ALCAPARRONES
CON LA NIEVE.
Alguien dijo: La nieve es un intento de Dios para hacer
que el sucio mundo que habitamos parezca
limpio.
A media tarde, a través
de mi ventana, vi como caían los primeros copos de nieve mientras reparaba en
la gente que transitaba en la calle
presurosa y alborozada dado que este fenómeno meteorológico es muy poco
frecuente aquí en mi tierra adoptiva
madrileña. Cuando el manto negro de la noche envolvió a la ciudad, esta, ya
estaba arropada con una gruesa sábana de algodón blanco, y en la calle, ahora
desierta, muy de tarde en tarde solo transitaba algún que otro arriesgado
conductor que en ocasiones dejaba las huellas en diagonal de los
neumáticos en el inmaculado y níveo
suelo, propio en este caso por la desobediencia del vehículo al patinar sobre
el peligroso y helado pavimento.
Antes de acostarme
observé como la nieve caía con más intensidad. Miré al lechoso cielo que
derramaba un sinfín de copos que bailaban en el aire un vals silencioso antes de abrazarse y solidificarse
apretujados después de su caída. Traté de seguir hasta el suelo a más de uno si
conseguirlo al mezclarse con otros, lo mismo que ocurre cuando se entrevera la
gente en una estación de metro a las
siete de la mañana. Después, sacudí la nieve de los tallos del jazmín
torrecampeño que año tras año sobrevive en mi terraza, y me pregunté si
resistirá. Creo que sí, es un buen guerrero, pues ha soportado dos danas, una de ellas de pedrisco además
de esta pandemia que estamos sufriendo. Esto último no creo que le llegue a
afectar, pues vive enclaustrado, y su dueño siguiendo sus consejos, sale muy
poco al exterior. Como debe ser.
Al día siguiente,
cuando me asomé afuera, un silencio de camposanto envolvía el barrio. Nadie
transitaba por las calles debido a la espesura de la nieve caída que a esas horas aún continuaba cayendo. La
carnicería, y la pastelería que están frente a mi casa permanecían cerradas. Vi
luz en uno de los bares y supuse que estarían atendiendo a su clientela por la
vereda fabricada de pasos en la nieve hasta llegar hasta allí. El chino haría
su agosto vendiendo pan, pues imaginé
que la gente hoy no demandaría refrescos
ni los niños chucherías.
Después de una semana, hoy,
las calles se asemejan a una ciudad sitiada que ha sufrido un bombardeo, como
las que vemos en las películas. Montones de nieve sucia se acumulan a un lado y
a otro de las calzadas y de las aceras. Placas de hielo levantadas del suelo se
aglomeran en esos montículos y parecen a
trozos de tabiques como producto de ese supuesto bombardeo. Hay edificios
protegidos con cinta policial para no pasar por el peligro de desprendimiento
de hielo de los tejados y por los carámbanos que como cuchillos puntiagudos
cuelgan de los edificios lo mismo que estalactitas amenazando con caer. La
temperatura aquí donde resido, el termómetro ha llegado a marcar menos 16º. El súper más cercano, cual si
hubiese habido una catástrofe nuclear estaba desabastecido el día que fui, pues
había estanterías de productos básicos como la leche totalmente desangeladas.
Me acordé de esos sacrificados camioneros que durante días han estado en la
carretera paralizados por la nieve. Mi máximo reconocimiento siempre a este
colectivo.
En situaciones así, no
me vendría mal acercarme hasta nuestro
pueblo donde ya florecen los lirios que nos ha mostrado Juan Real. ¡Qué
belleza! Pero la nieve, mezclada con las restricciones por la pandemia no aconseja
ir hasta allí, y creerme que lo siento, aunque pensándolo bien, siempre hay
otra manera de viajar, y no solo con mis recuerdos, como muchas veces hago. Puedo
llegar hasta allí a través de los sabores y hasta con los olores. Me explico.
Tengo la buena
costumbre cuando estoy en el verano en nuestro pueblo, el encargarle a un
profesional y verdadero artesano en el aderezo de los alcaparrones unas
garrafas, y de ellas, siempre dejo una hasta llegado el invierno. El final del
indulto a este recipiente le llegó hace unos días. Al abrirla, el olor
característico del agua de los alcaparrones bañó mi cocina con la fragancia tan
peculiar de este fruto, y dio pié este hecho para que cerrando mis ojos llegara a trasladarme de inmediato hasta nuestro
pueblo donde me vi sentado en una terraza disfrutando ante una cerveza y un
plato de este fruto en animada charla con
unos amigos en el fresquito de cualquier noche veraniega.
Cuando mis glándulas
gustativas saborearon esta exquisitez de fruto tan estival y tan nuestro, ello,
me volvió a situar delante de una alcaparrera de las muchas que había
asilvestradas en nuestro término, donde en mi ensoñación recordé la grata y
placentera fragancia que emanan las flores de esta planta y hasta quise
percibir el zumbido de las hacendosas abejas mientras sorbían su néctar.
Hoy, no al fresquito de
la noche en una añorada terraza de nuestro pueblo estoy disfrutando de un plato
de alcaparrones en mi casa acompañado de mi mujer y de un vino excelente que
como consecuencia de sus efluvios, creo que ha sido él y no yo, el culpable de
que escribiera hoy esto. Mientras lo hago, en la calle y en los tejados, sigue
la nieve caída hace una semana sin derretirse como consecuencia de una
temperatura tan gélida que araña la cara.
Al margen de esto, los medios de comunicación se hacen eco de que al bicho
le gusta mucho nuestro pueblo y se quiere instalar allí. Dicen, que nuestro
alcalde le ha negado el derecho de empadronamiento. Tú, debes de colaborar no
permitiendo que entre en tu casa como okupa o se haga vecino tuyo.
Cuidaros mucho.
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