LOS
BANCOS Y LAS PERSONAS MAYORES.
José con noventa y dos
años se dirige al banco donde desde siempre tiene sus ahorros. No acostumbra a
ello ya que su hija es la encargada de ir al menos una vez al mes a la sucursal
para disponer de efectivo, así como poner la libreta al día y comprobar los
cargos e ingresos realizados, pero hoy está
hospitalizada, y él necesita dinero para atender sus necesidades.
En el patio de la oficina una señora que entra
al mismo tiempo que él le manda identificarse en una máquina habilitada para
ello a lo que la buena mujer viendo el desconcierto del anciano le ayuda marcando
su DNI, además de si es o no cliente y
la sección en la que desea ser atendido. La máquina una vez introducidos estos
datos vomita un papel con letras y números y José todo sorprendido da las
gracias a aquella amable señora a la que
siguiendo sus consejos se sienta a esperar delante de una pantalla a que
aparezcan los mismos guarismos y letras que le asignó el extraño aparato.
Mientras aguarda su turno observa a un puñado de empleados en minúsculos
habitáculos separados unos de otros por cristaleras opacas atendiendo a
clientes.
Todo ha cambiado se
dice para sus adentros. Intenta desde su posición identificar a alguno de los que
trabajan dentro de aquellos extraños receptáculos sin resultado positivo. No
conoce a ninguno, ni ha habido un cruce de miradas entre él y ellos, atentos
todos a la pantalla que hay en cada una
de sus mesas. Mientras espera, recuerda a muchos de los antiguos empleados de
esa sucursal que se dirigían a él por su nombre y que aunque estuviesen
ocupados levantaban una mano indicándole con un gesto que de momento iba a ser
atendido, y cómo no, a aquél director
que le ayudó a salir de aquél bache con el que llegó a confraternizar en
aquellos tiempos cuando la confianza estaba por encima de las garantías, ahora,
cuentan, que si no tienes no te prestan dinero, lo que a su corto entender le
llena de dudas.
A intervalos, la
pantalla a la que no le quita ojo va emitiendo con un extraño sonido números indicando
la sala a la que debe dirigirse el cliente agraciado. Pasado un buen rato y
viendo que su turno nunca llega y aprovechando que uno de los empleados ha
quedado libre se dirige a él. Le explica que quiere sacar dinero y este le mira
un tanto extrañado para decirle que el negociado de caja cerró a las once de la
mañana, que opere con su tarjeta desde el cajero que está en la calle. El
empleado ve al hombre un tanto confundido por lo que muy cortésmente le ofrece
que tome asiento. José obedece y sentado con sus dos manos apoyadas en su
bastón observa al joven empleado que viste de manera elegante. Entre ellos hay
el siguiente diálogo:
-Señor José, he mirado los productos que consume y veo que
no dispone de tarjeta. Si usted quiere le puedo solicitar una de débito, y otra
de crédito. Es muy sencillo, con ellas a través de un pin puede disponer de
efectivo en toda la red de sucursales de nuestro Banco, e incluso en los de la
competencia. Si dispone de un Pc o de un Smartphone, en online, podrá pagar sus
recibos, hacer transferencias y saber su saldo en todo momento, siempre
mediante una clave, todo, a través de
Internet, ya que entrando en Gooble…
-Mire, joven. Yo no entiendo nada de lo que usted me dice,
comprenda que soy mayor, y no estoy preparado para ese vocabulario. Yo lo que
quiero es doscientos euros…
-Ya le he dicho señor José, que la caja está cerrada. Venga
usted mañana, además, si es esa la cantidad que quiere disponer, no quiero
adelantarle… en fin, pásese mañana.
Y aquél señor de
avanzada edad ni siquiera dice adiós, se despide del empleado con una mirada
intensa y prolongada que de seguro taladraría la conciencia del representante
bancario. Después, en silencio, abandona
la sucursal con paso lento y vacilante mientras lo ve todo borroso producto de
las lágrimas que han aflorado en sus ojos motivado por la ira contenida y la
impotencia.
La triste situación
vivida por el protagonista de este relato es una más de las muchas que sufren
una buena parte de este colectivo que casi roza los diez millones, todas personas mayores, una
gran mayoría de ellas sin conocimientos para practicar con las tecnologías
existentes y que además recelan de ellas debido a su inexperiencia. La
exclusión financiera de este sector se ve agravada además por el cierre de más
del cincuenta por ciento de sucursales bancarias en los últimos años y el
despido de miles de empleados. Esto ha supuesto que en muchas poblaciones
pequeñas al día de hoy no dispongan como antes de ninguna entidad financiera ni
tampoco de cajero, otra puñalada más a la España vaciada.
Yo he sido bancario,
que no banquero, y sé lo que es estar sometido a tensiones buscando siempre la
rentabilidad para mi empresa, pero me consta que el beneficio de los bancos se
ha incrementado de manera muy sustancial
dado que el margen financiero al día de hoy es muy considerable al no estar remunerado el
pasivo, es decir, los depósitos, contribuyendo a esto la disminución de los
costes laborales por la disminución de las plantillas, alimentado a su vez por
el cobro de comisiones entre las que destaco las del mantenimiento de muchas de
las cuentas.
Para que escenas como
la que reproduzco no lleguen a suceder, entiendo que no sería demasiado pedirles a los señores
banqueros tengan un poco de dignidad para las personas mayores, habilitando en cada oficina un puesto de trabajo, un
empleado que aparte de realizar otros menesteres, se encargue de atender y formar en lo más básico a este colectivo
sénior al que tanto les debe la sociedad, y asimismo, las entidades financieras,
-si lo sabré yo- porque no creo que con ello
llegaran a alterarse mucho sus ya abultadas cuentas de resultados.
Porque tú
que eres persona mayor te lo mereces, porque te esperamos a cualquier
hora para atenderte, formarte, e informarte.
Eslogan, que colocaría
en los ventanales de muchos bancos.
Quisiera que mis ruegos
se hiciesen realidad. Yo, con tal de echar una mano prestaría mis cortos
conocimientos de manera altruista. Que me llamen, estoy dispuesto.
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