jueves, 23 de julio de 2020

CINES DE VERANO


CINES DE VERANO
Juego de manos, a la sombra de un cine de verano. No, no voy a mostrarles la letra de esta canción de Sabina que estoy seguro muchos conocemos y que al oírla hoy en el radio, la máquina de  mi memoria ha proyectado recuerdos de mi infancia y adolescencia inmortalizando aquellos cines de verano que disfrutamos los de mi generación.
Todo empezaba con el calor. Para San Isidro los cines de verano de nuestro pueblo ya estaban algunos acondicionados, con sus muros encalados, esto era primordial, por lo que los primeros días el olor gratificante a la cal era muy notorio. El cerco negro recién pintado  de la pantalla resaltaba sobre el blanco impoluto de la misma donde al anochecer, en la primera función, debido a la claridad aún reinante no se distinguían con nitidez a los personajes que salían en el Nodo. El olor a tierra fresca recién regada en el patio de sillas solo lo disfrutaban aquellos que no estaban en las escalinatas del gallinero donde la chiquillería soportábamos el calor de las losas de los asientos en nuestras posaderas; gradas caldeadas  por las chicharreras de incontables siestas por lo que para disimular el bochorno y no nos llegase a pasar lo del niño del chiste de Paco Gandía –el de los garbanzos en la plaza de toros-  con el fin de aliviarnos cuanto antes del sofoco  solíamos gritar a coro una y otra vez ¡Que lo echen ya!
Cada cine a primera hora de la mañana colgaba la cartelera anunciando la película en los muros de su local y en los aledaños de nuestra plaza en un lugar reservado. A veces, si la película era muy esperada, el pregonero del pueblo, o Juan Diego, en las esquinas de las calles, anunciaban a golpe de garganta el título del films y el cine donde se proyectaba. Una hora antes de la función, los altavoces a todo volumen instalados en la puerta de los cines inundaban con sus decibelios música de moda o la de alguna banda sonora como la de El Bueno, el Feo, y el Malo, de Ennio Morricone, esto último que cuento es de un tiempo  donde ya era yo  más que un aprendiz de mozo.
Cines de verano como El Rosales de  La Puerta Jaén frente al convento, el del Moyuelo donde está la plaza de abastos, y el del molino de aceite de don Justo en el Camino de la Estación, fueron los primeros cines de verano de nuestro pueblo. Cines los nombrados de mi niñez donde recuerdo haber visto Ama Rosa en el Rosales, La Herida Luminosa en el del molino ya mencionado y Quo Vadis en el Moyuelo.    
No cabe duda que el Cine Paseo fue el mejor cine de verano que disfrutamos en nuestro pueblo, pues los otros referidos estaban instalados en improvisados locales y corralones, como el de la familia Malo en su molino de aceite. El Cine Paseo junto con el del Valverde que llegó a llamarse: Risán, Eslava o Rialto, aquél que fue nuestro cine de invierno, disponía de un patio con gallinero incluido y fue un clásico dentro de los cines de verano de nuestro pueblo.
Adiós a aquellos cines de verano de tan entrañables recuerdos. Adiós a esa mezcla de sentimientos limpios vividos en mi niñez y adolescencia en aquellas noches calurosas donde algunos entraban con el botijo en la mano con el fin de refrescarse para ver películas entretenidas de géneros variados, del oeste, de risa, de romanos, de lágrimas, y de aventuras, todas ellas calificadas a la salida por los que salían a los que entraban a la segunda función, como peliculón, “pisiaso”, o “lataso”.
Aquellos cines de verano de mi pueblo, de placenteras noches estrelladas, donde a veces, alguna estrella fugaz o la luz intermitente de algún lejano avión distraían la mirada de la pantalla. Retales de recuerdos de mi niñez y de mi infancia que se bambolean entre el aroma de los dompedros de los arriates de algunos de estos cines donde todas las tardes esperaban ellos florecer a partir de oír el último de los tres sonoros timbrazos anunciando la proyección, para así poder ver estas bellas flores la película gratis. El clic, clic, clic, tan característico de la gente comiendo pipas quedaba apagado a veces cuando los protagonistas se besaban y los chiquillos desde el gallinero gritábamos aquello de: picho, picho, picho. Las brasas de los cigarrillos parpadeando en la semioscuridad y su humo buscando el cielo pasaban a veces por el haz de luz del proyector dibujando extrañas y enmarañadas nebulosas que llegaban asimismo a distraer a los espectadores.
Y mientras en la pantalla prendía fuego a Roma Nerón, contra la última fila del cine y en calcetines aprendimos tú y yo…Vuelve Sabina. ¡Cuántos recuerdos!
¡Qué pena que desaparecieran aquellos cines de verano!
Ya lo dije en otro escrito donde comentaba nuestros cines: Los cines de verano desaparecieron cuando aquél conocido pintor de techos de cines de verano se jubiló.

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