A mi amigo Julián Ruiz, paisano afincado
también en tierra madrileña, que sé que busca el sosiego y el silencio en
nuestro pueblo.
El
día de Santa Ana, después de la procesión, de regreso a mi casa, pude observar
otra procesión muy diferente. Grupos de jóvenes atendiendo tal vez un horario
preconcebido, portando bolsas con bebidas, marchaban todos en una misma dirección
hacia un punto en concreto, al meeting
point del botellón. Cerca ya del parque, lo que antes eran grupos, se iban
transformando en riadas que desembocaban como los ríos en la mar, pero esta vez
convergían, no en el agua, sino que la marea humana se derramaba en el sitio
donde el ruido era ensordecedor, mezclándose este gentío con otra muchedumbre
ya instalada, y todo ello aderezado con el fragor estridente e infernal del chunda-chunda de la música. Ya
en casa, aunque el estruendo por la distancia era más atenuado, aún así, los
vasos en las estanterías tintineaban a los sones del pum-pum y del referido chunda-chunda.
Estando en feria la gente tiene que
divertirse y más aún los jóvenes. Lo sé, y es posible que la generación del
botellón cuando sean mayores, esta práctica tan de moda hoy, nadie la utilice,
aunque seguro estoy que será suplantada por otra más perversa, y añorarán esta
forma de celebrar la feria, y recordarán la música que machacaba sus tímpanos,
y también el rebujito, y el ron con
coca-cola y el ballantey, y otras
tantas bebidas que en su mezcla les hacían perder su personalidad. También sé
que no todos los que participan en este evento consumen alcohol, porque los hay
que beben solo refrescos; son los practicantes de botellón light, o botellón sin. Yo
no estoy en contra de esta forma de relacionarse los jóvenes de hoy, porque con
la que está cayendo es de suponer que esto lo hacen para ahorrar, ya que
cualquier consumición en un local cualquiera arruinaría el presupuesto ya
mermado de una gran mayoría, pero abogo porque tengan espacios reservados y
sobre todo adecuados para estos fines
Pensando en todo ello, aquella noche
dando una vuelta por el ferial, recordé la feria de mis tiempos y después de
tomarme el clásico café con churros, quise buscar a la animadora en el
laberinto de mis recuerdos, y con tas buenas evocaciones ya avanzada la
madrugada, siempre en compañía de mi mujer, nos marchamos a casa dando por
finalizado un día de feria de los de ahora.
De camino, sin querer, vi de nuevo a los del botellón, calculo que había algunos miles, apiñados como las abejas
en una colmena los cuales seguían con su desenfreno. En mi calle entre los
coches varias de las partícipes, sin ningún pudor, perdida la decencia es de
suponer por la bebida, efectuaban sus necesidades fisiológicas mas perentorias,
y al advertir nuestra presencia siguieron entre risas ejecutando la faena sin
llegar por ello a interrumpirla.
A la mañana siguiente en mi calle y
otras adyacentes se advertían las regueras de las aguas menores y algunos charcos
pestilentes que invitaban al vómito entre un flamear de “klines” y otros elementos fruto de incontables incontinencias de
todo tipo. Luego, vecinos voluntariosos con mangueras y escobas adecentaron la
calle limpiando las indecencias del resultado de una noche calenturienta de
apretones de todo tipo. Entonces me acordé de aquella otra feria de mi niñez
donde se pregonaba el agua en botijos al grito de: ¡A gorda la “barrigá”!
Eran otros tiempos más difíciles, con
más necesidades, pero nos sobraba aquello de lo que hoy se carece: la decencia,
el pudor, el decoro, la dignidad, y... hasta la vergüenza. Pero no quiero
enarbolar la pancarta de la razón porque hace mucho tiempo alguien dijo: Los viejos desconfían de la juventud porque
han sido jóvenes.
Fin de la cita.
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