lunes, 30 de septiembre de 2019

CONFESIONES


Hace mucho tiempo… ¿cuánto? No quiero echar cuentas, digamos que hace un puñado de años que dejé aquél tiempo donde no tenía tiempo para nada, siempre con el corazón a todo gas, con el sonido del teléfono multiplicando mis latidos y robándome el sosiego, con la adrenalina fabricada a diario en cantidades industriales motivado por el agobio y el estrés del trabajo; préstamos, créditos, balances, productos, objetivos,  ¡ay que no llego!, ¡ay que me falta tiempo!, y en esa vorágine de horas regaladas, de parte de mi vida robada a los míos en pos de una cuenta de resultados de la que no era propietario, yo soñaba siempre con la tranquilidad placentera de mi pueblo, y eso serenaba mi estado de ánimo.
En situaciones así, anhelaba que llegara el día que pudiera tranquilamente recoger todos mis recuerdos de mi infancia y pubertad que dejé  en ese mí querido pueblo, Torredelcampo, repartida aquella niñez por callejuelas de lunas empedradas, y calles de barro y charcos que casi siempre desembocaban en trigales y olivos.  Anhelaba caminar de nuevo en su amplio término por sus infinitas veredas  de  albarcas y alpargatas, y por aquellos  parajes de suaves colinas salpicadas de olivos y sembrados acariciados por la brisa de la sierra, vigía esta de un paisaje que se perdía entre las brumas difusas de los inviernos y las flamas de tórridos veranos, y poder, llegado ese día, fabricar con las palabras todas las estampas vividas por mí, en mi niñez y en mi pubertad en aquellos difíciles pero dulces años afincados en nuestra querida tierra, vividos entre la  ternura de mis seres queridos y las aventuras y  juegos que compartí con mis amigos de la infancia.
Ese día llegó,  y una vez que logré poder adaptarme a mi nueva vida,-confieso que me costó- no quise caer en la soledad y en el aislamiento y cambié los números del debe y del haber por las letras, buscando refugio en aquella afición que desde siempre había estado  dormitando en mi ser, que no era otra que la escritura.
Escribí al comienzo de mi jubilación cosas insustanciales con el solo fin de alimentar mis sentimientos, entre otras,  algunas cartas que tendría que haber escrito a alguno de mis jerarcas durante mi vida laboral, y que aún hoy sin haberlas llegado a franquear, me  siguen sirviendo de terapia cuando las releo. Y nos la mandé en su debido tiempo porque debo de confesar que  anduve receloso ya que en una ocasión tratando de mejorar el acondicionamiento de una oficina formulé una queja al departamento correspondiente. La carta, la adorné ajustándome a la verdad con toda clase de pormenores, pero redactada con mi modo tan peculiar y tan minucioso en la descripción de todos los detalles,  algunos acompañados de breves pinceladas de sarcasmo e ironía.  Hubo una filtración y mi misiva se repartió como fuego en un rastrojo por todas las sucursales, no sólo de Madrid, sino  del resto de España.  Tuve muchos disgustos por ello, y he de confesar que fueron a por mí, pero tal vez mi expediente impoluto frenó los deseos de una celebridad bancaria que dormitaba en el panteón de hombres ilustres de aquella siniestra torre ubicada en el Manhattan madrileño.
 Así pues,  después de  aquél experimento con las letras, mermaron mis ansias  de seguir escribiendo, y en mis comunicaciones con mis superiores a partir de entonces procuré ser parco en palabras sin llegar al excentricismo, pues no llegué nunca a anteponer en las despedidas  “Es gracia que espera obtener del recto proceder de V.I., cuya vida guarde Dios muchos años”, al más viejo y rancio estilo burócrata de tiempos atrás, cosa que le hubiera gustado a más de un carca financiero conocido por mí, como aquél de cuyo nombre no quiero acordarme que le gustaba colgar  su nombre en letras doradas en la puerta de su despacho.
Muchos sabéis que llevo escritos tres libros: Cuando los olivos lloran, Cal negra y Cuando la guerra acabe, pero siempre, en el interludio de cada una de mis obras yo seguía y sigo escribiendo recuerdos y reflexiones todas de mi pueblo, relatos que estoy compartiendo desde hace tiempo en este portal de: “Amigos de Torredelcampo”, historias que no las hago mías, pues salieron de mi pueblo taladradas en mi memoria y a mi pueblo las devuelvo y las dono a todos los torrecampeños/as merecedores de conocer las costumbres y la manera de vivir de una época pasada. ¿Cuánto daríamos muchos por conocer de forma pormenorizada nuestro pueblo, sus gentes y sus tradiciones, de  dos siglos atrás?
Nada más amigos, hoy ya sabéis algo más de mí. Escribir ya lo he dicho en otras ocasiones, es como desnudarse delante de todos ¡Jo… ¡ Con los años, hasta estoy perdiendo el pudor.

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