En mi pasear diario por esta mi ciudad
adoptiva, he reparado en la cantidad de establecimientos cerrados que la crisis
ha fabricado. El cartel de: cerrado, se traspasa, liquidación por cierre, o se
alquila, son el epitafio de un sinfín de sueños y esperanzas rotos. -Arturo Pérez Reverte, decía en un
artículo que eran como la lista de bajas de una guerra-
Comercios abiertos algunos recientemente y
que al poco han tenido que echar el cierre dejando abierta sólo la cuenta del
préstamo en el banco. Todos estuvieron abiertos poco tiempo. La gran mayoría de
ellos eran de venta de productos consumibles por una sociedad habituada al
estado del malgastar y que ahora su bienestar reside en muchos casos en
comprar exclusivamente aquello más necesario desechando lo banal y superfluo
hasta mejores tiempos.
Entre las telarañas de mis recuerdos
vienen a mí las imágenes de aquellas tiendas de antaño de nuestro pueblo.
Cito para empezar aquellas tiendas
diminutas de ultramarinos cálidas y personales que te trataban por tu nombre y
no como en esos modernos y descomunales hangares de ahora, de pasillos atestados de carros y
gentes donde nadie se conoce ni se saluda, los conocidos como grandes
superficies.
En nuestro pueblo existían muchas de
aquellas entrañables tiendas con identidad propia donde había de todo y se
olía a la turbia mezcolanza de aromas de los cientos de productos que
albergaban. Las fragancias de todos ellos se expandían por el reducido
perímetro de aquellas recoletas tiendas e incluso llegaba su olor hasta fuera
de ellas. Tiendas adornadas con chorizos colgando a la altura del mostrador
hermanados por salchichones, morcillas, piñas de plátanos y bacalaos entre
otros dispuestos estos últimos para ser troceados al requerimiento del cliente
por la guillotina o bacaladera, la cual siempre estaba junto al cerro de papel
de estraza que servia para envolver y también para echar la cuenta el tendero.
El olor de las especias como el clavo, el
azafrán, el pimentón, la canela, la pimienta, el orégano o los cominos entre
otros, bañaban la tienda de sabores. Y qué decir del aroma del chocolate que
vendían en tabletas y también por onzas. Y de aquél otro para tomar en taza que
desmenuzaba en virutas antes de echarlo a la leche o al agua y que servido con
picatostes crujientes fritos con aceite del nuestro estaba de muerte.
Sí, los olores no se olvidan, es más, te
retrotraen y te devuelven sin querer recuerdos y escenas de tu vida que tenias
olvidadas cubierto todo de papel ya amarillento y difuso por el tiempo.
Ya no quedan tiendas de aquellas de
ultramarinos que describo donde en un ala del comercio reposaban arremangados
sacos con azúcar de terrón, también de habichuelas, lentejas o garbanzos, con
el cucharón metálico dispuesto para llevar su contenido hasta la báscula que en
casi todos los establecimientos era de la marca: Mobba. En muchas de estas
tiendas existía en el mostrador un dosificador de aceite de manivela similar al
de las antiguas gasolineras pero de reducido tamaño que albergaba dos émbolos en
sendos cilindros de cristal. Cuando le daban a la manivela vaciaba el contenido
de uno de los cilindros en la botella que siempre traía el cliente al mismo
tiempo que se llenaba el otro dispuesto para el siguiente. Asimismo en las
puertas de acceso de algunos de estos establecimientos reposaban reclinadas en
la pared cajas de arenques, de higos secos, o también de tomates; de aquellos
tomates olorosos nada como los transgénicos de hoy huérfanos de sol de los
invernaderos con el marchamo esculpido
en un laboratorio.
Estoy seguro de que estos comercios de ultramarinos
entraron en decadencia cuando el papel higiénico hizo su aparición. No recuerdo
que vendieran en mis tiempos en estos establecimientos ningún producto de
celulosa. Los rollos de la marca El Elefante, aquellos de textura áspera y
granulosa a veces con imperfecciones traslúcidas, ¡que peligro!, suplieron
entonces a los recortes de periódicos que se colgaban de un gancho en los
escusados y que servían para higienizar los bajos sombríos de cada cual,
pintando a veces de marrón sin querer, -otras queriendo-, los rostros de
personajes de la época.
Recuerdo también algún que otro comercio
de textiles con sus estanterías a rebosar de paños de infinidad de colores que
de alguna manera insonorizaban el recinto. Algunos empleados demostraban una
habilidad extrema en cortar aquellas telas ya que lo hacían con una precisión
impecable y rectilínea. El ruido de la tela al rasgar por las tijeras era como
el apretón de manos en cualquier trato de los de entonces, dando por hecho el
tendero que el cliente no se podía echar atrás. Aquellas tiendas de tejidos
olían al aroma cálido de ropa recién planchada. Tiendas como la de Simón, la de
Manolo Damas, la de Guirao o la de Carazo, eran tiendas de renombre. Estas
tiendas de tejidos desaparecieron cuando en otras empezaron a vender trajes y
vestidos confeccionados.
Recuerdo aquella otra tienda de colonias
donde algunos perfumes los vendían a granel. Aquí te bañabas gratis con su
aroma nada más entrar empapando la ropa que llevaras puesta con su recia
fragancia. De empleado en la misma estaba Antonio Garrido, aquél hombre tan afectuoso
hoy desaparecido.
Otro establecimiento muy entrañable para
mí era la tienda de Tomás Albacete, me llamaba la atención lo ordenado sin
ordenador que lo tenía todo entre aquella selva de cajitas de cartón con la huella
impresa por su uso que contenían: clavos, puntas, alcayatas o tornillos. Los tintes Iberia se vendían aquí
también además de otros complementos para el hogar y la cocina. Quiero recordar
entre las virutas de mis recuerdos el olor a trementina de aquella añorada
tienda.
Ahora, todo lo de aquellas tiendas
están en un supermercado, pero nunca estarán aquellos olores, ni el consejo del
tendero: llévatelo, el de hoy es inmejorable. Esto último me recuerda al gran
maestro de aquél antiguo marketing, y que ya quisieran usar para sí muchos de
los técnicos de ventas de hoy. Me estoy refiriendo al que de forma cariñosa se
le conoce en nuestro pueblo como: Manolo “El Bilbao”.
Sirvan estas líneas como homenaje a todos
aquellos comercios y comerciantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario