ÚLTIMAS REBANADAS DE UNA VIDA.
Yo aprendí a vivir nadando en la pobreza.
En mi viajar, no encontré más caminos que senderos abruptos y escabrosos, siempre lejos
de mí cuna de madera. ¿Pero tuve cuna? Ni eso creo que tuviera. Aunque sí pueblo, donde se asienta mi querida tierra.
Pronto pasaron los años, como un soplo,
como una brisa fresca.
No conté los vientos, ni tantas lluvias
y tormentas, conté sólo dos rosas, y viví siempre para ellas, buscando su felicidad,
que no mis soles, pero la prisa por
encontrarles mejores edenes ahogó siempre mis ansias de su contemplación. Y
malgasté mi vida y mi tiempo, pero ahorré mil sonrisas, lo único que hoy me queda, para
gastarlas ahora en el otoño de mi vida, porque quiero que esa risa no prodigada
en su debido momento, me la devuelva aquél tiempo para regalarlas a tan tiernos retallos brotados de aquellas,
mis dos rosas, mis nietos.
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