Foto de José Alcántara en Amigos de Torredelcampo
Cómo me gustaría haber
sido tierra en mi tierra y haber podido con mis nutrientes sustentar en los
ribazos de los caminos y en las laderas de los torrentes a los cardillos sin
dueño, a los majuletos con canute, a las
allozas verdes, y así detener con
esportillas de esparto el hambre de aquellos años de penurias y privaciones.
Cómo me gustaría haber
sido tierra en mi tierra para haber fecundado los granos prestados para la
siembra a aquellos desdichados agricultores, y lograr que olas de tersas
espigas llegaran a meced el verde trigal, soñando que algún chubasco diera de
beber el último vaso de agua a las cañas del sembrado antes de que maduraran
las espigas preñadas de granos; granos que se medirían después por fanegas,
cuartillas, y celemines.
Cómo me gustaría ser
tierra en mi tierra y alfombrar de flores nuestra sierra y nuestro cerro. Ser
tierra que alimente el tomillo oloroso. Ser tierra cobijada a la sombra de un
pino y poder contar las agujas de sus hojas que lentamente van cayendo al suelo ante la menor brisa serrana. Ser tierra en La Bañizuela y contemplar cómo se posan en las ramas de alguna
carrasca pajarillos que sin saberlo
gozan en este gueto de una libertad regalada.
Cómo me gustaría haber sido
tierra en mi tierra y llegar a oír fandangos dormidos en besanas de aperaores y
muleros, y escucharlos de noche en aquellos cortijos donde los jornaleros
desgranaban sus pesares transformados en quejios flamencos, en lamentos que
rasgaban el aire avivando los candiles, con letras donde escondían su desconsuelo de
amor y el de su penoso vivir.
Cómo me gustaría haber
sido tierra en mi calle, y haberme dejado acariciar por aquellos niños que jugaban al marro en el blando barro. Tierra a la que
herían hincando aquél palo de punta afilada entre las regueras de temporales
incesantes salpicando sus mandilones con el lodo de los charcos, mezclado a veces con el orín de las bestias
que transitaban por entre aquellos perpetuos barrizales.
Cómo me gustaría ser
tierra en mi tierra, aunque fuese tierra
herida por las dentelladas del afilado azadón que se hundía bajo los pies de
aquellos olivos de amos holgazanes. De amos con pañuelos en los bolsillos de
los trajes, de terratenientes que dormitaban en cafés de veladores privados
entre tertulias burguesas, donde cuando callaba la palabra dinero sólo se oía
el del lamer del cepillo del limpiabotas.
Cómo me gustaría ser
tierra en mi tierra cuando mis huesos se desmoronen, y viajar en un remolino de
viento húmedo otoñal envuelto entre vilanos y
paja de aquellas eras de mi
pueblo.
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