RÉQUIEN
POR UN CORTIJO.
A
ellos, a la generación a la que tanto
les debe esta sociedad, y sobre todo, a los que formando parte de ella han
muerto en mi pueblo por coronavirus.
En
su memoria.
Hay un cortijo en mi
pueblo donde el hambre yace amortajada con harapos negros.
Hay ventanas por las
que entran raquíticas palomas que se
posan antes de morir en estacas donde antes colgaban talegas con pan duro.
Hay una mancha en la
pared donde pendía un viejo candil que alumbró el parto de una niña analfabeta.
Hay una chimenea donde
con lumbres de estiércol seco, roncaban pucheros en los que bailaban al son de
la música de sus hervores, contados y desamparados garbanzos.
Hay un pajar en el que llueve
donde los muleros ya no juegan a las
cartas las tardes de tormenta.
Hay grietas en sus
muros por donde en noches de plenilunio emergen murciélagos que escalan hasta
la luna para amamantarse de ella.
Hay en el suelo muelles
oxidados del somier donde la cortijera dormía soñando con bañarse en el mar que
nunca conoció.
Hay una cuadra donde
los cascotes reposan en los pesebres sirviendo de pienso a las telarañas.
Hay un aljibe donde en
su profundidad beben agua vieja jornaleros muertos.
Hay una teja inclinada
que perfora la pared de una ruinosa habitación donde ahora solo mean las
lagartijas.
Hay piedras en el pavimento
que dejaron de brillar por el suave roce
de las albarcas.
Hay una alacena
arrumbada donde nunca albergó en sus estanterías algo que le gustase al perro.
Hay una destartalada
puerta en el suelo con clavos corroídos por la herrumbre que soportó los
silbidos del viento de más de mil
temporales.
Hay cientos, miles de
olivos a su alrededor que pertenecen al dueño del cortijo a quien no conocen,
ya que nunca les agasajó con una caricia
de azadón.
Hay plantas parásitas sin escardar en los muros del cortijo esperando a que el
niño cortijero la desmoche con su heredado y desgastado almocafre de desdichas.
Hay días donde la luna
quiere seguir acostada en el sudoroso jergón donde murió el abuelo.
Hay noches que se oyen
lamentos, pero son el alma de desgarrados fandangos cantados por finados
jornaleros que ansían volver a vivir
otra vez en aquel cortijo.
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