Desde mi tierra adoptiva, en solidaridad con el sector hostelero, torrecampeño, como asimismo con el pequeño comercio.
Cada uno tiene un bar habitual, bar en el
que saben quién eres, no solo Pepe, el dueño del establecimiento, aquél que
cada mañana cuando me ve entrar se apresura hacía la máquina del café para
prepararme ese largo americano sin azúcar y que al tiempo de darme los buenos
días me proporciona el periódico para leer, ese periódico que nadie ha mojado
todavía con saliva para pasar página y que huele a tinta de imprenta. El bar de
Pepe es un lugar donde también me conocen por mi nombre muchos parroquianos con
los que a menudo entablo tertulia.
Suelo tomarme ese café sentado, y allí, a
veces, pareciendo como que leo las noticias o algún artículo de algún
columnista del diario, de soslayo me gusta estudiar aunque de forma discreta a
la gente que entra y sale del establecimiento. Observo muchos días como hay
clientes que le cuentan confidencias a Pepe, e intuyo que lo hacen porque
necesitan una palabra amiga o algún consejo, como los que me dijeron les da a
veces a los que negándoles la última copa aguantan en el bar hasta las tantas
de la noche refugiándose en la bebida,
en estos casos son aquellos que tienen
miedo a marcharse y enfrentarse a la realidad en sus desestructurados hogares. En
definitiva, Pepe es el desahogo de las penas y el confidente de muchos.
El bar de Pepe es ese lugar entrañable
donde cuando hay partido te permite vociferar al árbitro y soltar algún que
otro exabrupto cosa que no haces en tu casa. Lugar este donde te sientes seguro
y en el que hasta conoces donde está la llave de la luz en el servicio, y en el
que cuando entras a él te sorprendes de las
barbaridades y obscenidades nuevas con las que han vuelto a pintarrajear sus
paredes que el bueno de Pepe tratará de
borrar como tantas veces, aunque luego se noten los refregones descoloridos de
la pintura.
Hay muchos bares como el de Pepe que desde
el mes de marzo notarán la falta a la hora del café a clientes como este que
escribe porque dejamos de ir por culpa del maldito coronavirus. También echará
de menos a aquél señor muy mayor, alto y enjuto, vestido siempre con traje a lo
Arturo Fernández, con bastón de Antonio Gala y sombrero de Leonard Cohen, el
que siempre al caminar lo hace sujeto por el brazo de su asistenta, sentándose
ambos después en un rincón del bar para desayunar y
a los que Pepe, al tiempo de serviles los cafés, le facilita a este señor una
servilleta con la que se abrocha el cuello para no mancharse a la hora de mojar
en la taza su croissant.
Este bicho del coronavirus ha cambiado nuestros
hábitos, sobre todo a las personas que por nuestra edad somos más vulnerables
al covid, y no es porque en el bar de Pepe no se cumplan los protocolos
establecidos, sino porque los mayores somos estadísticamente un potencial de
riesgo. Ahora, el café lo tomo en casa, pero día tras día echo de menos esa
tertulia con los amigos y sobre todo la gentileza de Pepe.
Sé que Pepe como todos los de su gremio lo
están pasando muy mal, hasta el punto que los pocos ahorros que presumiblemente
dispondrían ya los habrán gastado, viéndose muchos en la necesidad de haber
tenido que pedir un préstamo al banco para hacer frente a los gastos fijos que
tienen que soportar, tales como: autónomos, luz, agua, teléfono, alquiler,
impuestos, y paro de contar.
Yo no quiero que el bar de Pepe eche el
cierre, lo mismo que tú tampoco quieres que desaparezca ese que tú acostumbras
a ir en nuestro pueblo, el mismo posiblemente que yo frecuento cuando allí
estoy, ni tampoco quieres que eche el cierre el restaurante donde alguna vez
que otra vas a comer con tu mujer.
He pensado que tal vez, si Pepe aceptara,
le compraría un vale para veinte o treinta cafés para cuando esto del coronavirus
pase. Si cunde el ejemplo contando que al menos serán doscientos o más clientes
los que frecuentábamos su local de forma acostumbrada, les ayudaríamos a
solventarle su situación hasta que pasen estos meses y vuelva todo a la
normalidad con la vacuna.
Los
bares, qué lugares, tan gratos para conversar. Así dice la letra de la canción
de Gabinete Galigari.
El escenario de este escrito ha sido el de
un bar, pero podía haber sido el de muchos comercios de nuestro pueblo que
están en crisis también por la pandemia. Ayudémoslos. Seamos solidarios.
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