domingo, 17 de noviembre de 2019

DOLORES DE BARRIGA O RETORTIJONES.



Cuando a los niños en mis tiempos nos dolía la barriga, al día siguiente si persistía el dolor, lo más recurrente era que en ayunas te dieran a beber un par de vasos de agua de Carabaña. <<Dale una purga>> era lo que recomendaba la vecina más experimentada que ya casó a todos sus hijos y que solucionaba este problema  cuando estaban estreñidos. El agua de Carabaña venía envasada en botellas de cristal transparente de medio litro, envase que era empleado después para otros usos, entre ellos el de utilizarlo para que el cabrero a puerta de calle nos llenase de leche directamente la botella desde las ubres de las cabras, y también para medir la ración de vino del cabeza de familia.
Otra de las recomendaciones de aquella vecina para paliar el dolor de tripa sería la de emplear unas friegas con linimento del Tío del Bigote, aquél potingue oloroso que en el frasco aparecía un señor luciendo un enorme mostacho, y una frase: Linimento Sloam, Mata Dolores. Si al tercer día el niño no había evacuado, aquella buena vecina lo más seguro era que ella misma le obligara a la pobre criatura a abrir la boca para que tragara al menos dos cucharadas de aceite de ricino, por más que la abuela del chiquillo se opusiera por los malos recuerdos que esto le traía de un tiempo atrás, de cuando terminó la guerra, (…) y recomendaría mejor emplear una lavativa, de las que se empleaban entonces, con el depósito de agua colgando y la goma con su llave incorporada para abrir y cerrar a medida de la necesidad del usuario.
Y así, con estos remedios se solían aminorar muchos los dolores de tripa de mis tiempos, pero ninguna  de estas soluciones eran eficaces cuando entre los recodos y sinuosidades de los intestinos anidaba la solitaria, pero no voy a extenderme en esto último por lo desagradable que me resulta resucitar escenas tan repugnantes. Pasados los retortijones, y solucionado el problema de la evacuación, todo quedaba en una anécdota que invitaba a la hilaridad ante cualquier comentario, pero cuando el dolor de barriga se presentaba con vómitos y fiebres, sucedía que la familia no podía disimular su preocupación ante el temor de que esos dolores fueran los de la “pendi”, a los que en mis tiempos también llamaban “el dolor del miserere”, o cólico del miserere ya que quiénes lo sufrían si no se diagnosticaba a tiempo no tenían salvación muriendo a los pocos días entre fuertes dolores, fiebres, y vómitos.
Miserere,  que significa en latín, apiádate o ten piedad. Cierro mis ojos y me remonto siglos atrás cuando quiénes lo sufrían recibían la visita del sacerdote entre cánticos en latín implorando misericordia por el que iba a morir, lo que contribuiría a la desazón del agonizante.
La palabra más usada en nuestro pueblo cuando se sufrían retortijones de tripa era la de estar aterquinao, que en la  mayoría de los casos eran por los excesos de tantos y continuos potajes como se consumían en mis tiempos, pero por desgracia no se estaba aterquinao  por comer jamón de Jabugo o por consumir  angulas de Aguinaga, ni tampoco por comer lo que leí una vez en la carta de un restaurante: mar de arroz al toque de azafrán con hilos de mejillón, salpicado con sudor de olivas jiennenses (hubiese quedado mejor con sudor de olivas torrecampeñas) Cuando ahora te atiborras de estas exquisiteces lo más que te puede pasar es que te diagnostiquen gases.
Todo ha cambiado naturalmente a mejor, y es que las levaduras simbióticas, las bacterias, el dióxido de carbono, y hasta el metano que producen nuestros intestinos es de una calidad tal, que cuando salen al exterior llegan a confundirse  con los mejores perfumes, como  el  del parfum chanel nº 5 por poner un ejemplo. En fin, no es cuestión de invitarles a comprobarlo.   
               
   


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