Limpio los cristales empañados de
uno de mis ventanales; son las diez de la mañana del día uno de enero y solo
veo a través de ellos a un señor de avanzada edad que como un espectro deambula
por la calle acompañado en su andar por un silencio de cementerio. El ruido de
los malditos petardos se han apagado y el del ladrar ahogado de cientos de
perros asustados por los estallidos de los explosivos. El silencio prevalece
después de tan ruidosa batalla de la que siempre pierde el año que se queda
atrás. El año que viene, el derrotado será el recién inaugurado, aunque
realmente los perdedores somos nosotros que coleccionamos años gastados. Impera
en la mañana la rutina otro año más y no tengo mejor forma de distraer la
monotonía y salir de mi aburrimiento que la de leer.
Al poco dejo de hacerlo. Me
acuerdo que debo de poner en orden mi agenda de teléfono. Todos los años lo
hago Ya se sabe, debo de actualizarla eliminando a quienes no merezcan seguir en ella para ir
dando paso a nuevos contactos, a nuevas amistades, unas imperecederas y otras
que durarán lo que dure la gestión por la que le di de alta y que muchas se me
olvidaron depurar.
Entro en contactos y empieza la
masacre. ¡Coño! Me digo ¿Qué hace este aquí? Este fue aquél que vino a casa a
arreglar la calefacción, me sacó el dinero y tuve que llamar a otro a los dos
días, pues nada,… a tomar…el fresco, y le doy al eliminar. ¡Anda, otro que tal
baila! Este me llamó un día, le solucioné su problema y ahora cuando me ve,
para evitar el saludo se hace el “longui”, así que sin dudarlo le doy a la
tecla de liquidar. Sigo. ¡Arrea, pero si
está aquí aquella que…! ¿Cómo tenía yo aún a esta en mi agenda? ¡A la
m, pues no es merecedora de mi amistad! Continuo… ¡Hombre, mi buen amigo…! A
este le pongo la letra <<a>> delante de su nombre para que figure
al principio de la agenda, pues aunque no nos llamamos mucho, pero ambos sabemos
que estamos ahí para prestarnos nuestro
apoyo ante cualquier adversidad, y como
este amigo, otros muchos. Dejo vivos los teléfonos de aquellos médicos que
tengo necesidad de acudir en visitas periódicas propias de la edad, como
también el de la funeraria, que aunque no le llame yo el día que deba solicitar
sus servicios para mí, sé que lo harán otros, porque algún día moriré, pero mientras tanto otros
días no. Ya lo dijo alguien.
Al final he depurado mi agenda,
pero me llena de satisfacción que
comparativamente con la del año pasado cuando la saneé, ha aumentado el número
de amigos. Amigos entre los que estoy seguro tú te encuentras.
Sed felices.
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