APRENSION
Y DEPRESIÓN
Diálogo
de dos torrecampeñas antes de la pandemia.
Una.
-La
persona de la que hablas, dicen, que desde que le ocurrió aquella desgracia
apenas sale a la calle, pues comentan que desde ese momento dejó de comunicarse
con los vecinos, incluso hasta con la
familia, y por lo que cuentan y esto es lo más grave, anda más que distraído,
vamos, que “sametio” en aprensión y no quiere el hombre “depechar”.
Otra.
-¡María,
hay que ver, con lo “palpetero” que era! Un sobrino suyo me dijo que está muy
triste, que rompe a llorar por menos de “ná”, y es más, me aseguró que de
seguir así no tardará en fregar la cuchara.
Según la RAE, aprensión significa: Escrúpulo,
recelo de ponerse en contacto con otra persona, o con algo que le pueda venir
contagio. En cambio, depresión figura
como: Síndrome caracterizado por una tristeza profunda y por la inhibición de
las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos.
Estas dos enfermedades,
tanto la aprensión, como la depresión, encontraron un buen caldo de cultivo con
la llegada del coronavirus. El parón de la interacción social, es decir la
falta de relacionarnos en los dos años que llevamos de pandemia, además del
enclaustramiento, han provocado y están
provocando que nuestra salud mental se esté deteriorando, así pues, el insomnio, la ansiedad motivada por la
incertidumbre, además del pánico en
ocasiones, y sobre todo el miedo al contagio, contribuyen a que a una mayoría,
yo diría que silenciosa de nuestra sociedad, les esté ocurriendo lo que a la
persona que hacen referencia las tertulianas del principio.
Es muy triste lo que
nos está sucediendo y ansiamos que de una vez por todas esto acabe. Hemos visto
que después de cada ola nos decían los entendidos virólogos que ya se veía la luz al final del túnel, pero
como si tratase de una película de ciencia ficción, pareciera como si este
maldito virus estuviese teledirigido, como si alguien apretase un botón para que
el bicho mute una y otra vez con más virulencia si cabe cuando creíamos que lo
habíamos vencido llevándonos como viene sucediendo siempre al punto de partida
del comienzo de esta crisis sanitaria que vivimos.
No debemos caer ni en
la aprensión, y lo que es más grave en la depresión a pesar de las
circunstancias que estamos viviendo. Debemos procurar airear nuestras penas y
nuestros conflictos compartiéndolos, esos sentimientos dañinos que nos corroen,
que surgen a veces de manera espontánea y que nos arrastran a situaciones anómalas,
tales como a aislarnos de los amigos, y lo que es más grave y les está
ocurriendo a mucha gente mayor, hasta con la familia más cercana.
Escribo esto porque no
encuentro a nadie que me aconseje de este hartazgo que vivo, y no encontrando
quién lo haga, he recurrido a ese otro yo, a darme ánimos yo mismo aunque no
los necesite tanto como aquellos que se puedan encontrar como el pobre hombre que
refieren las dos mujeres en el coloquio del principio, porque hasta ahí no
llego, ni quisiera llegar.
Lo que a mí me pasa es
lo mismo que te está pasando a ti, que tengo hambre de besos y abrazos, de juntarme
con mi familia, con los amigos, con los vecinos sin aprensión al contagio.
Tengo hambre de estar con mis nietos sin una mascarilla para que me reintegren
todo el saldo a mi favor por tantos besos que no he recibido en estos dos
últimos años. Tengo hambre de ir a mi pueblo y oír el sonido explosivo de los
cohetes en cualquiera de nuestras fiestas, hambre de nuestras procesiones, de
celebrar nuestra romería, de ver a nuestra banda de música por las calles, de
nuestra feria, hambre… de que volvamos a ser como fuimos.
Sí, amigos, tengo
hambre de volver a la normalidad, aunque cuando esto llegue sé que será una
normalidad con muchas cicatrices, las mías, como las de las gran mayoría siguen
sangrando. Mientras tanto, un consejo: seamos precavidos sin llegar a ser
aprensivos.
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