UCRANIA
EN NUESTROS CORAZONES.
14 marzo 2022
Cuando esto escribo
anochece por estos lares madrileños. Una lluvia muy fina, casi pulverizada, se
mece perezosa antes chocar contra los cristales de los coches y autobuses que
en una procesión de luces amarillas y rojas se pierden por el hueco de una
parte de la avenida que observo desde mi ventana.
Ya será de noche en
Ucrania. En la ciudad asediada de Mariúpol, a estas horas no se verá ni un alma
por sus calles. Sus habitantes estarán en los sótanos y refugios al resguardo
de las bombas sin agua y alimentos. Mi imaginación a la que acompaña mi
espíritu me lleva hasta allí. No es ficción las escenas que las televisiones
nos ofrecen y que sobrecogen en las que vemos edificios destruidos por las
bombas, y otros en llamas. Calles y parques donde hace unos días jugaban niños,
ahora, muestran algún que otro cadáver tendido en el suelo. Me pregunto qué habrá
sido de aquellos pajarillos que de
seguro pululaban de árbol en árbol alegrando el ambiente con su piar y sus trinos en aquellos lugares de
esparcimiento. De seguro que habrán huido a otros espacios lejos del estruendo
de los misiles y del humo negruzco con olor a muerte y destrucción. Ellos
gozarán de la libertad nutriéndose de lo que la naturaleza les brinda, en
cambio, los niños que jugaban en esos parques llorarán abrazados a sus madres
sin apenas alimentos, malviviendo en húmedos sótanos, preguntando por sus
padres que luchan por la independencia de su nación y por su libertad. También
preguntarán por su abuela enferma en la cama que el abuelo se quedó a cuidarla.
¡Qué será de ellos! ¿Estarán entre los escombros? Tal vez el edificio donde viven
no haya sido bombardeado, pero ambos necesitan medicación. ¡Dios mío, cuanto
sufrimiento!
Y mientras tanto, el
tirano y dictador ruso sigue masacrando al pueblo ucraniano. Dicen que luchan
contra el capitalismo, aunque para capitalistas él y todos sus amigos oligarcas con yates de
cientos de millones de euros anclados en los puertos occidentales. No sé si
conseguirá sus objetivos, aunque tal vez lo que logre será engalanar con las
fotografías de soldados muertos los árboles y las farolas de alguna larga
avenida como aquella que yo vi en mi visita a una de sus “provincias” al poco
de caer el muro. Eran caídos en su gran guerra patria. Lo llevan en la sangre.
Es la hora de cenar,
pero desde que veo en la televisión estas escenas tan desgraciadas, pensando en
esta pobre gente, las lágrimas suelen resbalar por mi rostro durante la comida.
No lo puedo remediar. Esto le digo a mi mujer cuando me lo reprime, pero es que
la imagen de mis hijas y mis nietos sustituye por momentos a las de estas
criaturas. Tal vez sea un sentimental, pero esto que está pasando me preocupa
mucho. Lo siento.
Amigos
torrecampeños/as, ayudemos cada uno como podamos a esta gente que tanto está
sufriendo. Seamos solidarios como siempre ha sido nuestro pueblo.
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