Recuerdo que cuando
trabajaba con mi padre en el campo, a la hora del almuerzo utilizábamos un
dornillo de madera donde una vez machacado el ajo junto con la sal y
unos tomates troceados, era regado
generosamente con aceite del que guardábamos en nuestra casa en un ánfora, y
aquello tan frugal resultaba ser una delicia. Luego, cuando terminábamos,
siempre quedaban en el dornillo algunos restos de caldo de los tomates y de
aceite que solíamos verter en la tierra. Si en el vertido, aquello le caía a
alguna mosca, hormiga, u otro insecto, mi padre decía que no tenían salvación
pues el aceite tenía el poder de aniquilación para todos los bichos.
El coronavirus ha
desatado la alarma mundial. Ha paralizado a una potencia como China y tiene al
mundo colapsado. Siguen al día de hoy suspendiéndose
por su causa como medida preventiva eventos internacionales tanto comerciales
como deportivos. A pesar de muchos
controles ya está extendido por todo el planeta y la tasa de contagio aumenta
cada día dado que no se ha encontrado la
vacuna que neutralice en los humanos este virus que al parecer se muestra más
virulento con las personas mayores. ¡Atentos pues los de mi generación!
Pero tranquilos. Mi
padre murió con cien años, y durante toda su vida fue una gran degustador de
nuestro aceite de oliva, tanto que regaba el pan de las tostadas una y otra vez
pinchándolo con un tenedor para empaparlo con esa rica esencia. Su teoría era
que al igual que el aceite mata a los insectos, todos los bichos del organismo
morían con el aceite.
El aceite de oliva
según los entendidos previene las
enfermedades cardiovasculares, fortalece el sistema inmunológico, protege el
cerebro del deterioro cognitivo, mantiene los huesos fuertes, retrasa el envejecimiento,
favorece la digestión, ayuda a bajar de peso, tiene efecto laxante, alivia el
dolor de articulaciones, tiene propiedades anticancerígenas, combate la
diabetes, contiene vitaminas, A, D, E, y K, protege el hígado, hidrata y nutre
la piel y el cabello, y paro de contar.
Sigamos pues
consumiendo la mayor riqueza que produce nuestra tierra en nuestros fritos y
ensaladas, en nuestras comidas y en nuestro plato más rico y conocido en
nuestro pueblo, me refiero a su excelencia: el Panaseite, (con mayúscula) y continuemos
protegiendo nuestro organismo con tantas virtudes como las que he descrito. ¿Os
imagináis si el antídoto para el coronavirus fuese el consumir aceite de oliva?
Estoy por apostar que Trump quitaría de inmediato los aranceles, y ejercería
todo su poder y toda su trompetería diplomática para venir a nuestro
pueblo a comer Panaseite, pero si esto sucediera, a mí, que ostento con
orgullo el título de embajador local que no me llame para limar asperezas.
Queridos amigos/as, tal
y cómo está el patio quiero mandaros un mensaje de tranquilidad y para ello qué
mejor que invitaros a un Panaseite con unas habillas tiernas y un poco de
bacalao como el que aparece en la foto, o a nuestra vieja usanza, hoyo en el
pan y a mojar. Esta será la mejor medicina para contrarrestar el coronavirus.
¡Os apetece!
Aún en circunstancias
como las actuales, debemos encontrar un motivo para fomentar el producto donde
se sustenta la economía de nuestro pueblo. Yo lo hago con estas líneas. Ojalá
que aquellos que comemos Panaseite estemos inmunes del coronavirus.
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