LO QUE HIZO CAMBIAR UNA
VIDA.
Esta
historia encierra una más que evidente moraleja al final.
Aquella tarde de verano
el calor era asfixiante, aunque dos horas antes de morir el sol algunas
bocanadas casi continuadas de aire hicieron refrescar algo el ambiente. El
toldo que protegía el patio de la casa de Juan crujía como las velas de un bergantín
azotadas por un viento de popa. Hacía poco más de media hora que este hombre
protagonista de esta historia se había quedado solo en casa, pues su mujer
había salido a hacer una visita y tardaría en regresar. Estando sentado en una
hamaca en el citado patio, una idea cruzó por su mente, la de ir a regar tres
olivas que había plantado el pasado otoño en uno de los claros de un olivar
situado en uno de los parajes de la campiña. No lo dudó ni un instante puesto
que si no se demoraba volvería antes del anochecer y antes de que lo hiciese su
mujer. Llenó tres garrafas repletas de agua y las depositó en su viejo, pero
aún útil todo terreno que tenía aparcado en la cochera de su vivienda.
Después de más de media
hora de viaje dejó el asfalto del carril y se internó por otro terrizo que le
conducía hasta su olivar. Diez minutos después estaba ante aquellas tres
olivillas que iban a agradecer el riego pues su aspecto casi marchito por el
calor y la sequedad de la tierra lo delataba. Esperó sentado viendo como el
agua se iba lentamente internando en la tierra de las pequeñas pozas circulares
de aquellas tres promesas que con el tiempo llegarían a ser tan frondosas como
las del resto del olivar, aunque a sus ochenta y dos años, aseguró para sí el
día que las plantó, que poco iba a disfrutar de sus frutos, no así su hijo y
sus nietos quienes tendrían otro motivo más para recordarlo.
La tarde iba agonizando
lentamente. Ahora, las ráfagas de aire eran más continuadas. Las ramas de los
olivos se mecían a su compás columpiando a su vez a las abundantes aceitunas lo
que hacía presagiar una buena cosecha. Con un azadón, después de que la tierra
se hubiese bebido toda el agua, protegió la humedad con otra seca para que más
tarde no llegara a cuartearse. Fue entonces cuando se percató desde su posición
en el fondo de la cañada donde se encontraba de unos enormes nubarrones negros
que con mucha rapidez iban encapotando el cielo. Rápido se dirigió al coche. Un
trueno remoto le sobresaltó al tiempo de depositar las garrafas y el azadón en
la trasera del vehículo. Un fuerte improperio salido de su boca retumbó en el
solitario olivar al comprobar que la llave de encendido del vehículo no hacia
contacto porque presumiblemente se hacía quedado sin batería. Lo intentó varias
veces sin resultado positivo. Otro segundo trueno esta vez más sonoro que el
anterior hizo aumentar más su nerviosismo, tanto que, al querer avisar de su
situación a su hijo, comprobó que se había dejado olvidado el móvil en casa.
Con la cabeza apoyada en el volante intentó reconducir su situación. Nadie
sabía que estaba allí, por lo tanto, lo mejor era darse prisa e intentar llegar
al carril asfaltado donde tal vez con suerte pudiera pasar algún vehículo,
aunque dado lo avanzado de la tarde sería difícil, pero debía arriesgarse. Otra
vez, un fuerte y resonante trueno inundó cañadas, colinas y valles
circundantes. Mientras caminaba con
dirección al carril, gruesas gotas de lluvia no tardaron en empapar la camisa y
el pantalón que vestía mientras que el agua al golpear con fuerza el sediento
suelo levantaba polvo. Al poco, la
penumbra de la agónica tarde se vio adelantada por el gris de la tormenta. El
sol se había ocultado en un horizonte púrpura, y ahora se defendía de los
nubarrones filtrando su color granate entre los grises de las nubes.
Debía darse prisa y
llegar cuanto antes al carril asfaltado. La oscuridad total no tardó en
aparecer. Empapado por la lluvia caminaba a tientas por el carril terrizo
sorteando entre el barro desniveles. Un relámpago iluminó durante un segundo el
entorno y comprobó que caminaba fuera de las huellas del carril terroso. Estaba
desorientado y no sabía que dirección tomar dada la oscuridad reinante. Caminó
durante un buen trecho por una pendiente donde en una profunda cañada bajaba un
torrente de agua de la tormenta que era imposible atravesar. Retrocedió, y al
poco, lo escarpado del terreno junto con el barro le hizo resbalar y rodar por la
inclinada rampa varios metros. Durante el infortunado deslizamiento su cabeza
chocó contra unas piedras y esto le hizo perder la noción del tiempo durante un
corto espacio. Cuando despertó, la cabeza parecía que le iba a estallar. Se
acarició la calvicie para comprobar que no tenía ninguna herida, aunque no
sabía si sangraba porque la falta de visibilidad le impedía distinguir el líquido
viscoso de la sangre con el de la lluvia. Caminó durante un buen trecho por
entre las olivas extraviado. Sentía escalofríos motivados tal vez por la bajada
de su temperatura corporal.
La tormenta, aunque algo
debilitada continuaba. Dejó de avanzar cuando al fondo de una calle entre dos
hileras de olivos la luz de un relámpago iluminó de manera fugaz la figura de
una persona que permanecía quieta como esperándole. Su silueta volvió a
proyectarse con el resplandor de otro relámpago. Era esta una figura humana
vestida todo de negro que portaba un farol o algo parecido pues su débil luz
centelleaba a vaivenes a la altura de sus rodillas. Juan le gritó una y otra
vez solicitándole ayuda sin obtener respuesta de aquella presencia. Un escalofrío
muy distinto de los anteriores, esta vez producido por el miedo, casi petrificó
a Juan.
Corrió de forma
desesperada en dirección contraria de donde estaba aquél extraño ser. Pasado un
rato de navegar entre el barro tomó aliento. La tormenta parecía haber amainado
y con ello la lluvia. Algunos claros entre los nublos por los que se colaba el
resplandor de una rebanada de luna iluminaron débilmente un torreón y los
cortijos adyacentes que él conocía muy bien. Ahora sabía dónde se encontraba.
La preocupación que tendría su mujer y su hijo no dejaba de inquietarle, pero
esta intranquilidad quedó sepultada cuando aquella misteriosa figura volvió a
aparecer nuevamente. Esta vez se hizo el valiente y con un palo de olivo que
encontró en el suelo quiso hacerle frente yendo hasta aquella sombra, pero
dados unos pasos desapareció de manera instantánea. Siguió avanzando hasta
llegar a encontrar el carril asfaltado y esto le tranquilizó. Atrás quedó el
montículo con el torreón y los cortijos inhabitados a medida que caminaba con
dirección al pueblo. Llegado a un llano de la carretera antes de alcanzar a una
casi derruida cortijada, plantado en mitad de la vía volvió de nuevo a aparecer
aquél insólito personaje de negro oscilando aquel farol o linterna. La luz de
dos vehículos que venían en su dirección hizo evaporarse de nuevo a la
inquietante figura.
Los dos coches pararon al
ver a Juan. Uno de ellos era el de su hijo, y de él se bajó éste y un sobrino.
Del otro vehículo se apearon amigos de ambos que preocupados habían salido a
buscarlo. Después de los abrazos y dar explicaciones, Juan no paraba de
preguntar.
-
¿Lo habéis visto… lo habéis visto?
-
¿A quién? Respondían ellos.
-Pues
a quién va a ser, al tío vestido de negro con un farol en la mano.
Unas miradas cómplices
entre los recién llegados fue el principio para que a partir de ese momento la
vida de este octogenario cambiase de manera radical. Juan no dejó de comentar
durante los primeros días después del suceso todo lo que le acaeció a
familiares y amigos, pero dejó de hacerlo cuando percibió que todos creían que
había perdido la cabeza, o como le oyó decir a su nieto <<Al abuelo se le
ha ido la olla>>Ya no le dejan conducir ni tampoco se relaciona con
apenas nadie, y lo que más le duele es el tono de voz que todos emplean para
dirigirse a él, el mismo deje que se llega a utilizar cuando un niño hace una
trastada. Pobre hombre.
El suceso cuya veracidad solo
es cuestionable las visiones de este hombre fruto tal vez del golpe que se dio
en la cabeza, encierra un mensaje de prevención y advertencia para todos
aquellos a la hora de ir a realizar trabajos en el campo, la de NO OLVIDAR
DE LLEVARSE EL MÓVIL.
Así pues, a ti mujer
dirijo este mensaje. Recuérdale a tu padre, a tu marido, o a tu hijo antes de
salir a trabajar al campo que no olviden el teléfono. Te lo agradecerán y tú
quedarás más tranquila.