miércoles, 8 de enero de 2014

ADIÓS NAVIDAD, ADIÓS.

         
         Adiós a la Navidad otro año más. Atrás ha quedado esa maquinaria de derroche impuesta por la sociedad consumista que nos consume, y que aunque los del marketing quieran envolverla con papel couché y con lazos de terciopelo, la crisis sigue estando ahí y nos han hecho ver de nuevo una navidad iluminada de colores, sí, pero empañados todos ellos por el gris triste y pobre de la realidad en la que seguimos inmersos.
         Ir al centro de Madrid en estas fiestas es casi una obligación para todos los que estamos afincados por estos pagos, pero sincerándome, no tiene nada de placentero. Este año he visto un Madrid con menos luces pero con más gente. He visto los comercios a rebosar de productos manoseados por clientes que acarician el objeto que llama su atención para de inmediato desprenderse de ese sueño que no está al alcance de su frágil economía. En los grandes almacenes, las escaleras mecánicas echaban humo atestadas transportando su pesada y abigarrada carga humana, la mayoría, eran, éramos, meros observadores dispersos sin ninguna prisa por los intrincados y enmarañados pasillos de estos hangares envueltos por la suave y placentera melodía de los villancicos, interrumpida esta muy de tarde en tarde, por el alegre y dilatado sonido para el accionariado del comercio del piticlic de las cajas registradoras.
         Las calles del centro de Madrid eran un hervidero de gentes. No se podía caminar, y si lo hacías debías de hacerlo muy lentamente, casi con el mismo andar de pasos cortos de aquella muñeca de Famosa que le compré un día a una de mis hijas. Los indigentes de la calle Preciados aunque todos los años cambian como los protagonistas de Cortilandia, seguían estando ahí, pero cada vez más pobres, aunque uno de ellos parece ser que en algo ha mejorado su economía, ya que en vez de cartones para dormir, ahora lo hace encima de dos palés de madera con la cabeza colgando hacia el suelo mientras que la gente pasa a su lado sin prestarle atención alguna. He visto de nuevo a las mujeres con los bolsos colgados en bandolera acariciándolos con sus manos, tratando con ello de disuadir a los cientos de carteristas adiestrados en las mejores academias transilvanas y balcánicas. Estos pájaros especialistas en el trinque, hacen su agosto con la aprobación y consentimiento de nuestras torpes e inútiles leyes que no consideran delito los hurtos menores de cuatrocientos euros. Todo valía, en ese diciembre frío que impregnaba a la Navidad con el velo brumoso de la lluvia y de la niebla.
         Filas interminables de personas como todos los años hacían cola esperando turno para comprar lotería en las administraciones de renombre de la capital con el deseo de que les cambie la suerte. Otro año más que tendrán que invocar a la salud; al tiempo. Todos los vomitorios de la Plaza Mayor engullían y regurgitaban a gentes que entraban y salían de forma atropellada por todos sus vomitorios. El andar entre tantas casetas que vendían adornos navideños y entre tanto gentío era de todo imposible, por lo que terminé por salir cuanto antes de allí tratando esta vez de acercarme a alguno de los bares cercanos a la plaza para solicitar un bocadillo de calamares, muy típico de Madrid. Desistí, en esto no se notaba la crisis; increíble, todos estaban abarrotados. Al final terminé por volver a casa, no sin antes en zona más tranquila, en las inmediaciones de Atocha, en El Brillante, tomarme una cerveza con unos calamares, como aquellos que degustara Carlos Herrera, a los que les dedicó un artículo en XL Semanal. Un placer saborearlos tan crujientes. Me senté en el mencionado restaurante; mi mujer me advirtió de forma disimulada que en la mesa de al lado se hallaba un personaje de Sálvame de Telecinco. La ignoré, ella a mi no. Nuestras miradas se cruzaron y en un desafío entre ambos, me sentí ganador cuando ella doblegó la suya en un claro gesto de abatimiento. Tal vez esperaba que fuese a solicitarle un autógrafo. No he caído tan bajo, me dije.
         De regreso a casa, a las afueras de Madrid, circulando por la A3, volví la vista a la altura de la M50 y divisé las chabolas de la Cañada Real que como una bufanda ahogaba más que abrigaba al Madrid navideño.
Estas favelas vergonzantes pronto circundaran por completo la capital de España. De principio proliferaron por el Sur, y como una fila de hormigas en hilera se fueron extendiendo con dirección al Este, atravesando varias radiales, y ya miran con descaro al Norte, aunque vaticino que antes de llegar hasta allí, los que viven por esa zona privilegiada pondrán el grito en el cielo y se acabará de una vez el chabolismo en la Cañada Real, y con ello los clanes limosneros, y los del cobre, y los del mercadeo de la droga, y los de los niños adiestrados en el robo, todo, cuando les den una vivienda digna sin hipoteca que todos reclaman nada más llegar a España.  Es de noche y las luces de las lumbres titilan y centellean refulgiendo en las chapas que hacen de tejados en las chabolas. Algunas más sólidas de ladrillo, se distinguen entre la larga hilera de chamizos donde dicen sólo se aventuran a transitar aquellos que buscan escapar por unas horas de la angustia de este mundo comprando la maldita droga. Seguro que ahí, por esos andurriales el espíritu navideño pasará de largo. ¡Que mundo más cruel e injusto hemos fabricado!
         Días después de la Navidad y Año Nuevo, he esperado algún buen acontecimiento para poder celebrarlo con todos vosotros. Los periódicos que leo a diario no han reseñado en sus páginas ninguna noticia buena que sea digna de mención; todas me parecen malas, entre ellas una que invita al vómito, donde se da cuenta de que unos sesenta asesinos o más, recién salidos de la cárcel se han reunido en un antro, para más escarnio llamado Matadero, para festejar y recordarnos la muerte de más de trescientas personas, entre ellas muchos niños, y lo peor es que no se arrepienten ni piden perdón. Así es esta España, así son las felicitaciones que recibimos las gentes de bien. Por cosas como estas digo: adiós Navidad, adiós.
         Con el deseo de que se acaben las desigualdades sociales, prevalezca la justicia, y desaparezca la crisis, os deseo a todos un Feliz Año 2014 


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