No
tenía ni idea de esta fotografía donde al fondo de ella aparece el yugo y las
flechas. Me la mandó tiempo atrás el hijo de mi amigo Cristóbal Capiscol.
Cristóbal, para más señas fue durante la
mayor parte de su vida laboral policía municipal en nuestro pueblo.
Y
allí estoy yo, y mi mujer también, de novios. Mi amigo posa un poco acaramelado
junto a Pilar, hoy su esposa. Nunca él me había hablado de esta fotografía,
pero estoy seguro de que la tuvo durante los primeros años guarecida, oculta a
buen recaudo en algún cofre de engrasados goznes, no fuera a que alguien viese en ella motivos
de censura y funcionaran las correveidiles, las lenguas de doble filo, y le
llevaran el cante a la familia de Pilar, diciéndoles que a su hija la habían
visto nada menos que por los Puentecillos con el novio en una pose, hoy tan normal, pero tan comprometida en aquellos tiempos.
En la foto se observa que llevábamos carabina, pero
“contó y coneso” los Puentecillos, era por aquél entonces terreno prohibido e
infranqueable para los novios. Contaban cuando éramos pequeños de que sus bóvedas
fueron testigos de incontables y desaforados apretones de amor, envueltos
siempre entre el perfume de los restos de otras incontroladas necesidades
fisiológicas. Por este último motivo todos los cantos rodados que albergaban su
cúpula, decían, estaban firmados por sus autores con tinta marrón, y es que a
falta de papel pues...
Se decía también que muchas parejas cuando las
hormonas se les disparaban, solían apaciguar sus instintos carnales entre las
cañas de los trigos de por mayo. Habladurías,
pero por esta leyenda pasado el tiempo, el ir a pasear por esa zona no
estaba bien visto, o puede que estos chismes los lanzaran intencionadamente para desprestigiar la simbología política del yugo y las
flechas tan cercano a las tierras limítrofes de cereal.
Mi amigo Cristóbal, como digo, doy por hecho que tuvo
escondida mucho tiempo esta foto, pues a pesar de que podía demostrar que
llevábamos carabina, andaría receloso en mostrarla ya que su suegro era hombre
de carabina al hombro, y nunca mejor dicho, pues Gustavo, el padre de Pilar, era
el Cabo de los Guardas, y vete tú a saber si en un acto de ofuscación, temiera Cristóbal,
le diera a este hombre que dicho sea de paso fue en vida muy corpulento y
autoritario, el mal “volunto” de utilizar la escopeta.
Bromas aparte, a mi amigo Cristóbal le doy las gracias
por esta foto que me regaló por mediación de su hijo Gustavo, junto con otras. Estoy en
deuda contigo, amigo. Un abrazo para ti y un beso para Pilar.
Como broche final me despido de ti con el estribillo de la canción de Amaral: Son mis amigos, en la calle pasábamos las horas.
Como broche final me despido de ti con el estribillo de la canción de Amaral: Son mis amigos, en la calle pasábamos las horas.
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