lunes, 19 de noviembre de 2018

BARRER LA PUERTA DE LA CALLE



Barrer la puerta de la casa es todavía una costumbre que en nuestro pueblo la siguen practicando las mujeres en muchas  calles torrecampeñas. Es esta una praxis muy extendida no solo en nuestro municipio, sino en otros muchos de cualquier rincón de la geografía española  que yo he podido comprobar cuando los he visitado.
Tal vez, este hábito de barrer el trozo de la calle aledaña a la propiedad, venga  desde la noche de los tiempos, de cuando las caballerías formaban parte de la vida de los habitantes de aquellas poblaciones rurales que subsistían de la agricultura. 

En mis tiempos, yo recuerdo mi calle, donde las mujeres barrían a diario la puerta de su casa con escoba de palmito o escobones, estos últimos fabricados de una planta llamada “cantarera” que se da mucho en nuestro pueblo. Así era muy normal en mi niñez ver a las mujeres barriendo la puerta de su casa ayudándose de un badil metálico de rabo corto para recoger la mugre. Barrían después de que las gentes del campo hubiesen marchado para los tajos, dado que las caballerías repartían boñigas a diestro y siniestro a su paso por las calles. Ni que decir tiene que este hecho se acentuaba en aquellas calles que servían de arteria para la salida al campo.
Durante la operación de limpieza, las vecinas, aprovechaban para ponerse al corriente de cualquier acontecimiento habido en el pueblo. Después de barridas la calles, los excrementos de las caballerías se depositaban en el “mulear”. No sé si la expresión muy popular de “ése barre para adentro” nacería como consecuencia del “egoísmo” de atesorar dentro de la casa la mugre.  

Muchas veces este trabajo de limpieza resultaba vano dado que el cabrero pasaba al poco con su rebaño de cabras sembrando esta vez de cagarrutas toda la calle. El cabrero, o los borricos del que vendía la cal, o el la miel de caldera, amén de otros que pregonaban sus mercancías que transportaban a lomos de un animal. En definitiva, el trasiego de caballerías por las calles dejaba su firma a su paso por ellas, por eso era muy común el ver cualquier calle, céntrica o no, adornada con “cajoneras”, algunas  olorosas,  recién salidas del horno, mezcladas con otras ya secas que denotaban que la calle o la puerta de alguna casa llevaba tiempo sin limpiarse.

Ahora, en nuestro pueblo, existen muchas mujeres que velan por la limpieza de su parcela de calle y acera. Un diez para todas ellas, sobre todo, porque en ocasiones tienen que recoger las huellas repelentes del apretón del perrito de turno  que su amo miró para otro lado incumpliendo las ordenanzas municipales después de que el animal ejerciera el acto de ciscar.  Pero a pesar de todo, en algo hemos ganado, pues seguro estoy de que estas ejemplares mujeres  que limpian de deposiciones perrunas las aceras de su puerta, ya no “barren para adentro”. Faltaría más.



  

No hay comentarios:

Publicar un comentario