martes, 24 de septiembre de 2024

COMO SI ESTUVIERA ALLÍ.

 

El astro rey se va hundiendo lentamente en el horizonte bañando de púrpura a los olivos. Pronto llegará el oscuro atardecer, pero el campo en primavera no se entristece cuando llega la noche. Un silencio bermellón envuelve el paisaje roto ahora por el último canto del  carbonero que con su característico “aguaquí, aguaquí” parece implorar al dios de la lluvia para que de nuevo el agua riegue los olivares.

Me gusta el silencio de los atardeceres estando en el campo. Echo de menos los cantos lastimeros de los mochuelos, aquellos que de niño me sobrecogían en aquella campiña infinita de trigales encañados en este tiempo abrileño; su música apenada murió al mismo tiempo que el canto retumbante de la perdiz en las cañadas y valles, armonizados a veces por la flauta del alcaraván. Duele el silencio en la tarde moribunda.

Observo como algunas bocanadas de un viento amortecido acarician las promesas en forma de pequeños racimos que emergen entre la hoja y el tallo de las ramas de las olivas, aquello que en nuestro pueblo le llamamos “trama” y que están a punto de eclosionar.  Hay ramas que debido a su peso, de forma sumisa y respetuosa se inclinan ante mi como en el ceremonial palaciego de un besamanos. Otras olivas, en cambio, aquellas que estaban agónicas por la sequía, muestran avergonzadas solo algún que otro raquítico ramillete que si florecen, parirán solo contadas aceitunas.

Un gazapillo sale huyendo a mi paso, al poco, se para bajo la copa de una oliva y no observando peligro en mí, roe tranquilamente una mata de fresca avena que fue indultada cuando la “cura”. Una luna en fase  creciente a la que le falta nada más que un mordisco para que esté llena, aparece en el cielo y pronto bañará de amarillo pálido el paisaje. El grato zumbido de una abeja me distrae, ¿cuándo descansaran? me pregunto. Aletea sobre las flores de un frondoso jaramago “jamargo” a quien desprecia. Tal vez esté confundida por las ondas de tantas tecnologías y no encuentre su colmena, o puede que ande buscando el néctar de una clavellina “pailla”, planta que adornaba las siembras en otros tiempos compitiendo con su rojo color con el de las amapolas y que presumo que por desgracia se encuentra en fase de extinción en nuestros campos debido a los fitosanitarios.       

Lo que más abunda en la tierra es el paisaje. (José Saramago) Yo lo contemplo admirando como el sol llega totalmente a sumergirse en un horizonte de sangre. 

Me marcho. Triste y solo queda el olivar inundado por un silencio que sobrecoge. Tal vez, dentro de unos días, este silencio se romperá  por el de la música de su floración, sonido solo percibido por ellas, nuestra planta más autóctona, además de bíblica, la oliva.

Todo esto que describo lo hago desde mi atalaya madrileña, porque a veces, no pudiendo por la distancia, me gusta pasear por el campo, por el campo de mi pueblo.  


   

 

       

No hay comentarios:

Publicar un comentario