viernes, 1 de noviembre de 2019

AQUÉL EXTRAÑO Y VIEJO NICHO

Foto de la página del Ayuntamiento


Cuentan que esta historia se solía relatar en las noches que antecedían al Día de Todos los Santos, e incluso hasta después de Difuntos. Por lo general eran los abuelos de Torredelcampo los que le ponían voz a esta leyenda que el paso de los años no llegaría nunca a sepultar; muy por el contrario a pesar del tiempo transcurrido seguía aún vigente acrecentada después de que algunos medios de la información llegaran un día a interesarse por el asunto. Hoy se sigue contando no al calor de la lumbre como antaño, pero sí en las noches en las que el viento silba tras las ventanas y los ruidos del crujir de los postigos se perciben como si el espíritu que acompaña siempre al aire golpease con sus nudillos los cristales en un intento de penetrar dentro de las casas.

Dicen, que ella nunca llegó a conocer a sus padres. Una hermana de su madre cuando quedó huérfana la recogió en su casa y le regaló el amor que no pudo dar a los hijos que su tía nunca tuvo. Ana, que así se llamaba la niña, vino al mundo al principio del siglo pasado y desde sus más tiernos albores su belleza y humildad eran comentarios en el pueblo. Mucho antes de alcanzar la mayoría de edad por las noches ya la rondaban los jóvenes soñando todos en ser el afortunado en llevarla algún día hasta el altar. Algunos de estos pretendientes eran de familias acomodadas, lo que para cualquier mujer de aquella época significaba un futuro asegurado sin penurias ni privaciones.

Pero Ana, aquella guapa adolescente tenía sus ojos puestos desde niña en Pedro, el hijo del piconero. Su padre era el que vendía picón por las calles del pueblo pregonando a voces la mercancía con un soniquete muy especial. Pedro era muy tímido; siendo niño solo había hablado una o dos veces con Ana pero desde el principio, ambos, habían sentido una callada atracción que con el paso del tiempo se fue acentuando cuando sus miradas coincidían en cualquiera de sus encuentros fortuitos. El que Pedro tampoco tuviese madre pudo ser otro acicate más para que ambos se sintieran más atraídos.

Cuentan que se prometieron en el cementerio cuando un Día de Todos los Santos ambos coincidieron en el camposanto. Ana estaba arreglando la tumba de sus padres. Ese día la guapa muchacha estaba radiante luciendo un bonito vestido blanco que le llegaba hasta los tobillos.  Él, pasó cerca de ella portando un ramo de crisantemos desde el que sobresalía una bella y fresca rosa del mismo color que el vestido de Ana. Pedro, se detuvo al llegar donde se encontraba la sepultura de su madre y depositó el ramo que portaba en la tierra recostado sobre una cruz pintada de negro que señalaba el lugar donde yacían los restos de su progenitora. Después, extrajo del manojo la rosa blanca y se encaminó con la flor hacía donde se encontraba Ana y se la ofreció. Esta, quedó muy turbada y en su azoramiento al cogerla se clavó una de las punzantes espinas del tallo y una gota de sangre salpicó en uno de los pétalos blancos de aquella bonita rosa. Después, allí mismo en aquél insólito lugar surgió una promesa entre ambos, la de quererse eternamente. A partir de entonces la única persona que rondaba la calle de Ana era Pedro. El amor entre ambos iba creciendo día a día y hacían planes para su casamiento cuando regresara él de la mili. Si la belleza de Ana era desde siempre motivo de admiración en el pueblo, el amor entre los dos novios era un runrún generalizado alabando todos el respeto y el cariño que uno y otro se tenían.

Cuando Pedro se despidió para hacer el servicio militar, Ana ya había bordado con sumo primor algunas sábanas que formarían parte de su ajuar. La voz de Pedro pregonando el picón por el pueblo como lo hacía su padre dejó de oírse a partir de entonces. Cartas llegaron desde África donde la palabra amor era la más repetida, pero aquellas cartas tristemente dejaron de recibirse. El día de Santa Ana en plena feria del pueblo corría el rumor de que unos días antes había habido una batalla en Marruecos en la Guerra del Rif. Ana rezaba en la iglesia ante la imagen de su Patrona implorando protección para su novio. A la salida observó pequeños grupos de personas hablando y su curiosidad le hizo preguntar. Nadie quiso darle la mala noticia que había llegado al Ayuntamiento en la que comunicaban que Pedro fue uno de los más de cinco mil militares españoles dados por muertos en la contienda.

Desde aquél momento la joven y guapa muchacha cayó en la más profunda depresión. La tristeza y la amargura se instalaron ambas a la vez en ella, y como consecuencia de tanto desconsuelo enfermó. Desde que recibió la triste noticia, Ana ya no salió de su casa hasta que la llevaron a hombros al cementerio. La enterraron en un nicho en cuya tapadera de yeso escribieron además de sus iniciales el año 1921 en el que murió. Al día siguiente de su muerte, el Día de Todos los Santos, una flor blanca con una mancha roja en uno de sus pétalos apareció reposando en el poyete del nicho. Nadie reparó en ello, ni en los años sucesivos en el que llegado el mismo día festivo siempre aparecía aquella flor entre la puerta de cristal que protegía el sepulcro y la pared del mismo. Pasado mucho tiempo después de que muriesen los familiares que se encargaban de la custodia del nicho, este quedó abandonado de tal manera que las telarañas e incluso algunos hierbajos anidaban entre el cristal y el yeso de la losa, pero nunca jamás el Día de Todos los Santos llegó a faltar aquella blanca flor siempre manchada por una gota de sangre. La rosa, duraba fresca y lozana durante unos días, después ya marchita, permanecía mustia todo el año hasta que llegada la fecha señalada era reemplazada de forma misteriosa por otra sin dejar rastro su autor ni señal alguna que llegara a delatar al causante de tan extraño misterio. La incógnita se intensificaba cuando a pesar de permanecer la urna de cristal cerrada con llave, la diminuta y oxidada cerradura no daba muestras nunca de haber sido forzada.

El misterio sobre este caso dividió al pueblo entre aquellos que creían que todo era un fraude y los que opinaban que algo paranormal podía estar sucediendo. Para dar más credibilidad a estos últimos los más viejos del lugar llegaron a contar que las Noches de Difuntos mientras las campanas tocaban a muerto, desde la puerta del cementerio se podían ver a un soldado y a una joven vestida de blanco cogidos de la mano paseando por entre las tumbas.

Hace ya algunos años debido al deterioro del nicho y de los colindantes, el Ayuntamiento decidió un día demolerlos y trasladar los restos óseos a otros de nueva edificación. Al abrir la tumba de aquella guapa muchacha comprobaron con sorpresa que el ataúd permanecía impecable y que dentro de él yacía el cuerpo incorrupto de una guapa joven vestida de blanco con una rosa blanca entre sus entrelazados dedos. Las autoridades trataron de silenciar en su momento este hecho que hubiese supuesto retrasar los trabajos y que el camposanto se llegase a convertir en un desfile incesante de gentes curiosas.

Pero aunque sus restos hoy reposan en otro nicho, la gente cuando visita el cementerio el Día de Todos los Santos miran hacía lo más alto de una determinada fila donde allí, en un jarrón junto al nuevo nicho, sigue apareciendo aquella misteriosa flor.

Cuentan también que ahora han visto a una joven caminar entre las brumas invernales cerca del camposanto en las noches donde la niebla es espesa, llegando su blanca silueta a esconderse y confundirse con el vaho de la neblina. Otros, comentan, que más de un conductor a su paso por el cementerio en noches oscuras y recelosas han llegado a ver de forma repentina entre las luces de los faros a una muchacha con un vestido blanco de época paseando cerca del cementerio dándole la mano a una difusa figura vestida de militar. También, muchos aseguran que se oyen lamentos por los alrededores del camposanto, pero otros los desmienten ya que dicen que es el ruido de los cipreses al mecerse por el viento.  

 En la noche de Difuntos ahora llamada Halloween, esta triste y sorprendente historia la suelen seguir contando los abuelos en el pueblo mientras la chiquillería la escucha en silencio, aunque a decir verdad también a los adultos les gusta escuchar esta leyenda.

Yo no me creo nada de esto, aunque si he de ser sincero soy un poco receloso, y más cuando la noche pasada me pareció que el viento arrastraba la voz de alguien pregonando picón por el pueblo.

Para salir de dudas, en mi visita al cementerio el Día de Todos los Santos, preguntaré donde se encuentra el nicho referido. Yo sé que tú también lo harás.         
        

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