Acabo de quitar otra
hoja más al calendario. Qué rápido corre el tiempo para mí. Quisiera que esta apresurada percepción de ver pasar los
días, las semanas, y los meses, durara todo lo que me resta de vida, porque me
aventuro a señalar, y no quiero estar equivocado, de que esto pueda ser el
mejor síntoma de no tener ninguna enfermedad o problema. Por poner un ejemplo:
qué largos se me hicieron aquellos días que estuve hospitalizado, y qué cortos los
de aquellas vacaciones, o el de aquél recordado permiso que me dieron estando
en la mili. Miro el almanaque y aparece el mes de julio. Estamos en el ecuador
del año y en un recién estrenado verano.
El verano es un tiempo de olores muy particulares que se mecen en el tiempo aderezando los vientos presentes y
aquellos que acariciaron nuestra infancia y adolescencia. Hoy quiero correr
tras una bocanada de viento añejo para poder describir algunas de aquellas tan
buenas sensaciones.
Un mes de julio de hace
más de sesenta años:
Ronca el puchero de
barro con bufidos de vapores de
torrefacto. El característico olor de la cebada tostada se mezcla con el
penetrante de los picatostes. En la calle estos olores se difuminan con el tufo
poco agradable del rebaño de cabras que a
primeras horas de la mañana, el cabrero sirve la leche directamente desde las
ubres a la botella. Dentro de la casa,
una maceta de albahaca que está cerca del botijo de agua, me perfuma al acariciarla
con su fresco y mentolado olor. En la era huele a parva recién volteada para
más ruedas de trilla, también huele a las cañas secas de la mieses al ser
trituradas, a eneldos (nerdos) prisioneros entre los haces, y al salitre de los
garbanzos, mezclándose todas estas fragancias con el del trigo al ser envasado.
Ninguno de estos olores puede competir con el perfume de la matalahúga que
aderezan las casas después de recolectarla. Otro olor compite con este último
en mi casa, es el que emana una orza de barro que lleva expuesta al sol en la
azotea varios días y que sus efluvios se expanden entre el pajón que le sirve
de tapadera. Es el muy oloroso de las alcaparras que ya están en su punto. Las
casetas de los turroneros que se están instalando en el ferial huelen a
carpintería. Una mujer durante la siesta
riega la puerta de su casa para refrescar el ambiente, y al momento, el olor
inconfundible a tierra mojada baña la calle. Es la hora de ir a escondidas del
hortelano a bañarse en su alberca. Allí, las matas de tomates nos regalan, a mí,
y a otros niños, su agradable olor, como el de la higuera al tratar de
averiguar si tiene higos maduros. Un cañaveral nos proporciona una caña para el
lanzamiento de los huesos de “majuletas” y su frescura al ser cortada por la
navaja desprende un aroma muy peculiar.
A media tarde, el
del melocotón, junto con el de la
canela, ambos olores, aderezan el ponche torrecampeño. Antes del atardecer hay
que recoger los jazmines para fraguar las moñas que lucirán las mujeres
torrecampeñas en el pelo o en su pecho. Su perfume embriagador dicen que es el
aroma de la dulzura femenina. Para este que escribe es el aroma del verano. Al
esconderse el sol abrirán los jazmines. Los dompedros de los arriates del Cine
Paseo también abrirán sus flores para ver gratis la película.
Hoy, en el mes de
julio, cuando la mayor parte de las flores ya se marchitaron en nuestros
campos, quedan plantas muy olorosas que impregnan el aire de nuestra sierra
como el tomillo aceitunero y el mejorano que florecen en este tiempo y que aderezado
con el de los pinos y otras plantas autóctonas de nuestra sierra, en bocanadas
frescas y en noches tórridas, bajan hasta el pueblo colándose por los balcones,
refrescando a insomnes longevos que lo agradecen y a jóvenes trasnochadores que
muy posible estén estrenando su primer amor, el amor siempre recordado del
verano.
Cada pueblo tiene su
propio aroma, algo así como su ADN, el del Torredelcampo, nuestro pueblo, es
muy peculiar. Algún día figurará en un código de barras, o QR, pero mientras eso llega he tratado de recrear tu impronta sensorial
con algunas fragancias que he relatado y
que estoy seguro te habrán transportado a un lugar en el tiempo, en un viaje que
te habrá servido para ajustar el mapa de tu memoria perfumando y despertando
recuerdos.
¡Feliz verano!
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