sábado, 6 de febrero de 2021

CUANDO LA TORMENTA PASE.


Martes, 26 de enero de 2021

Acabo de levantarme. Observo a través de mi ventana la calle mojada y un cielo encapotado. Aún quedan en algunos sitios vestigios de la nevada; son los restos de los grandes montículos de hielo  que las palas mecánicas fabricaron, pintados ahora por el paso de los días de un gris-estaño que lentamente se  va convirtiendo en  sucias regueras.  Una suave y húmeda brisa mueve el cristal de la ventanilla del cielo empañado de nublos al tiempo que un  rayo  de sol mortecino se cuela por esa abierta rendija y parece saludarme mostrándome un cielo azul que se oculta  casi al instante arropado por el algodón de las nubes que viajan muy rápidas.

Aunque el cielo me haya mostrado temeroso un  retazo  de su bóveda  azul que me invita al optimismo, las noticias sobre la marcha del coronavirus que han difundido hoy los medios al tiempo que desayunaba, pronosticaban un horizonte tan negro y tormentoso como el de la fotografía. En cambio, hoy será para mi otro día más como el de ayer. Otro día más de encierro, mi encierro, de cárcel sin carcelero, de pasillo de muros sin horizonte donde mis pasos al caminar siguen chocando una y otra vez contra la puerta de mi celda. Trato de darme ánimo cuando pienso que disfruto del tercer grado pues puedo salir al exterior, y también que no soy el único recluso, ya que hay miles, millones de presos longevos, cautivos todos por este maldito bicho extrovertido y dicharachero al que lo que más le gusta es presentar su tarjeta de visita en las reuniones, celebraciones, y fiestas, y  esto último, me da pié para acordarme de tantos y tantos festejos como en nuestro pueblo llevamos abortados por la pandemia.

Todos, supongo, tenemos mucha hambre de fiestas, y es lógico que ansiemos celebrar nuestras tradiciones, como también de comunicarnos, de abrazarnos, de besarnos, de volver a la normalidad, por poner un ejemplo, el entrar a nuestra iglesia y que a pesar de que el banco esté completo de feligreses, ellos, apretujados, te hagan un hueco  sin temor al contagio de este virus que nos invade. Esto será un signo inequívoco de que la pandemia ya terminó.

Será entonces cuando podamos celebrar nuestra Semana Santa y darle rienda suelta a nuestro fervor religioso dejándolo vagar en libertad por nuestras calles contemplando nuestros pasos procesionales, oyendo como se rompe el silencio con algún que otro escalofrío de emoción cuando las saetas rasguen el aire embriagado  por el olor a incienso y a nardos. La religiosidad de los creyentes siempre es la misma, pero muy diferente a la actual, ya que otro año más en Semana Santa deberemos recluirnos en nuestros hogares convertidos muchos de ellos por el covid19 en minúsculas parroquias.

Cuando la tormenta acabe celebraremos nuestra romería y con ello se terminará el silencio en el cerro, esa sepulcral extraña y duradera mudez donde las flores habrán llorado nuestra ausencia durante varias primaveras. ¡Qué hambre tenemos de honrar a Santa Ana ese primer domingo de mayo! Se liquidará ese silencio con el estallido de todos los cohetes que no fueron explosionados durante los años que duró la pandemia, junto con los vivas y piropos almacenados  en nuestros corazones durante tanto tiempo: halagos que brotarán de nuestras gargantas y que el viento arrastrará junto con la música, y nubes de pétalos, todo, en honor de nuestra Patrona Santa Ana y nuestra Virgen Niña, al tiempo que la campana de nuestra ermita echará humo de tanto tañer.  Será entonces cuando podamos ver a la familia Alcántara-Cano lucir sus cetros y sus vistosos trajes, ansiosos ellos, que no cansados, porque habrá llegado ése día tan esperado. Ellos, habrán sido los primeros Hermanos Trillizos habidos en la historia de la Cofradía. ¡Animo Paco, y Ana Mari, no desfallezcáis! Me pregunto, si cuando eso llegue, nuestro cerro estará preparado para soportar el peso de tanta gente. No creo que tengan que apuntalarlo, pero estoy seguro de que allí no cabrá un alfiler, porque no faltará nadie, ni ése que acostumbra a irse de puente, pues no creo que tenga “guevos” por decencia y compostura esta vez de ausentarse.

Cuando la tormenta acabe celebraremos nuestra feria en nuestro recién inaugurado ferial, donde sin que nos lo pidan nuestros nietos, los montaremos hasta tres veces más que las acostumbradas en las atracciones por ayudar al gremio feriante tan denostado por la pandemia y del que tantas familias viven de este trabajo en nuestro pueblo. Sí, cuando llegue esa feria tan esperada saldremos en tromba a divertirnos, a pasarlo bien sentados en una terraza tomándonos una cerveza si es que tenemos suerte de encontrar una mesa. He dicho una cerveza, que sean tres, o las que vengan bien, todo sea por celebrar que el bicho ya no esté entre nosotros y por echarle también una mano a los hosteleros  a regularizar sus balances de pérdidas. Faltaría más, aunque… faltar, faltar, sí que faltarán muchos, son los que nos dijeron adiós por el coronavirus, la gran mayoría personas mayores, aquellos que se pasearon en nuestra plaza, se enamoraron allí,  y disfrutaron de nuestra feria en su niñez y adolescencia, tan diferente aquella a las ferias actuales. El año que celebremos la feria por primera vez después de la pandemia, en recuerdo a todos ellos, debería nuestro ayuntamiento traer a la animadora a nuestra plaza, al igual que en aquellos tiempos como homenaje póstumo a estas personas. Yo, si hace falta, pongo el botijo de agua fresca para que alguien pregone: ¡A gorda la ”barrigá”!  

Cuando la tormenta del virus pase, celebraremos todas nuestras fiestas, la de las Migas y Chiscos por San Antón, el Carnaval, San José, San Isidro, La Feria del Barrio de San Juan, la de la Virgen del Carmen en la Fuente Nueva, la de San Miguel,  el Otoño Socio Cultural de la Personas Mayores, y la otra, y la otra fiesta más, y aquella que se me ha olvidado, y la otra…

Torrecampeños/as, lo mejor, mientras la tormenta dure es buscar buen refugio, y pensar que ya nos queda menos para celebrar todas las fiestas reseñadas. Pensemos de manera positiva. Cuidaros.

 

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