lunes, 1 de junio de 2020

NOVIOS



Al agonizar de cada tarde, un rumor de voces surgía entre la neblina que creaba el invierno y el vaho de aquella multitud que se congregaba en la plaza de mi pueblo. Las   espigadas y llamativas farolas derramaban débiles y mortecinos destellos que eran repartidos entre el apretado gentío de los paseantes. En verano, el mismo rumor se mezclaba con el olor a jazmines que desprendían las moñas que adornaban el pelo de las guapas y lozanas jóvenes, confundiéndose a veces este aroma con el del agridulce de las cañas frescas de las “majuletas con canute” que los chiquillos utilizaban para lanzar dardos que no eran otros que los huesos del fruto silvestre.

Vueltas y más vueltas plaza arriba y plaza abajo, mientras algunos lo hacíamos comiendo pipas o fumándonos un Ideal, pues eso de fumar era signo de modernidad y de estar ya a las puertas de lograr la emancipación. Tremendo error.

<< !Mírala! ¿La has visto? Creo que te ha mirado. ¡Ve y le dices algo, hombre!>>   <<Ahora no, lo haré a la vuelta siguiente, o mejor cuando vengamos de tomar unos vasos de vino en el Testarazo, o en el bar del “Lipertor”>>  Este era por lo general el más común de los diálogos entre amigos. Y así, iban pasando los días, las semanas y los meses, hasta que superada la timidez, el muchacho, en una de aquellas vueltas se acercaba a ella que como todas las mozas marchaban cogidas del bracete. Si al aproximarse, esta no lo rehuía yéndose al centro del grupo, la cosa no pintaba mal. <<Ya se ha “lansao”>> Decían los amigos al ver al amigo dialogar con la pretendida de manera amigable, presagio este inequívoco de que la cuadrilla a partir de ahora quedaría mermada.

Así era el primer cortejo. Luego, el acompañarla hasta la esquina de su calle significaba ante los ojos de los demás que se habían prometido. Pero la prueba de fuego era el hablar con el padre y pedirle permiso para poder ver a su hija en la puerta de la casa. Nervios, sudores, palabras silabeadas, y frases inadecuadas hasta romper el maldito hielo y recibir por parte del padre la autorización para poder hablar  con su hija a un paso de la puerta de entrada. Y allí, entre el escalón de la calle y la retranca como testigo se formulaban entre ambos día tras día promesas de amor y planes para crear un hogar en un futuro que al menos tardaría cinco o seis años. Durante esta primera etapa de noviazgo, la novia debía de estar acostumbrada al silbido suave y musical con el que el novio se identificaba cuando llegaba.  

Al cabo de un tiempo, amortizado el año o más de hablar con la novia en la puerta, etapa esta que servía para demostrar que se iba con buenas intenciones, el novio estaba obligado nuevamente a hablar con los padres para que le concedieran su consentimiento y poder entrar dentro de la casa con el fin de evitar los crudos inviernos hablando en la puerta de la calle. Después, sentados uno al lado del otro con las sillas alineadas a la pared se hablaba con la novia de manera sigilosa con la boca puesta en el oído de ella  siempre bajo la vigilancia perpetua de la suegra. En invierno sentarse en la mesa camilla al calor del brasero tenía como condicionante el mantener las manos de los novios siempre visibles a los ojos de la siempre atenta carabina. Y así iban pasando los años, y también la mili del novio pues siempre al poco del regreso del cuartel, ya licenciado, la pedida de la novia no se hacía esperar.

En este acto de pedida, después de obsequiar a la novia con el consabido oro, se fijaba el día de la boda, o como se decía en el pueblo, el día de la “velación”, mientras que el vino, la cerveza y los aperitivos circulaban por la casa en claro gesto de atención con la familia del novio.

Entretanto, en la plaza de nuestro pueblo de nuevo surgiría una nueva promesa de amor. Una de tantas que sirvieron para forjar el destino de muchas generaciones.

Ahora, en los anocheceres azulados, la plaza desnuda de gente se acuesta temprano arropada con un envolvente silencio de cuna. Bajo su suelo, yacen esculpidos miles de juramentos de amor tallados con el cincel de infinitas e inmortales pisadas, siempre bajo la atenta mirada de los desorbitados y escrutadores ojos del campanario de la iglesia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario