martes, 19 de enero de 2021

ALCAPARRONES CON LA NIEVE



 

ALCAPARRONES CON LA NIEVE.

Alguien dijo: La nieve es un intento de Dios para hacer que el sucio mundo  que habitamos parezca limpio.

A media tarde, a través de mi ventana, vi como caían los primeros copos de nieve mientras reparaba en la gente que transitaba en la calle  presurosa y alborozada dado que este fenómeno meteorológico es muy poco frecuente aquí en  mi tierra adoptiva madrileña. Cuando el manto negro de la noche envolvió a la ciudad, esta, ya estaba arropada con una gruesa sábana de algodón blanco, y en la calle, ahora desierta, muy de tarde en tarde solo transitaba algún que otro arriesgado conductor que en ocasiones dejaba las huellas en diagonal de los neumáticos  en el inmaculado y níveo suelo, propio en este caso por la desobediencia del vehículo al patinar sobre el peligroso y helado pavimento.   

Antes de acostarme observé como la nieve caía con más intensidad. Miré al lechoso cielo que derramaba un sinfín de copos que bailaban en el aire un vals  silencioso antes de abrazarse y solidificarse apretujados después de su caída. Traté de seguir hasta el suelo a más de uno si conseguirlo al mezclarse con otros, lo mismo que ocurre cuando se entrevera la gente  en una estación de metro a las siete de la mañana. Después, sacudí la nieve de los tallos del jazmín torrecampeño que año tras año sobrevive en mi terraza, y me pregunté si resistirá. Creo que sí, es un buen guerrero, pues ha soportado dos danas, una de ellas de pedrisco además de esta pandemia que estamos sufriendo. Esto último no creo que le llegue a afectar, pues vive enclaustrado, y su dueño siguiendo sus consejos, sale muy poco al exterior. Como debe ser.       

Al día siguiente, cuando me asomé afuera, un silencio de camposanto envolvía el barrio. Nadie transitaba por las calles debido a la espesura de la nieve caída  que a esas horas aún continuaba cayendo. La carnicería, y la pastelería que están frente a mi casa permanecían cerradas. Vi luz en uno de los bares y supuse que estarían atendiendo a su clientela por la vereda fabricada de pasos en la nieve hasta llegar hasta allí. El chino haría su agosto  vendiendo pan, pues imaginé que la gente hoy no demandaría  refrescos ni los niños chucherías.

Después de una semana, hoy, las calles se asemejan a una ciudad sitiada que ha sufrido un bombardeo, como las que vemos en las películas. Montones de nieve sucia se acumulan a un lado y a otro de las calzadas y de las aceras. Placas de hielo levantadas del suelo se aglomeran en esos montículos y  parecen a trozos de tabiques como producto de ese supuesto bombardeo. Hay edificios protegidos con cinta policial para no pasar por el peligro de desprendimiento de hielo de los tejados y por los carámbanos que como cuchillos puntiagudos cuelgan de los edificios lo mismo que estalactitas amenazando con caer. La temperatura aquí donde resido, el termómetro ha llegado a marcar  menos 16º. El súper más cercano, cual si hubiese habido una catástrofe nuclear estaba desabastecido el día que fui, pues había estanterías de productos básicos como la leche totalmente desangeladas. Me acordé de esos sacrificados camioneros que durante días han estado en la carretera paralizados por la nieve. Mi máximo reconocimiento siempre a este colectivo.

En situaciones así, no me vendría mal acercarme hasta  nuestro pueblo donde ya florecen los lirios que nos ha mostrado Juan Real. ¡Qué belleza! Pero la nieve, mezclada con las restricciones por la pandemia no aconseja ir hasta allí, y creerme que lo siento, aunque pensándolo bien, siempre hay otra manera de viajar, y no solo con mis recuerdos, como muchas veces hago. Puedo llegar hasta allí a través de los sabores y hasta con los olores. Me explico.

Tengo la buena costumbre cuando estoy en el verano en nuestro pueblo, el encargarle a un profesional y verdadero artesano en el aderezo de los alcaparrones unas garrafas, y de ellas, siempre dejo una hasta llegado el invierno. El final del indulto a este recipiente le llegó hace unos días. Al abrirla, el olor característico del agua de los alcaparrones bañó mi cocina con la fragancia tan peculiar de este fruto, y dio pié este hecho para que cerrando mis ojos  llegara a trasladarme de inmediato hasta nuestro pueblo donde me vi sentado en una terraza disfrutando ante una cerveza y un plato de este fruto en animada charla con  unos amigos en el fresquito de cualquier noche veraniega.

Cuando mis glándulas gustativas saborearon esta exquisitez de fruto tan estival y tan nuestro, ello, me volvió a situar delante de una alcaparrera de las muchas que había asilvestradas en nuestro término, donde en mi ensoñación recordé la grata y placentera fragancia que emanan las flores de esta planta y hasta quise percibir el zumbido de las hacendosas abejas mientras sorbían su néctar.

Hoy, no al fresquito de la noche en una añorada terraza de nuestro pueblo estoy disfrutando de un plato de alcaparrones en mi casa acompañado de mi mujer y de un vino excelente que como consecuencia de sus efluvios, creo que ha sido él y no yo, el culpable de que escribiera hoy esto. Mientras lo hago, en la calle y en los tejados, sigue la nieve caída hace una semana sin derretirse como consecuencia de una temperatura tan gélida que araña la cara.

Al margen de esto, los medios de comunicación se hacen eco de que al bicho le gusta mucho nuestro pueblo y se quiere instalar allí. Dicen, que nuestro alcalde le ha negado el derecho de empadronamiento. Tú, debes de colaborar no permitiendo que entre en tu casa como okupa o se haga vecino tuyo.

Cuidaros mucho.

 


 

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