jueves, 10 de febrero de 2022

APRENSION Y DEPRESIÓN.

 

APRENSION Y DEPRESIÓN

Diálogo de dos torrecampeñas antes de la pandemia.

Una.

-La persona de la que hablas, dicen, que desde que le ocurrió aquella desgracia apenas sale a la calle, pues comentan que desde ese momento dejó de comunicarse con  los vecinos, incluso hasta con la familia, y por lo que cuentan y esto es lo más grave, anda más que distraído, vamos, que “sametio” en aprensión y no quiere el hombre “depechar”.

Otra.

-¡María, hay que ver, con lo “palpetero” que era! Un sobrino suyo me dijo que está muy triste, que rompe a llorar por menos de “ná”, y es más, me aseguró que de seguir así no tardará en fregar la cuchara.

Según la RAE, aprensión significa: Escrúpulo, recelo de ponerse en contacto con otra persona, o con algo que le pueda venir contagio. En cambio, depresión figura como: Síndrome caracterizado por una tristeza profunda y por la inhibición de las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos.

Estas dos enfermedades, tanto la aprensión, como la depresión, encontraron un buen caldo de cultivo con la llegada del coronavirus. El parón de la interacción social, es decir la falta de relacionarnos en los dos años que llevamos de pandemia, además del enclaustramiento, han provocado y  están provocando que nuestra salud mental se esté deteriorando, así pues,  el insomnio, la ansiedad motivada por la incertidumbre, además del   pánico en ocasiones, y sobre todo el miedo al contagio, contribuyen a que a una mayoría, yo diría que silenciosa de nuestra sociedad, les esté ocurriendo lo que a la persona que hacen referencia las tertulianas del principio.

Es muy triste lo que nos está sucediendo y ansiamos que de una vez por todas esto acabe. Hemos visto que después de cada ola nos decían los entendidos virólogos que  ya se veía la luz al final del túnel, pero como si tratase de una película de ciencia ficción, pareciera como si este maldito virus estuviese teledirigido, como si alguien apretase un botón para que el bicho mute una y otra vez con más virulencia si cabe cuando creíamos que lo habíamos vencido llevándonos como viene sucediendo siempre al punto de partida del comienzo de esta crisis sanitaria que vivimos.   

No debemos caer ni en la aprensión, y lo que es más grave en la depresión a pesar de las circunstancias que estamos viviendo. Debemos procurar airear nuestras penas y nuestros conflictos compartiéndolos, esos sentimientos dañinos que nos corroen, que surgen a veces de manera espontánea y que nos arrastran a situaciones anómalas, tales como a aislarnos de los amigos, y lo que es más grave y les está ocurriendo a mucha gente mayor, hasta con la familia más cercana.

Escribo esto porque no encuentro a nadie que me aconseje de este hartazgo que vivo, y no encontrando quién lo haga, he recurrido a ese otro yo, a darme ánimos yo mismo aunque no los necesite tanto como aquellos que se puedan encontrar como el pobre hombre que refieren las dos mujeres en el coloquio del principio, porque hasta ahí no llego, ni quisiera llegar.

Lo que a mí me pasa es lo mismo que te está pasando a ti, que tengo hambre de besos y abrazos, de juntarme con mi familia, con los amigos, con los vecinos sin aprensión al contagio. Tengo hambre de estar con mis nietos sin una mascarilla para que me reintegren todo el saldo a mi favor por tantos besos que no he recibido en estos dos últimos años. Tengo hambre de ir a mi pueblo y oír el sonido explosivo de los cohetes en cualquiera de nuestras fiestas, hambre de nuestras procesiones, de celebrar nuestra romería, de ver a nuestra banda de música por las calles, de nuestra feria, hambre… de que volvamos a ser como fuimos.

Sí, amigos, tengo hambre de volver a la normalidad, aunque cuando esto llegue sé que será una normalidad con muchas cicatrices, las mías, como las de las gran mayoría siguen sangrando. Mientras tanto, un consejo: seamos precavidos sin llegar a ser aprensivos.

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