amarillenta luz queriendo con ello resucitar a lo que una vez tuvo vida. Ya, ni los ripios de sus ruinas quieren celebrar esta fiesta. Halloween se bebió todo el aguardiente, aquél con el que en tiempos de mis abuelos los dueños de las haciendas agasajaban esta fúnebre noche a los jornaleros en los cortijos después de saborear las típicas gachas.  Hoy no habría ningún valiente que montado a caballo estando de por medio una apuesta, quisiese ir en esta tenebrosa noche desde el cortijo hasta el cementerio del pueblo a clavar un clavo en la puerta del camposanto. Ahora las luces impedirían que al hacerlo  atrapase su capa como aquella vez contaban nuestros antepasados.

En el exterior de mi casa a intervalos silba un viento que me recuerda al silbido de los gañanes cuando su yunta no obedecía a sus voces. En otros tiempos estas ráfagas de aire venían acompañadas por el triste y luctuoso sonar de las campanas tocando a muerto durante toda la noche. Le pregunto al chiquillo que aún vive en mí si estaría dispuesto a obedecer a mi padre a su orden de subir a la cámara a por un melón oyendo tan fúnebres sonidos. Obedecería como aquella vez mientras que la luz y el chisporrotear de las mariposas de aceite se colaban por las rendijas de la puerta de la cantarera.

Debo de confesar que aquél chiquillo obediente que fui, más tarde mostró su rebeldía al no querer emigrar conmigo y se quedó aquí, en nuestro pueblo hasta que el contrato que firmamos entre los dos finiquite. Ninguna de las partes sabemos el día que dicho contrato prescribirá, lo cierto es que existe una cláusula que dice que no admite prórrogas. Espero que  Él, aquél que tiene el poder de ponerle fecha de caducidad tarde en hacerlo.

Queridos amigos/as en noches como estas, juego a ser nuevamente niño, y lo hago escribiendo estas líneas y saboreando un plato de nuestras típicas gachas dulces en el postre de la cena  con tostones y rociadas de canela, como debe ser. Ya que hemos perdido tanto de lo bueno que teníamos, al menos conservemos al menos esta tradición tan torrecampeña.