PESIMISMO.
La incertidumbre, la vulnerabilidad, y el dolor, durante los años de pandemia, no cabe la menor duda que nos dejaron marcados. Esa amenaza para nuestras vidas, esa impotencia ante la gravedad palpable de los primeros meses, los cuales fueron los más duros, entonces, en aquellos momentos, dejamos relegados los problemas cotidianos que la sociedad vivía como podían ser el paro, la economía, o el cambio climático, por poner un ejemplo, y dimos paso a algo que a su vez nació con mucha virulencia, algo muy contagioso que se instaló en muchos de nosotros y que se resiste a desaparecer, me refiero al pesimismo.
La desesperación vivida durante el covid, la incomunicación, la vida en soledad de muchos, y la falta de esperanza, nos generaron expectativas más que inciertas, de ahí que aquellas personas un tanto taciturnas vieran el futuro en aquellos momentos con mucha inseguridad perdiendo el sentido a la vida y abocados a enfermedades mentales como la ansiedad y la depresión de la que muchos luchan todavía por salir.
Pero aquello afortunadamente ya lo dejamos atrás, aunque desde entonces hay
muchas personas en las que el pesimismo sigue instalado en ellas manteniendo
desde entonces un no constante a cualquier cambio o alteración en sus vidas.
Estos individuos son los que siempre ven el horizonte cuajado de nubarrones
negros presagiando que si hoy estamos mal, mañana estaremos peor, todo un sin
sentido. Entiendo a las personas que viven en soledad padeciendo
lamentablemente el aislamiento social y que según las estadísticas cada día son
más los hogares en los que habita solo una persona, y entiendo también que
estos vean la vida desde otra perspectiva, pero soñar, crear, y tener algún
proyecto o alguna ilusión no cabe duda sería una tabla de salvación para sus
vidas.
No caigamos en el pesimismo, este es un consejo que hago extensivo a todos,
pero en especial va dirigido a las personas mayores. Nuestros padres y abuelos
tenían razones más que sobradas para desmoralizarse, y sin embargo aguantaron
estoicamente los tremendos embistes que la vida les regaló. Me imagino a aquél
jornalero que iba a la plaza a buscar un jornal para el sustento de la familia
y pasaban días y días sin que nadie le contratara, y sin embargo, tal vez en su
casa se le oyera desde la calle cantar algún fandango, aunque fuese un
martinete, del que cuentan los entendidos en cante que es uno de los palos más
tristes. En condiciones como aquellas, la ansiedad, la depresión, y el estrés
todavía no estaba inventado. Si acaso, recuerdo una frase la cual no sé si se
mantiene viva en nuestro pueblo que era empleada cuando alguien estaba triste y
distraído: “Fulano desde que le pasó aquello, se ha metido en sí.”
Tengamos esperanza y no seamos pesimistas. Practiquemos un hobby, seamos
más comunicativos relacionándonos más de lo que habitualmente lo hacemos. Esa
cervecita con los amigos, o ese café en animada charla siempre será un estímulo
para ese decadente estado de ánimo.
Debo de sincerarme. Acabo de leer lo que he escrito y me doy las gracias,
pues estas recomendaciones me atañen a mí también. Dicen, que practicar la
terapia en grupo da muy buenos resultados. Yo sin querer acabo de hacerlo.
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