lunes, 12 de diciembre de 2022

ABUELAS DE AQUÉL AYER.

 


Con todo mi cariño, a todas las abuelas torrecampeñas.

La foto es tan expresiva que lo dice todo. Ahí está la abuela sosteniendo a su nieto dormido mientras atiende sus obligaciones en la cocina. Viendo esto, me vais a permitir que abra la puerta de mi memoria con la llave de mi corazón para radiografiar una pequeñísima parte del pasado de estas mujeres como la que aparece en la fotografía poseedoras de valiosos tesoros, entre ellos: la ternura, la sabiduría, y el sacrificio, valores estos que lamentablemente una buena parte de la sociedad actual ha rechazado heredar.

Me imagino la infancia que tuvo esta mujer, la que iría al colegio solo lo justo hasta aprender a leer silabeando las palabras y a escribir su nombre junto a un garabato en un papel, la que dormiría en un colchón de farfolla acompañada de una o varias hermanas, la que a la hora de comer metería la cuchara en un único recipiente junto con las del resto de  la familia, la que iría a por agua a la fuente, la que antes de cumplir los diez años ya era jornalera en la aceituna, la que desde pequeña le enseñaron a arrancar matas de garbanzos y matalahúga y ayudar en la era a sus padres, la que aprendió a hilvanar y a zurcir remiendos, la que para lavar la ropa tenía que ir al arroyo, la que desde la ventanilla del tren vio por primera vez el mar aquella vez que se fue a vendimiar a Francia, la que con mucho esfuerzo llegó a tener un papel que le hacía propietaria de un techo, la que sacó adelante junto a su marido a sus hijos dándoles a todos una cultura que ella no pudo tener, la que trabajó durante toda su vida sin horas, sin vacaciones, y sin dar de alta en la seguridad social, y entre otras cosas, y esta es la más importante, la que respetó a sus padres y abuelos a los que asistió hasta su muerte.

Abuelas como las de la fotografía que lo dieron todo por la familia mientras han sido útiles, transmisoras de sabiduría y experiencia además de dar sabios consejos, apoyo emocional, e incluso económico para mantener a la familia unida.

Lamentablemente, para una parte de la sociedad actual las personas mayores son una carga, una resta de libertades a su ocio, a su vida fácil, llegando a veces hasta coartar sus devaneos amorosos. Un problema asimismo para las relaciones familiares que nunca habrán sido tan espinosas desde quiera que la abuela ya no pudo ayudar y ahora tiene que ser ayudada.

Mientras tanto, a estas abuelas, en su soledad, la más infame de todas las compañías, les quedarán todavía cariño por repartir, lo que ya no les quedarán es el cariño económico porque lo fueron repartiendo ayudando con sus ahorros a los hijos y nietos cuando estaban en apuros, y morirán esperando cada noche el beso de buenas noches de sus hijos, o sus llamadas, pero ellos estarán tan ocupados que  no tendrán tiempo ni para esto.

Una persona madrileña a la que yo le tenía mucho aprecio me dijo un día: Antero, la soledad es mala, pero la soledad en compañía es mucho peor. Se me saltaron las lágrimas.

Las personas mayores merecen vivir una vejez placentera, rodeadas del respeto y cariño de sus familiares evitando a toda costa su aislamiento. Ellos, nos demostrarán su agradecimiento con un gesto, o con una gratificante pero muda mirada cuando perciban la dulce caricia de una mano y la pausada voz de quién les hable empleando un tono acaramelado, casi acunado. Son pequeños detalles que a ellos les gusta.

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