Con todo mi cariño, a todas las abuelas torrecampeñas.
La foto es tan
expresiva que lo dice todo. Ahí está la abuela sosteniendo a su nieto dormido
mientras atiende sus obligaciones en la cocina. Viendo esto, me vais a permitir
que abra la puerta de mi memoria con la llave de mi corazón para radiografiar
una pequeñísima parte del pasado de estas mujeres como la que aparece en la
fotografía poseedoras de valiosos tesoros, entre ellos: la ternura, la
sabiduría, y el sacrificio, valores estos que lamentablemente una buena parte
de la sociedad actual ha rechazado heredar.
Me imagino la infancia
que tuvo esta mujer, la que iría al colegio solo lo justo hasta aprender a leer
silabeando las palabras y a escribir su nombre junto a un garabato en un papel,
la que dormiría en un colchón de farfolla acompañada de una o varias hermanas,
la que a la hora de comer metería la cuchara en un único recipiente junto con las
del resto de la familia, la que iría a
por agua a la fuente, la que antes de cumplir los diez años ya era jornalera en
la aceituna, la que desde pequeña le enseñaron a arrancar matas de garbanzos y
matalahúga y ayudar en la era a sus padres, la que aprendió a hilvanar y a
zurcir remiendos, la que para lavar la ropa tenía que ir al arroyo, la que
desde la ventanilla del tren vio por primera vez el mar aquella vez que se fue
a vendimiar a Francia, la que con mucho esfuerzo llegó a tener un papel que le
hacía propietaria de un techo, la que sacó adelante junto a su marido a sus
hijos dándoles a todos una cultura que ella no pudo tener, la que trabajó
durante toda su vida sin horas, sin vacaciones, y sin dar de alta en la
seguridad social, y entre otras cosas, y esta es la más importante, la que
respetó a sus padres y abuelos a los que asistió hasta su muerte.
Abuelas como las de la
fotografía que lo dieron todo por la familia mientras han sido útiles, transmisoras
de sabiduría y experiencia además de dar sabios consejos, apoyo emocional, e
incluso económico para mantener a la familia unida.
Lamentablemente, para
una parte de la sociedad actual las personas mayores son una carga, una resta
de libertades a su ocio, a su vida fácil, llegando a veces hasta coartar sus devaneos
amorosos. Un problema asimismo para las relaciones familiares que nunca habrán
sido tan espinosas desde quiera que la abuela ya no pudo ayudar y ahora tiene
que ser ayudada.
Mientras tanto, a estas
abuelas, en su soledad, la más infame de todas las compañías, les quedarán
todavía cariño por repartir, lo que ya no les quedarán es el cariño económico
porque lo fueron repartiendo ayudando con sus ahorros a los hijos y nietos
cuando estaban en apuros, y morirán esperando cada noche el beso de buenas
noches de sus hijos, o sus llamadas, pero ellos estarán tan ocupados que no tendrán tiempo ni para esto.
Una persona madrileña a
la que yo le tenía mucho aprecio me dijo un día: Antero, la soledad es mala,
pero la soledad en compañía es mucho peor. Se me saltaron las lágrimas.
Las personas mayores
merecen vivir una vejez placentera, rodeadas del respeto y cariño de sus
familiares evitando a toda costa su aislamiento. Ellos, nos demostrarán su
agradecimiento con un gesto, o con una gratificante pero muda mirada cuando
perciban la dulce caricia de una mano y la pausada voz de quién les hable empleando
un tono acaramelado, casi acunado. Son pequeños detalles que a ellos les gusta.
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