lunes, 25 de junio de 2018

LO QUE PASÓ EN EL CORTIJO EL ONTÍÑIGO



LO QUE PASÓ EN EL CORTIJO EL ONTÍÑIGO.
(En la foto de 2007, el lugar donde estuvo ubicado este cortijo)

En mi adolescencia llegué a conocer aquél paraje como la palma de mi mano; paraje quebrado, de sombrías cañadas, algunas, pobladas de álamos, además de higueras y frutales abandonados tiempos atrás. El agua de los arroyuelos en muchas de estas hondonadas corría cantarina muchos años hasta bien entrado el estío. El paisaje del olivar rompía el orden muchas veces de sus disciplinadas hileras cuando estas chocaban en algún pedregal sin roturar, en donde aquí, los “majuletos” llegaban a hermanarse con los “gamones”, el hinojo y el tomillo entre otras plantas.
Sí, llegué a conocer muy bien en mi pubertad todos los andurriales del cortijo La Ventana, muy próximo al del lóbrego Ontiñigo, separados ambos por una pronunciada cañada.

Lo que llegaba a escuchar a las personas mayores siendo adolescente de este último cortijo conocido como Ontiñigo eran frases cortas, siempre en voz baja, como: <<Ahí pasó algo muy gordo>> <<Dicen que mataron hace muchos años a varios>> << Se han ido los caseros porque dentro, dicen, pasan cosas muy raras>> Yo preguntaba, y siempre obtenía respuestas más o menos como estas: <<!Calla niño, tú no sabes de esas cosas!>> << ¡No seas tan “cachumetero”!>>

Hace años recibí una llamada de un señor que después de su presentación me hizo una pregunta: ¿Usted sabe si en el término de Torredelcampo, existe, o existió, un cortijo llamado  Fontiñigo? Le dije que yo conocía uno al que llamábamos Ontíñigo.
A los pocos días de esta conversación fui al pueblo, y por curiosidad me escapé hasta allí, y desde la lonja del cortijo La Ventana fotografié el lugar donde en su día estuvo ubicado este cortijo, porque ya no quedaba ni rastro de él habiendo en su solar olivas jóvenes que plantaron años atrás y que contrastaban con las demás veteranas. Esta fotografía la envié al señor que me llamó por si le servía de algo, fotografía que es la misma que aparece en la entrada de este escrito. 

Buceando por las redes sociales he descubierto esto en: Relato del blog de cassia. (Torredonjimeno)  que transcribo:



 El periódico “El Eco del Comercio” 18/6/1846 dice así en una noticia:
CÓRDOBA 11 junio.- Se asegura que los bandoleros que cautivaron al alcalde de Espejo señor Comas en su cortijo de este término, han sido encontrados en la provincia de Jaén, junto á la villa de Torre Campo; y que después de una obstinada resistencia fue rescatada la víctima, muriendo cuatro de los bandidos, entre ellos el célebre Lucena que se había escapado audacísimamente de esta cárcel antes de ponerlo en capilla por sentencia de sus crímenes anteriores. Gran servicio han hecho con ello á esta provincia las fuerzas de la de Jaén. Refieren que al señor Comas le decían que no querían mas de él sino que les acompañase á cumplir una promesa

Intrigado por el asunto, ojeo más diarios de la época, pues no es normal que un bandolero secuestre a un alcalde. Me interesaba saber el nombre del forajido, y algunos aspectos más sobre las circunstancias del suceso. Esa labor no siempre es fructuosa, y en algunas ocasiones, los rotativos decimonónicos no dan más información que los pequeños telegramas que se enviaban a las redacciones, con infinidad de erratas en los nombres y con muchas lagunas en los datos. Pero en este caso, en otro diario liberal titulado  El Clamor Público” 13/6/1846 podemos leer:

MINISTERIO DE LA GOBERNACIÓN DE LA PENÍNSULA;
El jefe político de Jaén, con fecha 9 del actual desde aquella ciudad, participa que habiendo sabido que de la parte de Sierra Morena habían bajado cuatro hombres á caballo y bien armados, al parecer sospechosos, y que les acompañaba un hombre de regular porte, los que se ocultaron en el cortijo de Fontiñigo, término de Torre del Campo, adoptó inmediatamente, de acuerdo con el comandante general, las convenientes disposiciones para sorprenderlos. Destinados á  este objeto cinco infantes de la guardia civil, seis de caballería de id., y cuatro del regimiento de Numancia, salieron inmediatamente, y apenas se presentaron á cercar aquel cortijo, principiaron á hacer fuego de dentro los individuos sospechosos, y tan sostenido, que creyendo el que mandaba esta fuerza que la obstinación de los malhechores, si resistían todo el día, podría proporcionarles la fuga favorecidos por la oscuridad de la noche, reclamó mas fuerza para precaver lograsen su objeto. El jefe político y el comandante general acudieron personalmente con mas fuerza de infantería y caballería. A su llegada encontraron que cuatro malhechores habían salido del cortijo por la piquera del pajar opuesta á la puerta principal, que ensancharon para caber con los caballos, y que en la resistencia que y los otros dos acuchillados por la caballería, habiendo causado la desgracia de la herida que recibió en la frente el sargento de caballería de la guardia civil, Diego López.
Reconocido el cortijo se encontró á don Miguel de Comas, teniente de alcalde de Espejo en la provincia de Córdoba, á quien tenía de rehenes ínterin entregaba 40,000 rs. Que exigían por su rescate; y al regidor del ayuntamiento de Torre del Campo, don Bartolomé del Moral. Según manifestación del teniente de alcalde de Espejo, los cuatro malhechores que quedaron muertos en su fuga del cortijo de Fontiñigo se llamaban Francisco Lucena, natural de Espejo, que los capitaneaba, Felipe Choclán, vecino de Córdoba, Cristóbal Moral y Manuel Sánchez, de Jerez de la Frontera, desertores de presidio, á que estaban destinados por muertes y robos. El jefe político recomienda el comportamiento de la guardia civil, individuos de tropa, carabineros hicieron habían caído dos muertos al fuego de la infantería de la guardia civil individuos de tropa, carabineros y agentes de seguridad que le acompañaron y contribuyeron á este importante servicio, de suma consideración para la tranquilidad y seguridad individual de aquella provincia y la de Córdoba.
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sábado, 23 de junio de 2018

PASEO POR LA VÍA VERDE



La última vez que paseé por la Via Verde, fue hace unas semanas, porque estando ahí en nuestro pueblo es esto una tentación a la que creo vale la pena ceder. Lo hice un día meón, de esos muchos que esta primavera nos ha regalado, de cielo arrebujado, pintado de nubes con jirones negros que amedrentaría a más de un andarín, pues la soledad fue mi compañera durante todo el recorrido.

Siempre que lo hago comienzo mi ruta por el punto más cercano a mí domicilio, justo, en nuestra antigua estación, solitaria ella ahora, además de silente. Si hablaran sus muros contarían historias de despedidas y bienvenidas, siempre todas al compás del chirriar de las ruedas de los trenes, entre nubes de vapor y el sonido cantarín de su campana. Digo adiós a la vieja y destartalada estación y me adentro en la vía con dirección al túnel.
Observo, como algunos árboles frutales en los terraplenes que en su día tuvieron dueño sin documento fehaciente, apuntan ya sus frutos que serán supongo, cuando sazonen, para disfrute y gozo de los viandantes. Las dos regueras que adornan el paseo antes de llegar al túnel, como consecuencia de algún venero permanecen con agua estancada, donde en sus cauces prevalece muy prolífica y vigorosa, la espadaña, sosteniendo algunas de estas plantas sus vistosos penachos, y esto me recuerda al hombre aquél que iba por las calles con un haz de estas largas hojas arreglando sillas de anea.
    
 Nunca, ni el más atrevido de mis amigos se aventuró de pequeño a internarse por el túnel, y ahora, yo, al cabo de mis muchos años lo sigo haciendo cuando estoy en nuestro pueblo, aunque siempre que me adentro, un incierto recelo me invade, como si temiera la llegada de unos de aquellos trenes a los que conocíamos como: el mixto, el balastro, y el correo. Mis pasos resuenan bajo la bóveda y me temo que estoy despertando al viejo túnel, pues sospecho que soy el primer andarín de la mañana. Observo cómo a pesar de los años, su construcción permanece firme e inexorable, y traslado mis pensamientos como homenaje hacía aquellos hombres que un día, tal vez como únicas herramientas, las de un pico y un azadón, llegaron a construir esta magnífica obra de arquería.

Al salir, algunas gotas de lluvia bendicen el campo, pero no me amilano y sigo mi camino. Una mata de alcaparras casi escondida en uno de los lados de la calzada no puede disimular su desagrado por las persistentes lluvias y temperaturas de esta lluviosa y fresca primavera y lo demuestra vergonzosa ella con el color parduzco de sus tallos, por lo que presumo de que este año las alcaparras y alcaparrones se retrasarán.
El campo es un jardín, una explosión de color y de belleza a lo que los olivos en esta época, en flor, no se quieren quedar atrás sumándose a la hermosura del entorno.

Más adelante, me sale al paso un majuelo que sostiene una enorme y exagerada carga de “majuletas” y sospecho de que este verano las de con canute con tan anunciada buena cosecha abaratarían su precio si existiese aquél hombre de nariz de pellizco que las vendía con su esportilla colgada del brazo. La de pescozones que nos hemos ganado siendo niños lanzando como dardos el hueso a través de la caña verde los domingos en la plaza.

El hinojo al ser mojado por la lluvia que cae como cribada por un fino tamiz, me regala su oloroso aroma mezclado con el de cientos de flores que adornan de manera artificial los ribazos a un lado y otro del camino. Aligero el paso y veo como algunos sauces llorones lloran la lluvia que les es regalada. Más adelante me refugio unos instantes bajo un moral y descubro con júbilo algunos de sus frutos en plena sazón. No pude contener el deseo y devoré con avidez dos o tres moras, y al instante, estallaron  de júbilo mis glándulas gustativas;  su grato y azucarado sabor sirvió para retrotraerme en el tiempo trasladándome de inmediato a aquél pasado donde recolectábamos cuando éramos niños hojas de morera para los gusanos de seda.     

Y así, llego al puente de hierro donde camino sobre las traviesas que un día sirvieron para sostener los raíles del tren. Este viejo mastodonte obra de la ingeniería de más de dos siglos atrás, guardará en su memoria la tragedia de algunos torrecampeños que no encontrando otra salida para paliar muchas y perentorias necesidades optaban por lo más difícil. También en época de estrarpelo donde al tiempo de que el tren aminorara la marcha, por las ventanillas, una vez pasado el puente, echaban fardos o talegas conteniendo productos de contrabando que eran rápidamente retirados por compinches.

Al final del puente, contemplo un higuerón “brevuo” de fruto vano, al que parece no afectarle el desnivel, ya que debe sentirse cómodo año tras año presumiendo de no padecer la patología del vértigo, muestra éste orgulloso su abundante y estéril cosecha.  Unos pasos más adelante, un cañaveral se balancea al compás de unas fuertes ráfagas de viento. Cañas que se muestran orgullosas al saberse ahora indultadas por aquellos “blanqueores” de un tiempo pasado.
Retrocedo, y a mitad del puente, de nuevo, observo la belleza del paisaje, ese paisaje que en su día nos retrató con todo acierto Manuel Moral con pintura estilo naif.
     
Un fuerte trueno inunda la quietud de las colinas y cañadas cuajadas de olivos que adornan el paisaje. Apresuro la marcha y antes de llegar al túnel, a medio camino de él, empieza a llover un poco más fuerte. Un ciclista que marcha a toda velocidad me da ánimos para llegar pronto a refugiarme bajo la bóveda. Me distancio de la vía y me cobijo de la lluvia bajo la espesura de las ramas de un viejo almendro que estoy por asegurar que nutriría de “allosas” a los que las vendían por las calles al grito de “allosas dulces”.
Refugiado bajo el enorme paraguas del almendro, contemplo como las cortinas de lluvia se mecen arrastradas por el viento antes de regar cada rincón del campo. Al poco, dejó de llover, y el arco iris apareció radiante muy a lo lejos, de seguro que sus colores impregnarían las piedras del derruido castillo del Berrueco.

De regreso a casa, casi a las puertas de junio, después de una ducha, apetecía sentarse al grato calor de una lumbre. Por vergüenza no la encendí. 
Lo que sí he encendido hoy han sido todos estos gratos recuerdos de mi último paseo por la Via Verde que he querido compartir con todos vosotros.
               
                                        Antero Villar Rosa