(Es difícil estando en Madrid visitar la ermita la misma Noche Buena, pero como soñar es gratis, lo haré hoy, pocos días antes de Navidad, imaginándome en mi sueño que estoy viviendo la realidad en esa noche, utilizando para ello la fantasía que nos sobra a los abuelos en estas fechas tan entrañables.
Mi visita la haré al
morir la tarde para poder ver desde el cerro entre nublos bermellones el
encendido del crepúsculo, y de cómo lentamente estos, irán siendo devorados por
las sombras de la noche. Después, internado en la ermita disfrutaré del silencio que produce la paz en ese sagrado lugar. Allí estaré hasta después de que mi
mente que no mis labios haya estado un buen rato en comunicación con Ellas a
través de la oración. ¡Qué silencio disfrutaré!,… es tanto el que reinará
dentro que creeré percibir hasta el
sonido de mi alma, alimentada y reconfortada esta por el espíritu navideño en
esta noche de amor y de paz.
Después, he salido al
atrio de la ermita cuando es noche cerrada. Sigo con mi ensoñación y veo desde
allí el centelleo de las luces de mi pueblo a mis pies, y el titilar de las
estrellas en la techumbre del cielo en la fría noche navideña, en la que un
gajo de luna en forma de daga curvada, pende arrecida en el firmamento
desarropada de su sábana amarilla que le arrastra por su áureo y decadente halo
pajizo.
Pero mi
mejor sueño esa noche será ver desde la lonja de la ermita a mi pueblo
difuso entre la espesura de la niebla, o
entre las brumas de continuas cortinas de lluvia, y así poder oler la paz del
monte empapado de agua, y de regreso, quisiera reparar como el viento entre la
oscuras sombras, zarandea a los árboles, a las nogueras y a los olivos,
solitarios ellos en el Llano de Santa Ana, mientras que los pinos del cerro
entonan en la oscura noche extraños silbidos en su bambolear, que interpretaré
como villancicos serranos.
Ya en el
pueblo, observo un trasiego inusitado de gentes y vehículos, y es que dentro de
poco será la hora de la cena, y las familias ya se preparan para reunirse.
Hijos que cenan en casa de los padres, padres que cenarán en casa de sus hijos,
y así, abuelos y nietos, todos juntos unos y otros, se disponen a celebrar la
Noche Buena.
No quiero
despertar de este sueño sin antes haber paseado por las calles de mi pueblo cuyas preciosas luces navideñas con
sus coloridos y dibujos alegóricos sirven como estimulante a todos los
torrecampeños/as para alimentar su estado de ánimo con la alegría, la felicidad
y cómo no, la nostalgia de muchos como yo al recordar aquella nuestra niñez
licenciada.
Un fuerte
petardo explosiona cerca de mí y me devuelve a la realidad. Esto no estaba
previsto.
Queridos amigos
y amigas, después de haber visitado la noche de Nochebuena en la ermita de
nuestro pueblo a la Madre de Dios y a su
Abuela, y haber paseado por nuestro pueblo, aunque en sueños, creerme que me
siento muy reconfortado.
Con estas
ensoñaciones navideñas tan nuestras, que de haber podido estar ahí las hubiese
hecho realidad, aprovecho para desearos desde la distancia a todos los
torrecampeños y torrecampeñas una, ¡Feliz
Navidad!
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