Hace mucho tiempo… ¿cuánto? No quiero echar cuentas, digamos que hace un puñado de años que dejé aquél tiempo donde no tenía tiempo para nada, siempre con el corazón a todo gas, con el sonido del teléfono multiplicando mis latidos y robándome el sosiego, con la adrenalina fabricada a diario en cantidades industriales motivado por el agobio y el estrés del trabajo; préstamos, créditos, balances, productos, objetivos, ¡ay que no llego!, ¡ay que me falta tiempo!, y en esa vorágine de horas regaladas, de parte de mi vida robada a los míos en pos de una cuenta de resultados de la que no era propietario, yo soñaba siempre con la tranquilidad placentera de mi pueblo, y eso serenaba mi estado de ánimo.
En situaciones así, anhelaba que llegara el día que pudiera
tranquilamente recoger todos mis recuerdos de mi infancia y pubertad que dejé en ese mí querido pueblo, Torredelcampo,
repartida aquella niñez por callejuelas de lunas empedradas, y calles de barro
y charcos que casi siempre desembocaban en trigales y olivos. Anhelaba caminar de nuevo en su amplio término
por sus infinitas veredas de albarcas y alpargatas, y por aquellos parajes de suaves colinas salpicadas de olivos
y sembrados acariciados por la brisa de la sierra, vigía esta de un paisaje que
se perdía entre las brumas difusas de los inviernos y las flamas de tórridos
veranos, y poder, llegado ese día, fabricar con las palabras todas las estampas
vividas por mí, en mi niñez y en mi pubertad en aquellos difíciles pero dulces
años afincados en nuestra querida tierra, vividos entre la ternura de mis seres queridos y las aventuras
y juegos que compartí con mis amigos de
la infancia.
Ese día llegó, y una
vez que logré poder adaptarme a mi nueva vida,-confieso que me costó- no quise
caer en la soledad y en el aislamiento y cambié los números del debe y del
haber por las letras, buscando refugio en aquella afición que desde siempre
había estado dormitando en mi ser, que
no era otra que la escritura.
Escribí al comienzo de mi jubilación cosas insustanciales con
el solo fin de alimentar mis sentimientos, entre otras, algunas cartas que tendría que haber escrito a
alguno de mis jerarcas durante mi vida laboral, y que aún hoy sin haberlas
llegado a franquear, me siguen sirviendo
de terapia cuando las releo. Y nos la mandé en su debido tiempo porque debo de
confesar que anduve receloso ya que en
una ocasión tratando de mejorar el acondicionamiento de una oficina formulé una
queja al departamento correspondiente. La carta, la adorné ajustándome a la
verdad con toda clase de pormenores, pero redactada con mi modo tan peculiar y
tan minucioso en la descripción de todos los detalles, algunos acompañados de breves pinceladas de
sarcasmo e ironía. Hubo una filtración y
mi misiva se repartió como fuego en un rastrojo por todas las sucursales, no sólo
de Madrid, sino del resto de España. Tuve muchos disgustos por ello, y he de
confesar que fueron a por mí, pero tal vez mi expediente impoluto frenó los
deseos de una celebridad bancaria que dormitaba en el panteón de hombres
ilustres de aquella siniestra torre ubicada en el Manhattan madrileño.
Así pues, después de
aquél experimento con las letras, mermaron mis ansias de seguir escribiendo, y en mis comunicaciones
con mis superiores a partir de entonces procuré ser parco en palabras sin
llegar al excentricismo, pues no llegué nunca a anteponer en las
despedidas “Es gracia que espera obtener
del recto proceder de V.I., cuya vida guarde Dios muchos años”, al más viejo y
rancio estilo burócrata de tiempos atrás, cosa que le hubiera gustado a más de
un carca financiero conocido por mí, como aquél de cuyo nombre no quiero
acordarme que le gustaba colgar su
nombre en letras doradas en la puerta de su despacho.
Muchos sabéis que llevo escritos tres libros: Cuando los
olivos lloran, Cal negra y Cuando la guerra acabe, pero siempre, en el
interludio de cada una de mis obras yo seguía y sigo escribiendo recuerdos y
reflexiones todas de mi pueblo, relatos que estoy compartiendo desde hace
tiempo en este portal de: “Amigos de Torredelcampo”, historias que no las hago
mías, pues salieron de mi pueblo taladradas en mi memoria y a mi pueblo las devuelvo
y las dono a todos los torrecampeños/as merecedores de conocer las costumbres y
la manera de vivir de una época pasada. ¿Cuánto daríamos muchos por conocer de
forma pormenorizada nuestro pueblo, sus gentes y sus tradiciones, de dos siglos atrás?
Nada más amigos, hoy ya sabéis algo más de mí. Escribir ya lo
he dicho en otras ocasiones, es como desnudarse delante de todos ¡Jo… ¡ Con los
años, hasta estoy perdiendo el pudor.