martes, 24 de septiembre de 2024

JUGANDO CON MIS RECUERDOS.

 

Pienso que todo sigue estando aquí en mi pueblo, donde están mis raíces, donde viví de manera continuada hasta que emigré hace más de sesenta y seis años, si bien, siempre he tenido un contacto permanente, procurando volver como hasta ahora de manera casi frecuente, sintiendo cada vez ese grato sentimiento de permanencia y esa alegría al reencontrarme con gente conocida, y otros, que, sin serlo, cuando correspondo a su saludo al cruzarnos en la calle siento verdadera satisfacción.

Debo de reconocer que ya no es el pueblo de mi niñez, del que como sabéis me gusta recordar cosas cotidianas de aquel tiempo, entre ello, relatos de personas mayores cargados de sabiduría de los que guardo un imborrable recuerdo, de aquellas gentes hospitalarias y trabajadoras, de aquellos vecinos antes de llegar la televisión cuando las calles olían a pueblo, a pan recién horneado, a almazara, a matalahúga en verano y a pucheros en las lumbres.

No quiero que se me borren tantas oleadas de recuerdos vividos llenos de felicidad con tan pocas cosas como poseíamos, de mis juegos a las bolas, a “maisa”, a la pita y el palo, al pañuelo, a las peleas con mis amigos, aquellas en las que solo duraba la enemistad no más de una hora porque éramos niños, y teníamos que compartir aventuras, como en verano, la de ir a escondidas de los dueños a saborear los frutos de aquellas higueras distantes. Eran tiempos donde vivíamos en el reino de Liliput, en las que las fantasías y las historias de “capaores” que nos contaban nuestros mayores alimentaban nuestra delicada imaginación.

Si por mi hubiese sido hubiera parado el tiempo en cualquiera de aquellos momentos, pero el tiempo fluye de forma inexorable y con ello, etapas sucesorias de progreso sepultaron ese clamor, ese sentimiento de confraternidad entre las gentes que incluso llegaron a cambiar muchas de nuestras costumbres. Me faltan también aquellos que se fueron para siempre con los que desde niños compartí juegos, romerías, prospectos de cine, onzas de chocolate, y hasta tristezas, a los que recuerdo durante ese proceso natural de la adolescencia tan lleno de interrogantes donde teníamos que descubrir por si solos la llegada del hombre a nuestro ser.    

Hemos progresado mucho desde entonces, pero retrocedimos en convivencia y comunicación desde que llegó el primer avance tecnológico hace muchos años a nuestro pueblo, la televisión. Desde entonces, se acabaron las tertulias vecinales en las noches de verano, aquellas de mecedoras y botijos de barro.

Pero a pesar de todo, el niño aquél sigue viviendo en nuestro pueblo. A veces, dicen, que todavía se le ve jugando, no en las calles, porque al parecer se ha hecho muy hogareño. Ahora, cuentan, que juega solo en su casa, solo con sus recuerdos, queriendo encontrar la calma en la tierra que le vio nacer, aunque tal vez lo que trate es de ocultar el miedo al darse cuenta de que todo aquello que perdió no se puede recuperar.   

 

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