Barrer la puerta de la casa es todavía
una costumbre que en nuestro pueblo la siguen practicando las mujeres en muchas calles torrecampeñas. Es esta una praxis muy extendida
no solo en nuestro municipio, sino en otros muchos de cualquier rincón de la
geografía española que yo he podido
comprobar cuando los he visitado.
Tal vez, este hábito de barrer el
trozo de la calle aledaña a la propiedad, venga
desde la noche de los tiempos, de cuando las caballerías formaban parte
de la vida de los habitantes de aquellas poblaciones rurales que subsistían de
la agricultura.
En mis tiempos, yo recuerdo mi
calle, donde las mujeres barrían a diario la puerta de su casa con escoba de
palmito o escobones, estos últimos fabricados de una planta llamada “cantarera”
que se da mucho en nuestro pueblo. Así era muy normal en mi niñez ver a las
mujeres barriendo la puerta de su casa ayudándose de un badil metálico de rabo
corto para recoger la mugre. Barrían después de que las gentes del campo
hubiesen marchado para los tajos, dado que las caballerías repartían boñigas a
diestro y siniestro a su paso por las calles. Ni que decir tiene que este hecho
se acentuaba en aquellas calles que servían de arteria para la salida al campo.
Durante la operación de limpieza,
las vecinas, aprovechaban para ponerse al corriente de cualquier acontecimiento
habido en el pueblo. Después de barridas la calles, los excrementos de las
caballerías se depositaban en el “mulear”. No sé si la expresión muy popular de
“ése barre para adentro” nacería como consecuencia del “egoísmo” de atesorar
dentro de la casa la mugre.
Muchas veces este trabajo de
limpieza resultaba vano dado que el cabrero pasaba al poco con su rebaño de
cabras sembrando esta vez de cagarrutas toda la calle. El cabrero, o los
borricos del que vendía la cal, o el la miel de caldera, amén de otros que pregonaban
sus mercancías que transportaban a lomos de un animal. En definitiva, el
trasiego de caballerías por las calles dejaba su firma a su paso por ellas, por
eso era muy común el ver cualquier calle, céntrica o no, adornada con “cajoneras”,
algunas olorosas, recién salidas del horno, mezcladas con otras
ya secas que denotaban que la calle o la puerta de alguna casa llevaba tiempo
sin limpiarse.
Ahora, en nuestro pueblo, existen
muchas mujeres que velan por la limpieza de su parcela de calle y acera. Un diez para todas ellas,
sobre todo, porque en ocasiones tienen que recoger las huellas repelentes del
apretón del perrito de turno que su amo
miró para otro lado incumpliendo las ordenanzas municipales después de que el
animal ejerciera el acto de ciscar. Pero
a pesar de todo, en algo hemos ganado, pues seguro estoy de que estas
ejemplares mujeres que limpian de deposiciones
perrunas las aceras de su puerta, ya no “barren para adentro”. Faltaría más.
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