lunes, 12 de junio de 2023

PASEANDO POR EL PARQUE DE NUESTRO PUEBLO.

 

PASEANDO POR EL PARQUE DE NUESTRO PUEBLO.

Ha llovido, y mi pueblo se ha lavado del polvo acumulado por la sequía. Las tardes a principios de junio son prolongadas; la mayoría de ellas con atardeceres rojizos, otras, como la de hoy grises y melancólicas que presagian de nuevo lluvia. Me gusta pasear en tardes así. Hoy lo hago cuando el manto oscuro de la noche ya abraza a los tejados. Al poco de mi caminar, la luz azulada de un imprevisto relámpago ilumina un instante los edificios y las siluetas de gentes que veo correr despavoridas. Empieza a llover de manera silenciosa en la recién estrenada noche. En mi paraguas retumban las gotas con un susurro agradable y relajado que muere momentáneamente por el retumbar de un trueno lejano. Me interno en el parque. Miro al anaranjado cielo producido por las luces de las farolas. Sus destellos al contraluz chisporrotean en un baile de gotas que se mecen a merced del suave viento y mueren en el mar brilloso del pavimento. Uno de los nogales muestra orgulloso sus tiernos e incipientes frutos que se esconden entre su frondoso y bañado follaje. El parque está solitario. Una paloma revoletea y alza su vuelo hasta lo más alto de una de las palmeras de tronco delgado que se erigen buscando el cielo. Son estas palmeras las que llevan la cuenta de tantos como se mudaron al otro parque donde mandan los cipreses. Los surtidores de la gran fuente rectangular cantan esta vez para mí solo; agradezco este detalle sinfónico. Observo como las gotas de la lluvia hechas perlas resbalan por los pétalos de las encendidas rosas de uno de los macizos de los jardines donde compiten variedad de colores. El agua atempera su fragancia pero lo sustituye el del petricor, el del agradable olor a tierra mojada. Contemplo las hojas de los pinos llamadas agujas convertidas en alfileres de aquellos de hacer bolillos porque en cada una de ellas cuelga una gota. El reloj de la iglesia desgrana en este instante las lentas campanadas horarias que llegan hasta el parque entrecortadas por el viento, tanto, que parecen confundirse con el toque fúnebre de un entierro. No quiero pensar en la muerte cuando todo lo que veo está rodeado de vida.  De pronto, una fuerte ráfaga de viento agita la arboleda produciendo un extraño silbido que se confunde con un sonido al que estoy muy acostumbrado, al de un avión que busca entre la bruma la pista de aterrizaje próxima y me vuelve a la realidad. ¡Madre mía! ¡No puede ser…! ¡Jo…!

Amigos/as, es verdad que me encontraba paseando en una tarde gris y lluviosa como la descrita, pero lo hacía por las calles próximas a mi hogar en esta mi tierra adoptiva madrileña, aunque de manera inconsciente mis pensamientos como habéis podido descubrir volaron hasta mi pueblo y a un lugar que forma parte de nuestras vidas, nuestro parque.   

PESIMISMO.

 

PESIMISMO.

La incertidumbre, la vulnerabilidad, y el dolor, durante los años de pandemia, no cabe la menor duda que nos dejaron marcados.  Esa amenaza para nuestras vidas, esa impotencia ante la gravedad palpable de los primeros meses, los cuales fueron los más duros, entonces, en aquellos momentos, dejamos relegados los problemas cotidianos que la sociedad vivía como podían ser el paro, la economía, o el cambio climático, por poner un ejemplo, y dimos paso a algo que a su vez nació con mucha virulencia, algo muy contagioso que se instaló en muchos de nosotros y que  se resiste a desaparecer, me refiero al pesimismo.

La desesperación vivida durante el covid, la incomunicación, la vida en soledad de muchos, y la falta de esperanza, nos generaron expectativas más que inciertas, de ahí que aquellas personas un tanto taciturnas vieran el futuro en aquellos momentos con mucha inseguridad perdiendo el sentido a la vida y abocados a enfermedades mentales como la ansiedad y la depresión de la que muchos luchan todavía por salir.

Pero aquello afortunadamente ya lo dejamos atrás, aunque desde entonces hay muchas personas en las que el pesimismo sigue instalado en ellas manteniendo desde entonces un no constante a cualquier cambio o alteración en sus vidas. Estos individuos son los que siempre ven el horizonte cuajado de nubarrones negros presagiando que si hoy estamos mal, mañana estaremos peor, todo un sin sentido. Entiendo a las personas que viven en soledad padeciendo lamentablemente el aislamiento social y que según las estadísticas cada día son más los hogares en los que habita solo una persona, y entiendo también que estos vean la vida desde otra perspectiva, pero soñar, crear, y tener algún proyecto o alguna ilusión no cabe duda sería una tabla de salvación para sus vidas.  

No caigamos en el pesimismo, este es un consejo que hago extensivo a todos, pero en especial va dirigido a las personas mayores. Nuestros padres y abuelos tenían razones más que sobradas para desmoralizarse, y sin embargo aguantaron estoicamente los tremendos embistes que la vida les regaló. Me imagino a aquél jornalero que iba a la plaza a buscar un jornal para el sustento de la familia y pasaban días y días sin que nadie le contratara, y sin embargo, tal vez en su casa se le oyera desde la calle cantar algún fandango, aunque fuese un martinete, del que cuentan los entendidos en cante que es uno de los palos más tristes. En condiciones como aquellas, la ansiedad, la depresión, y el estrés todavía no estaba inventado. Si acaso, recuerdo una frase la cual no sé si se mantiene viva en nuestro pueblo que era empleada cuando alguien estaba triste y distraído: “Fulano desde que le pasó aquello, se ha metido en sí.”

Tengamos esperanza y no seamos pesimistas. Practiquemos un hobby, seamos más comunicativos relacionándonos más de lo que habitualmente lo hacemos. Esa cervecita con los amigos, o ese café en animada charla siempre será un estímulo para ese decadente estado de ánimo.   

Debo de sincerarme. Acabo de leer lo que he escrito y me doy las gracias, pues estas recomendaciones me atañen a mí también. Dicen, que practicar la terapia en grupo da muy buenos resultados. Yo sin querer acabo de hacerlo.