CINES
DE VERANO
Juego
de manos, a la sombra de un cine de verano. No, no voy a mostrarles
la letra de esta canción de Sabina que estoy seguro muchos conocemos y que al
oírla hoy en el radio, la máquina de mi
memoria ha proyectado recuerdos de mi infancia y adolescencia inmortalizando
aquellos cines de verano que disfrutamos los de mi generación.
Todo empezaba con el
calor. Para San Isidro los cines de verano de nuestro pueblo ya estaban algunos
acondicionados, con sus muros encalados, esto era primordial, por lo que los
primeros días el olor gratificante a la cal era muy notorio. El cerco negro
recién pintado de la pantalla resaltaba sobre
el blanco impoluto de la misma donde al anochecer, en la primera función,
debido a la claridad aún reinante no se distinguían con nitidez a los
personajes que salían en el Nodo. El olor a tierra fresca recién regada en el
patio de sillas solo lo disfrutaban aquellos que no estaban en las escalinatas
del gallinero donde la chiquillería soportábamos el calor de las losas de los
asientos en nuestras posaderas; gradas caldeadas por las chicharreras de incontables siestas
por lo que para disimular el bochorno y no nos llegase a pasar lo del niño del
chiste de Paco Gandía –el de los garbanzos en la plaza de toros- con el fin de aliviarnos cuanto antes del
sofoco solíamos gritar a coro una y otra
vez ¡Que lo echen ya!
Cada cine a primera
hora de la mañana colgaba la cartelera anunciando la película en los muros de
su local y en los aledaños de nuestra plaza en un lugar reservado. A veces, si
la película era muy esperada, el pregonero del pueblo, o Juan Diego, en las
esquinas de las calles, anunciaban a golpe de garganta el título del films y el
cine donde se proyectaba. Una hora antes de la función, los altavoces a todo
volumen instalados en la puerta de los cines inundaban con sus decibelios
música de moda o la de alguna banda sonora como la de El Bueno, el Feo, y el Malo,
de Ennio Morricone, esto último que cuento es de un tiempo donde ya era yo más que un aprendiz de mozo.
Cines de verano como El
Rosales de La Puerta Jaén frente al
convento, el del Moyuelo donde está la plaza de abastos, y el del molino de
aceite de don Justo en el Camino de la Estación, fueron los primeros cines de
verano de nuestro pueblo. Cines los nombrados de mi niñez donde recuerdo haber
visto Ama Rosa en el Rosales, La Herida Luminosa en el del molino ya mencionado y Quo Vadis en el Moyuelo.
No cabe duda que el Cine
Paseo fue el mejor cine de verano que disfrutamos en nuestro pueblo, pues los
otros referidos estaban instalados en improvisados locales y corralones, como
el de la familia Malo en su molino de aceite. El Cine Paseo junto con el del
Valverde que llegó a llamarse: Risán, Eslava o Rialto, aquél que fue nuestro
cine de invierno, disponía de un patio con gallinero incluido y fue un clásico
dentro de los cines de verano de nuestro pueblo.
Adiós a aquellos cines
de verano de tan entrañables recuerdos. Adiós a esa mezcla de sentimientos
limpios vividos en mi niñez y adolescencia en aquellas noches calurosas donde
algunos entraban con el botijo en la mano con el fin de refrescarse para ver
películas entretenidas de géneros variados, del oeste, de risa, de romanos, de
lágrimas, y de aventuras, todas ellas calificadas a la salida por los que salían
a los que entraban a la segunda función, como peliculón, “pisiaso”, o “lataso”.
Aquellos cines de
verano de mi pueblo, de placenteras noches estrelladas, donde a veces, alguna
estrella fugaz o la luz intermitente de algún lejano avión distraían la mirada
de la pantalla. Retales de recuerdos de mi niñez y de mi infancia que se
bambolean entre el aroma de los dompedros de los arriates de algunos de estos
cines donde todas las tardes esperaban ellos florecer a partir de oír el último
de los tres sonoros timbrazos anunciando la proyección, para así poder ver
estas bellas flores la película gratis. El clic, clic, clic, tan característico
de la gente comiendo pipas quedaba apagado a veces cuando los protagonistas se
besaban y los chiquillos desde el gallinero gritábamos aquello de: picho, picho, picho. Las brasas de los
cigarrillos parpadeando en la semioscuridad y su humo buscando el cielo pasaban
a veces por el haz de luz del proyector dibujando extrañas y enmarañadas
nebulosas que llegaban asimismo a distraer a los espectadores.
Y
mientras en la pantalla prendía fuego a Roma Nerón, contra la última fila del
cine y en calcetines aprendimos tú y yo…Vuelve Sabina. ¡Cuántos
recuerdos!
¡Qué pena que
desaparecieran aquellos cines de verano!
Ya lo dije en otro
escrito donde comentaba nuestros cines: Los
cines de verano desaparecieron cuando aquél conocido pintor de techos de cines
de verano se jubiló.
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