En algunos tajos grandes habiendo acabado la recolección de la aceituna, o terminada la molturación en los molinos, algunos patronos solían tener algún detalle con los obreros, bien con una damajuana de vino en el tajo el último día de trabajo, o una comilona, como se solía decir en nuestro pueblo, “comitrona”, que por lo general el escenario del festín días después del arremate era el de cualquier lugar escogido de nuestro cerro. Cuando esa muestra de agradecimiento del acomodado y mezquino patrón quedaba soterrada, que lo era casi siempre, los mismos jornaleros a escote se daban un homenaje a sabiendas de que el perdedor de la fiesta no era el amo, sino el borrego.
En estas celebraciones nunca participaban las mujeres. La única aportación que algunas tenían era la de recibir después del evento al alegre marido entre risas por lo inusual en él de verlo achispado, y es que el vino en estas ocasiones corría en exceso, y se hacía bueno aquello de “Cuando Dios llamó a Gabino no dijo: Gabino ven, sino ¡venga vino!
En aquellos tiempos el vino no se vendía en nuestro pueblo embotellado o en brik como ahora, sino llevando a llenar la botella o damajuana a la taberna o a cualquiera de las muchas tiendas de ultramarinos que existían por aquellos tiempos. En todos estos establecimientos, el barril conteniendo vino blanco de la bodega Morenito o Maroto permanecía anclado en un ala de la sala con su pipa (grifo) de madera dispuesto a abrirse a la necesidad de cada cliente.
Para celebraciones como la de la fotografía que cuelgo como ilustración a mi comentario, sospecho que los celebrantes de un pueblo cercano al nuestro ya habían apurado más de una damajuana a juzgar por el estado de embriaguez que se observa en todos los participantes. Uno de ellos presume enseñando la curvatura de su barriga, saturada tal vez por el atracón de la “comitrona”, mientras que otros beben de una bota de vino y bailan. El que recortada su figura asoma a la derecha de la fotografía, parece que anda hurgando en su entrepierna algo que busca y no encuentra. Estoy por apostar que dado su estado ebrio, acompañado asimismo por su edad, no llegaría a hallar lo que buscaba.
Los borrachos de vino eran graciosos. No sé por qué, los chiquillos cuando veíamos alguno balanceándose por las calles de nuestro pueblo le gritábamos aquello de: “paloma, paloma…” Me gustaría saber el origen de esto. Lo que sí tengo seguro es que si aquellos borrachos de vino eran divertidos, los de ahora con las bebidas incendiarias que ingieren alborotando con ello sus neuronas, son, en muchos de los casos, peligrosos y pendencieros.
Como despedida solo quiero desearles a todos los que disfruten de algún arremate gocen del festejo lo mismo o más que los que aparecen en la fotografía.
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