VIVIR
LA NAVIDAD EN UN HOSPITAL.
Una neblina envuelven
las anochecidas céntricas calles madrileñas. Algunas diminutas partículas de
lluvia chocan contra los cristales de mi coche. El rojo de un semáforo me
impide avanzar. A través de la ventanilla, a mi derecha, pixelado por las gotas, se reflejan los
destellos de colores de las luces navideñas en el cristal, y observo aunque difuminado el edificio del
Hospital de la Princesa en la calle Diego de León. Contemplo la luz que
irradian muchas de las ventanas donde en cada una de este viejo mastodonte sé que se estará
viviendo la Navidad de forma distinta a lo que muchos de los pacientes y acompañantes
deberían tener programado fechas atrás.
Entre la espesa
circulación de las primeras horas de la tarde-noche continúo conduciendo y
pienso en lo triste que debe de ser vivir unas navidades en un centro
hospitalario. Si es duro en cualquier fecha del año, en estas tan entrañables
será mucho más doloroso, agravado todo ello por los recuerdos familiares y la
sobredosis de nostalgia que eso conlleva. Yo he vivido etapas de paciente y
acompañante en hospitales ¿quién a mi edad no?, y cuando ello ha ocurrido,
desde la ventana, observaba a veces el
devenir de la gente y el tránsito de vehículos teniendo la aparente convicción
de que el dolor de los que allí estábamos seria ajeno a los que dentro de unas
horas llegarían a estar en sus hogares disfrutando del calor de la familia. Hoy,
pienso que alguno repararía en esto lo mismo que ahora lo estoy haciendo yo.
Pensando en todo ello,
más adelante, casi escondido entre la bruma, como un gigantesco ovni, aparece
iluminado el Piruli al que contemplo de soslayo mientras maniobro para dejar el carril libre y darle
paso a una aullante ambulancia a la que veo entrar rauda al poco de adelantarme,
en el complejo hospitalario Gregorio Marañón. Nunca quisiera volver a
entrar de nuevo en la sala de espera de
urgencias de este hospital, pues si aquella vez sin haber pandemia las
ambulancias se sucedían cual si hubiese una guerra, me la imagino cómo estará
en estos momentos.
Enfilo la Avenida del
Mediterráneo con dirección a casa. Paso por encima de la M-30 que a estas horas
es un espectáculo su contemplación ya
que todos sus carriles incluidos los de las vías de servicio están taponados de
vehículos con circulación lenta. Al menos seis carriles con un sinfín de luces
blancas contrastan con las luces rojas de otros tantos carriles que marchan en dirección contraria.
Retomo mis primitivos
pensamientos y de nuevo penetro en cualquier supuesto hospital en el que no
faltará nunca ese paciente solitario huérfano del grato calor humano de la
familia, aquél que nunca llegará a percibir
postrado en su lecho la calma afectiva de una caricia, la de la voz cariñosa del hijo, o la del
familiar acompañante. Lástima.
Las cigüeñas que en las
proximidades del rio Jarama se refugian al calor de las luces que alumbran la
autopista de la A3, me vuelven a la realidad. En cada farola en las
proximidades del rio hay una o dos de estas zancudas aves. Antes emigraban,
ahora llevan años que no lo hacen. Según
cuentan desde que los niños dejaron de venir de Paris. El cambio climático, tal
vez. Todo está cambiando.
Estoy llegando a casa.
El Hospital del Sureste aparece iluminado en un altozano cuando dejo la
autopista. Este es el de mis primeros
auxilios. Podía contar de él muchas cosas, pero el motivo principal que me ha
llevado hoy a escribir acerca de los hospitales es porque quiero que este
escrito sirva de aliento a la gente que por circunstancias viven estos días tan
entrañables dentro de un centro hospitalario, bien como pacientes o como
acompañantes, y de manera muy especial a todos los de nuestro pueblo que pasan
en estos momentos por esta situación. Ánimo a todos ellos, todo es cuestión de
esperar.
La palabra “esperar” es
hoy el vocablo más utilizado. Esperar a que termine la pandemia. Esperar a que
el enfermo se recupere. Esperar a encontrar trabajo. Esperar para poder abrazar
a nuestros seres queridos. Esperar para vivir nuestra romería, nuestra Semana
Santa, y nuestra feria Sí, todo será cuestión de esperar. Yo sigo esperando que
termine de una vez este año al que ya le quedan pocas horas para poder volver a
nuestro pueblo, pero de momento como ahí decimos: Sigue la corta en el olivar.
Felicitación:
A
ti que te he entretenido con mis escritos durante este último año, a ti también,
al que tal vez te haya aburrido o desencantado con algunos artículos de los que
este caduco septuagenario plasma en este portal, a todos, pero sobre todo a
toda la buena gente de mi pueblo os deseo de todo corazón un venturoso y Feliz
Año Nuevo.
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