viernes, 6 de diciembre de 2019

LA PUERTA MARTOS

                                           
                                                                   Foto de José Arrebola

Creo que no seríamos nada sin nuestros recuerdos. Los recuerdos son emociones vividas asociadas unas veces al dolor, otras a la tristeza o a la felicidad como también a la nostalgia y a  muchos más enternecimientos que junto con los aromas perduran para siempre en nuestra memoria, pero todos sabemos que es imposible recordar todo lo vivido, aunque doy por probado que nuestra mente está capacitada para albergar algunos videos del pasado como el que más adelante proyectaré.
Contemplo la Puerta Martos recientemente transformada en un lugar precioso, donde el color verde prolifera entre trallazos de  variopintos y vivos matices en una zona de recreo para los niños, mezclándose todo entre las plantas y las esculturas de nuestro paisano José Galiano legadas por su primitivo propietario, contribuyendo el conjunto de todo ello a la relajación y al esparcimiento. Un lujo comparado con lo que era este lugar sesenta años atrás.
Activo la Cifesa de mis recuerdos, y en la proyección en blanco y negro de aquella película de la Puerta Martos de mis tiempos, me aparecen como primeras imágenes los muros de piedra del puente del arroyo a un lado y a otro de la carretera. De niño me gustaba contemplar las aguas que corrían bajo sus bóvedas; aguas que debían de sortear una infinidad de objetos desechados además de animales muertos que la gente arrojaba al arroyo sin ningún reparo porque creo que no estaba prohibido hacerlo, y allí reposaban, pudriéndose hasta cuando la “venia” de alguna tormenta los arrastraba.
Ahora, la máquina que proyecta estos recuerdos la dirijo cauce arriba del arroyo, y a pocos metros del puente referido en el lado derecho,  aparece un transformador de la luz, y casi colindante una casilla muy diminuta donde malvivía en condiciones infrahumanas el hombre del patín junto con su mujer –por no conocer su nombre omito dar el apodo-. Era este un hombre menudo, de tez oscura, que todos los días iba a la estación con su herramienta de trabajo, el patín, para transportar alguna maleta o bulto que le encargaran los viajeros que nos visitaban.
En el lado izquierdo esquina con Quebradizas estaba la fábrica de yeso de Gabriel Jiménez (El Olivo), hermano de mi abuela materna. Ahora, el video de mis recuerdos se detiene contemplando el camión del referido familiar que cayó vertiente abajo hasta el arroyo, y de cómo con sogas medio pueblo tirando de él lo izó hasta arriba. Por esa vertiente caía en cascada el pequeño arroyo que bajaba la calle Quebradizas aquellos años que los temporales se sucedían unos con otros.  
Siguiendo cauce arriba del arroyo la máquina retrospectiva de mis recuerdos me lleva a contemplar a una hilera de mujeres a un lado y otro del arroyo lavando la ropa en aquellas aguas limpias y cantarinas que después de chocar contra las peñas bajaban acariciando a uno y otro lado a espesas matas de juncos donde yo con sus tallos hacía mis barquitos que deslizaba arroyo abajo cuando iba a ayudarle a mi madre a llevar la canasta con la ropa. La máquina se detiene y enfoca hierbas olorosas como el poleo que jalonaban sus orillas, plantas que bebían en los remansos del arroyo y por donde entre sus matas saltaban las ranas.
Me voy otra vez al puente y desde allí dirijo el proyector de la máquina hacía el otro puente del  Camino de la Estación. Desde aquí y hasta llegar a él, las aguas del arroyo andan ya sucias y malolientes teñidas por el vaciado de elementos fecales que desembocan en el arroyo, lo que hace que en los meses de estío su olor sea más hediondo envuelto en el verano entre nubes de mosquitos. Sus ricos nutrientes alimentan a un sinfín de higueras y cañaverales que marcan el arroyo a un lado y a otro sirviendo para que mucha gente que no teniendo otro sitio para hacerlo, de forma disimulada entre la jungla de matorrales, se oculte para evacuar alejados siempre de las tapias de los corrales.
Me quedo mirando hacia donde está ahora la cafetería Platero y cerrando mis ojos veo un local donde alquilan bicicletas. Le doy dos reales al dueño que mira su reloj, y me dice que en media hora debo de devolverle la bici. No cabe duda que se la devolveré, como devuelvo a mi pueblo todos estos recuerdos que permanecerán para siempre enterrados en este hoy precioso y recién reformado lugar.
La vida nos es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla (García Márquez)
Disfruto contándote cómo fue la Puerta Martos en mis tiempos, pero me regocijo hoy mucho más contemplando su bella transformación. Doy las gracias a todas las personas que han contribuido para que esto sea una realidad y sirva para el goce y disfrute de todos los torrecampeños/as. Cuidemos y respetemos este lugar.

4 comentarios:

  1. Grata evocación Antero, yo soy mas jovencito pero todavía recuerdo la arboleda que había al margen del arroyo donde ahora está el centro de salud donde recolectábamos hojas de mora para los gusanos de seda, "pan pa tos" unos racimos de hojas redondas muy ricos (aunque no sabría decirte si nocivos para la salud o el nombre científico del árbol).. y mas allá antes de la plaza de abastos un árbol viejo donde trepábamos y caíamos si nos tocaba la mala fortuna...o nos hacían una "aporreadura" los feriantes si caíamos en sus emboscadas..
    Gracias por estos recuerdos

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  2. Gracias, veo que conservas buena memoria. El árbol del "pan pa tos" era un álamo negro, y era su simiente en forma de panochas. En tiempo de posguerra muchos estómagos se llenaban con esto a falta de otra cosa.

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  3. Bien saber el origen de tal mangar que comías cuando pasabas por allí exhausto de correr con el roeno (una simple llanta de moto que hacías rodar con un palo o las mas sofisticadas hechas en la herrería con un aro y una guía de acero) También cuando el aburrimiento de jugar a las bolas holgazaneando ya sin ideas de nuevas fechorías te daba hambre..
    Saludos desde mas allá de las lindes municipales.. y nacionales.

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  4. Por tus evocaciones sospecho de que eres de mi generación, la que yo llamo del progreso, los que supimos a base de muchos sacrificios darle a nuestros hijos y nietos un mundo mejor. El roeno, el trompo y el patín eran algunos de nuestros juguetes. Yo te saludo desde Madrid. Sospecho de que tú andas más distante. Te mando un abrazo amigo.

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