lunes, 19 de julio de 2021

VEZA


 


Si en nuestro pueblo preguntásemos a cualquier joven, o aventurándome más, a algunos de los que casi rayan mi edad, qué es la veza, estoy por apostar que no sabrían decir que se trata de una planta leguminosa que se recolectaba en nuestro término hace muchos años para alimentar a los animales, en su mayor parte a  rumiantes como las cabras.

Las tierras que el año anterior habían estado sembradas por cereales, al siguiente, en rotación bienal, se dejaban descansar sembrando en los barbechos legumbres como, veza, habas, garbanzos, yeros, etcétera, consiguiendo con estos cultivos no esquilmar la tierra  ayudando con ello a su oxigenación.

Solía sembrarse en el mes de octubre. Del cebero donde se depositaba la simiente, caminando detrás del arado, se iba echando la veza a cada paso en el surco los granos  que cabían en los cuatros dedos de la mano, granos que eran sepultados en el surco siguiente. Después, al cabo de unos meses, cuando ya se distinguían  las matas desde lejos, llegado el mes de marzo, había que escardar el terreno eliminando las malas hierbas de la plantación.  

Durante el periodo de floración, en el mes de mayo, era un espectáculo contemplar el rojo purpureo de las flores de la veza  que inundaban todo el sembrado, resaltando estas, del verde intenso de sus matas y confundiéndose con el de los floridos gladiolos silvestres (paillas) que poblaban muchos de estos sembrados, que gallardos ellos, presumían de su belleza y estatura. El macho de nuestra perdiz roja le regalaba a su hembra cada atardecer y amanecer su característico canto entre la hermosura de estas flores.

A mediados de junio la veza ya estaba por lo general granada. Señal inequívoca era, cuando las vainas, -en nuestro pueblo “carruchas”- de la legumbre, adquirían un color amarillento llegando entonces a recolectarse. El trabajo de la recolección de la veza era uno de los más agotadores y penosos que solían sufrir la gente del campo, pues dado que la veza es una planta trepadora, las ramas de las matas se entrelazaban unas con otras llegando a formar una tupida red o maraña acostadas en el suelo, por lo que la mejor manera de recolectar esta herbácea era con la hoz a ras de tierra haciendo abultados ovillos a los que se les llamaba “boliches”. Ni que decir tiene que el dolor de la rabadilla estaba asegurado al estar encorvado todo el día con la cabeza a  veinte centímetros del suelo. Durísimo este trabajo, pero nada imposible, creo que hasta holgado, para aquellos aguerridos y curtidos hombres del campo.

En ocasiones, en las hazas ya recolectadas, se solía ver algún rodal de aproximadamente un metro cuadrado sin segar, era cuando se descubría algún nido de perdiz que había sido indultado por el labrador. Hasta ahí llegaba el grado de concienciación de aquellos hombres por el entorno y en estas ocasiones por un ave a la que muchos como yo echamos de menos hoy en el término de nuestro pueblo, pues  es inusual y extraño ahora en el campo oír su aleteo tan especial al salir huyendo al descubrirnos, como también su canto tan característico. 

Pero volviendo a la veza, los ovillos o “boliches” expuestos al sol durante días se barcinaban después transportándolos en narrias hasta la era más próxima a la que previamente se había acondicionado dándole rulo al suelo. Se trillaba y se ablentaba y después aquellos granos parduzcos tirando a negros se envasaban para la venta a los marchantes que se dedicaban a la compraventa de este y de otros productos recolectados. La paja de este forraje a lo que en nuestro pueblo se le llamaba “gárgula” era muy codiciada por los cabreros de nuestro pueblo que hacían acopio de ello para alimentar al ganado.  

Retengo en mi memoria el paisaje de las vezas diseminadas por muchos puntos del término de nuestro pueblo, pero las mejores fotografías que guardo en mi mente corresponden a las que poblaban las laderas del cerro de Santa Ana, pues lograban ser de una frondosidad exuberante.

Ya que estoy adentrado en las legumbres y en  nuestro cerro, no quiero olvidarme de aquellas parcelas en las que casi coronando el monte, todos los años sembraban lentejas, de las que por cierto puedo dar fe de que eran muy ricas. Si hoy una buena parte de la gente de nuestro pueblo le extraña que esta leguminosa y la anterior, la veza, llegaran a recolectarse en nuestro término hace cincuenta años o más, qué será dentro de unas décadas si alguien como yo no deja constancia de ello.

Nosotros nos iremos, pero la escritura perdurará en el tiempo.

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