Montado en el viento se
fue la voz del último pregonero, voz que yo espero oír algún día cuando el aire
de la vuelta.
Ya no volverá a mojarme
aquella lluvia que resbalaba sobre su rostro en aquél instante inolvidable… ¿o acaso
eran sus lágrimas?
El tiempo se llevó un
día al beodo que vendía cántaros de barro. No sé a quién se llevó primero, a
él, o a su borrico.
Ya no mece el viento
los cohetes guturales que explosionaba El Ito. Ninguno de los dueños de los
perros puso en aquél tiempo queja alguna.
Aquellos temporales de
mi infancia la lluvia nunca secaba el barro. Las borrascas venían siempre
acompañadas de vientos con aire y lluvia con agua.
La animadora que venía
para la feria levantaba el ánimo a aquellos que por su edad lo tenían en vías
de desahucio. Contrátala de nuevo señor alcalde.
Fulano me ha retirado
el saludo. Que recuerde, yo no le hice a este ningún favor.
El tren correo de las
nueve me devolverá algún día aquella carta que nunca escribí.
En aquél tiempo éramos
tan cultos que don Federico oficiaba las liturgias en latín.
El día que algún
laboratorio analice el agua de algunos pozos de la campiña, dejarán de fabricar
laxantes.
En mis tiempos, todos
los novios llevábamos carabina a pesar de estar prohibida la tenencia de
armamento.
De pequeño nunca pude
botar una pelota. Mis padres tampoco pudieron votar a ningún alcalde.
Antero Villar Rosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario