sábado, 12 de octubre de 2019

EN LA MANIFESTACIÓN POR EL BAJO PRECIO DEL ACEITE.




(Mi primer acto como embajador local, que cuento en despacho y que envío vía valija diplomática)

Tal y como describo casi al principio de mi libro “Cuando la guerra acabe”, los árboles del Paseo del Prado están ya adquiriendo los colores propios de la estación otoñal; el color amarillo se dejaba notar en algunas de las hojas de las ramas de los plátanos de Indias y de las acacias del paseo.

El autobús que me llevaba hasta Cibeles a pesar de utilizar el carril-bus lo hacía muy lentamente. Todos los carriles estaban ocupados por filas interminables de autobuses que se dirigían a la manifestación, lo que impedía una circulación fluida. Desde mi ventanilla iba adelantando a muchos de ellos que claramente identificaban el origen de su procedencia con pancartas y letreros. Allí pude ver a los de Arjona, algunos con ramos de olivo. Otros de Sierra Magina,  y un sinfín más de Andalucía, pero los más, de nuestra provincia, de pueblos algunos muy alejados de la capital.   

Llegado a Cibeles contacté con un amigo que venía en uno de los dos autobuses salidos de nuestro pueblo. Me dijo que estaban en la Glorieta de Atocha, por lo que calculé que ese aproximadamente kilómetro de distancia hasta el final del trayecto duraría al menos veinte minutos. Después de tomarme un café volví hasta el edificio de Correos, hoy convertido en el Ayuntamiento de Madrid y allí me aposenté delante de uno de sus muros viendo como los autobuses  que venían a la manifestación se despojaban frente a mí de toda aquella marea de gentes que sin preguntar seguían a los que les habían precedido.   

Durante el tiempo que estuve esperando muchos de aquellos  no dudaban en preguntarme donde había un bar para achicar aguas con el fin de remediar su acuciante necesidad fisiológica. La próstata maldita, mascullé para mis adentros.

Y allí estuve viendo como aquellas buenas gentes venidas de mi tierra, tenían todos hoy un común denominador, el protestar por los bajos precios del aceite muy por debajo del umbral de rentabilidad, precios que abocan a la ruina de las familias productoras y a las personas que viven del olivar.

Sentí orgullo al ver a la gente de mi pueblo en Madrid para un acto como este. Después de los saludos, en la calle Montalbán se enarbolaron las pancartas y nos unimos a la riada ingente de personas que por la calle Alfonso XII iban clamando una solución, que en este momento todos dan por seguro se va a recrudecer ante las medidas arancelarias que el presidente estadounidense va a imponer. USA abusa, leí en una de las pancartas.

No sé si conseguiremos algo, pero una cosa dejamos clara, el escenificar con nuestra protesta a la opinión pública la grave crisis que atraviesa el sector del aceite, y la de exigir al Gobierno central que defienda los intereses de tantas y tantas familias que viven del sector olivarero, y que esta queja la trasladen a Bruselas, y cómo no, al mismísimo Trump. Faltaría más.

Y la manifestación después de oír a varios oradores en una tribuna ante el Ministerio de Agricultura, se disolvió como empezó, pacíficamente.  A algunos de los nuestros los encaminé hasta el mejor sitio donde se degustan los bocadillos de calamares en Madrid, muy cerca de allí por cierto.

Espero que pronto el mercado del aceite se estabilice, y los precios vuelvan a estar en consonancia al menos de principio con el del coste de producción. Hay muchas familias de mi pueblo esperando que esto suceda, y sobre todo mucha gente temiendo no poder ganar un jornal. El hombre del campo desde siempre ha estado sufriendo, como aquellos de mis tiempos, curtidos todos por lluvias vientos y soles, y siguen ahora sus hijos y nietos  estando ahí de nuevo al pie del cañón, aguantando. ¡Hasta cuándo!    

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