Foto de José Arrebola
Creo que no seríamos
nada sin nuestros recuerdos. Los recuerdos son emociones vividas asociadas unas
veces al dolor, otras a la tristeza o a la felicidad como también a la
nostalgia y a muchos más
enternecimientos que junto con los aromas perduran para siempre en nuestra
memoria, pero todos sabemos que es imposible recordar todo lo vivido, aunque
doy por probado que nuestra mente está capacitada para albergar algunos videos
del pasado como el que más adelante proyectaré.
Contemplo la Puerta
Martos recientemente transformada en un lugar precioso, donde el color verde
prolifera entre trallazos de variopintos
y vivos matices en una zona de recreo para los niños, mezclándose todo entre
las plantas y las esculturas de nuestro paisano José Galiano legadas por su
primitivo propietario, contribuyendo el conjunto de todo ello a la relajación y
al esparcimiento. Un lujo comparado con lo que era este lugar sesenta años
atrás.
Activo la Cifesa de mis
recuerdos, y en la proyección en blanco y negro de aquella película de la
Puerta Martos de mis tiempos, me aparecen como primeras imágenes los muros de
piedra del puente del arroyo a un lado y a otro de la carretera. De niño me
gustaba contemplar las aguas que corrían bajo sus bóvedas; aguas que debían de
sortear una infinidad de objetos desechados además de animales muertos que la
gente arrojaba al arroyo sin ningún reparo porque creo que no estaba prohibido
hacerlo, y allí reposaban, pudriéndose hasta cuando la “venia” de alguna
tormenta los arrastraba.
Ahora, la máquina que
proyecta estos recuerdos la dirijo cauce arriba del arroyo, y a pocos metros
del puente referido en el lado derecho,
aparece un transformador de la luz, y casi colindante una casilla muy
diminuta donde malvivía en condiciones infrahumanas el hombre del patín junto
con su mujer –por no conocer su nombre omito dar el apodo-. Era este un hombre
menudo, de tez oscura, que todos los días iba a la estación con su herramienta
de trabajo, el patín, para transportar alguna maleta o bulto que le encargaran
los viajeros que nos visitaban.
En el lado izquierdo
esquina con Quebradizas estaba la fábrica de yeso de Gabriel Jiménez (El Olivo),
hermano de mi abuela materna. Ahora, el video de mis recuerdos se detiene
contemplando el camión del referido familiar que cayó vertiente abajo hasta el
arroyo, y de cómo con sogas medio pueblo tirando de él lo izó hasta arriba. Por
esa vertiente caía en cascada el pequeño arroyo que bajaba la calle Quebradizas
aquellos años que los temporales se sucedían unos con otros.
Siguiendo cauce arriba
del arroyo la máquina retrospectiva de mis recuerdos me lleva a contemplar a una
hilera de mujeres a un lado y otro del arroyo lavando la ropa en aquellas aguas
limpias y cantarinas que después de chocar contra las peñas bajaban acariciando
a uno y otro lado a espesas matas de juncos donde yo con sus tallos hacía mis
barquitos que deslizaba arroyo abajo cuando iba a ayudarle a mi madre a llevar
la canasta con la ropa. La máquina se detiene y enfoca hierbas olorosas como el
poleo que jalonaban sus orillas, plantas que bebían en los remansos del arroyo
y por donde entre sus matas saltaban las ranas.
Me voy otra vez al
puente y desde allí dirijo el proyector de la máquina hacía el otro puente del Camino de la Estación. Desde aquí y hasta
llegar a él, las aguas del arroyo andan ya sucias y malolientes teñidas por el
vaciado de elementos fecales que desembocan en el arroyo, lo que hace que en
los meses de estío su olor sea más hediondo envuelto en el verano entre nubes
de mosquitos. Sus ricos nutrientes alimentan a un sinfín de higueras y
cañaverales que marcan el arroyo a un lado y a otro sirviendo para que mucha
gente que no teniendo otro sitio para hacerlo, de forma disimulada entre la
jungla de matorrales, se oculte para evacuar alejados siempre de las tapias de
los corrales.
Me quedo mirando hacia
donde está ahora la cafetería Platero y cerrando mis ojos veo un local donde
alquilan bicicletas. Le doy dos reales al dueño que mira su reloj, y me dice
que en media hora debo de devolverle la bici. No cabe duda que se la devolveré,
como devuelvo a mi pueblo todos estos recuerdos que permanecerán para siempre
enterrados en este hoy precioso y recién reformado lugar.
La
vida nos es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para
contarla (García Márquez)
Disfruto contándote cómo
fue la Puerta Martos en mis tiempos, pero me regocijo hoy mucho más contemplando
su bella transformación. Doy las gracias a todas las personas que han
contribuido para que esto sea una realidad y sirva para el goce y disfrute de
todos los torrecampeños/as. Cuidemos y respetemos este lugar.
Grata evocación Antero, yo soy mas jovencito pero todavía recuerdo la arboleda que había al margen del arroyo donde ahora está el centro de salud donde recolectábamos hojas de mora para los gusanos de seda, "pan pa tos" unos racimos de hojas redondas muy ricos (aunque no sabría decirte si nocivos para la salud o el nombre científico del árbol).. y mas allá antes de la plaza de abastos un árbol viejo donde trepábamos y caíamos si nos tocaba la mala fortuna...o nos hacían una "aporreadura" los feriantes si caíamos en sus emboscadas..
ResponderEliminarGracias por estos recuerdos
Gracias, veo que conservas buena memoria. El árbol del "pan pa tos" era un álamo negro, y era su simiente en forma de panochas. En tiempo de posguerra muchos estómagos se llenaban con esto a falta de otra cosa.
ResponderEliminarBien saber el origen de tal mangar que comías cuando pasabas por allí exhausto de correr con el roeno (una simple llanta de moto que hacías rodar con un palo o las mas sofisticadas hechas en la herrería con un aro y una guía de acero) También cuando el aburrimiento de jugar a las bolas holgazaneando ya sin ideas de nuevas fechorías te daba hambre..
ResponderEliminarSaludos desde mas allá de las lindes municipales.. y nacionales.
Por tus evocaciones sospecho de que eres de mi generación, la que yo llamo del progreso, los que supimos a base de muchos sacrificios darle a nuestros hijos y nietos un mundo mejor. El roeno, el trompo y el patín eran algunos de nuestros juguetes. Yo te saludo desde Madrid. Sospecho de que tú andas más distante. Te mando un abrazo amigo.
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