martes, 12 de agosto de 2025

EVOCACIONES EN UNA NOCHE DE LLUVIA.

Agoniza la tarde sin prisa. Pienso, que solo el sonido de las fuertes ráfagas de viento debe de perturbar el silencio del olivar. Más tarde, a intervalos, gruesas gotas repiquetean sobre los cristales de mi ventana. Llueve por la noche en mi pueblo y pienso que el agua caerá mansamente en los olivares. Veo a los tallos largos de mi jazmín agitarse por un viento silbante, violento, y borrascoso. Algunas hojas secas venidas tal vez de los semidesnudos y cercanos árboles del parque caracolean en mi patio dibujando filigranas sobre el pavimento produciendo un ruido que se confunde con el del crepitar del fuego de la chimenea.

El olivar sigue bebiendo durante días como lo hacían aquellos viejos campesinos en noches de temporales recordados. Lástima que ahora en el campo nadie pueda escuchar el placentero sonido de la lluvia en el pajar de un cortijo. Solo en la desnudez de la noche, lo hará algún que otro pajarillo al cobijo del fuerte viento y de la lluvia en alguna de las espesas ramas de cualquier oliva indultada por la motosierra. Descansará la avecilla relajada, dado que en noches así, antes, deslumbradas por improvisadas antorchas de petróleo, o lámparas de carburo, morían por el golpe mortal de un palo mientras que los olivares se poblaban de luces parpadeantes creando con ello un escenario fantasmagórico.
Sé que la música de la lluvia en noches así perturbaba a los insomnes, pero el sonido de las canales era la música que nos regalaba la naturaleza. También las de aquellas gargantas prodigiosas que ensayaban fandangos en las tabernas en mis recordados tiempos con letras de amor y de hambre de todo. Ahora, fueron remplazados estos sonidos por el de las salpicaduras de los coches al rodar en las calzadas inundadas por la lluvia, y por otros más molestos que no quiero contar. Pero en mi pueblo, cuando estoy aquí, a pesar de algunos ruidos miserables, aprendo a hablar con el silencio.
Sigue lloviendo sobre los viejos, contados y ondulados tejados de nuestro pueblo donde los gatos solían emitir sonidos amorosos en noches como las de hoy. Ya se fueron aquellos gatos de mi infancia montados en un maullido que se llevó el viento hace mucho tiempo. Espero que ese mismo viento vuelva a traerme esos recordados sonidos algún día cuando el aire de la vuelta. Cuando lo haga, de esto estoy seguro, ya será tarde para mí.
Veo a través de mi ventana la lluvia caer en la avanzada noche. Una niebla casi derrotada abriga con una sábana blanca hecha jirones parte de la sierra que desde una de las ventanas de mi casa diviso. Un amarillento resplandor colorea una parte del nublado, y es que la luna debe de estar asomando por Jabalcuz que esta noche no podrá bañarse con su lumbre de luz en este invierno que agoniza.
Sigue lloviendo y el olivar bebiendo. Dejémoslo beber, que no malgaste el agua que hoy lo riega, que sepa guardarla en las albercas de sus raíces pues les hará falta cuando empiecen a cantar las cigarras.

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