sábado, 27 de junio de 2020

DEBES DE IR AL PUEBLO EN VERANO



(Dedicado a mi pueblo en su 216 aniversario)

Tienes que ir para descubrir la paz y el sosiego que se mastica en el silencio pulcro de sus tórridas siestas, y después, al morir la tarde, perderte por  desordenadas callejuelas donde aún duermen miles de lunas viejas acunadas por  nanas  a niños calenturientos; nanas de entonces, nacidas desde abiertos balcones adornados de geranios, claveles y  verdes albahacas que recuerdan a aquellas ferias de eras y espigas.
Tienes que ir en el frescor de la noche a contemplar desde el monte el cielo empedrado de estrellas, y dejarte llevar por la calma y la quietud que la oscuridad lo envuelve; quietud solo perturbada por los sonoros e incesantes cantos de los grillos. Debes de ir  para ver como el globo grandilocuente de la luna al salir por Reguchillo se asoma arrastrándose perezosamente por sus afiladas piedras, y de cómo, poco a poco, su ambarina y luminosa imagen va disminuyendo de tamaño a medida que asciende al cielo, tal vez, herida la envoltura de la luna por alguna de las punzantes aristas de tan rocosa cúspide.
Tienes que ir al pueblo en el que naciste donde  encontrarás dormidos recuerdos de tu niñez. Busca aquella alberca  donde te bañabas desnudo a escondidas del hortelano, de agua tan fría que reducía sin proponértelo la parte más sensible de tu físico. Vive la magia del amanecer recorriendo senderos escarpados y alguna que otra cañada sombría sintiendo el rumor del agua bajando brava y cristalina como la del arroyo de Las Torrecillas, y embriágate con el aroma a pino y a mejorana mientras  buscas como cuando eras niño entre la juncia y la menta de sus riberas alguna rana que al verte saltará a la poza más cercana. Busca entre las higueras y las zarzamoras, frutos que el pavimento de tu ciudad nunca puede darte.
Seguro que te gustará perderte por el bosque humanizado de olivos que inunda el paisaje torrecampeño. Verás colinas, y llanuras de olivares donde el verde se hace menos verde en los atardeceres, cuando un sol perezoso por esconderse, pinta de rojos y anaranjados colores el horizonte y a su vez salpica en lomas y quebradas a incontables cortijos de labranza, vestigios ruinosos que siguen sufriendo su agonía desde hace más de setenta cosechas.
Deja que muera la noche sentado en animada charla en una terraza disfrutando de nuestra rica gastronomía mientras te dejas acariciar por el relente de la brisa serrana que en refrescantes bocanadas llega a inundar de frescura recoletas plazoletas y avenidas repletas de mesas y veladores; airecillo que llega siempre refrigerado después de haber besado a  los altos chopos del parque.
Vuelve a Torredelcampo en verano, y si tan pobre eres que no tienes ni tan siquiera pueblo, yo te regalo el mío con el permiso de todos los torrecampeños/as, porque no quiero que me digas aquello que te oí decir: ¡Qué desgracia es vivir sin tener pueblo en Madrid!





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