miércoles, 12 de febrero de 2020

PRECIOS AGRÍCOLAS



Porque me sale del alma.

En aquélla pequeña aldea, Perico el Hortelano era muy conocido. Adquirió el mismo nombre y sobrenombre que su padre y que el de su abuelo, y al mismo tiempo que heredó este apelativo, también recibió como legado el huerto proveniente de sus antepasados que siempre se habían dedicado al cultivo de hortalizas y árboles frutales, entre los que destacaban los cítricos. Perico, junto con sus cuatro hijos habían cultivado aquél huerto vendiendo sus géneros a la Tía Engracia, la de la tienda, y a los fruteros de la capital que venían a proveerse a diario de aquellas hortalizas regadas con las aguas cristalinas de un arroyo que atravesaba su amplia parcela.

Hoy, Perico, ha estado en su huerto. Recela ir  porque no le gusta afligirse como cada vez que lo visita. Sus hijos se fueron poco a poco uno tras otro lejos del pueblo buscando otros horizontes cuando aquél vergel dejó de ser rentable motivado por los bajos precios de sus cosechas. Él, siempre, siguiendo el ejemplo de sus antepasados nunca llegó a utilizar en su huerto productos fitosanitarios ni abono que no fuera el del estiércol de los animales que le ayudaban a desarrollar las labores agrícolas. De ahí que sus olorosos tomates  tenían fama ganada por su textura y sabor, como también sus tiernas “habicholillas”, y ni que decir de sus pimientos, berenjenas como también de sus patatas que daban muy bien el “frito”. Día a día, todo lo que la huerta producía era esperado por los clientes que demandaban cada vez más los géneros de Perico el Hortelano.

Pero llegó el día en el que la Tía Engracia dejó de comprarle porque cerró su negocio, y también sus mejores clientes de la capital que de forma paulatina fueron clausurando sus establecimientos como el resto de tantos conocidos y asiduos parroquianos, todo, porque no podían competir con los precios de aquellas tiendas descomunales llamadas supermercados que vendían de todo  con los que resultaba muy difícil rivalizar.

Hoy, Perico, está en su huerta, y contempla el suelo sembrado de naranjas y a aquellos árboles plantados por él y sus hijos de la variedad navel que año tras año sin prestarles la atención debida, a pesar de ello, seguían dando frutos. Naranjos y limoneros que  recolectaba a pesar de que muchas de las veces el coste de la recogida no se aproximaba ni tan siquiera a lo que recaudaba  por la cosecha. Pero este año el precio de la naranja está muy por debajo de los precios de otros años y por eso al igual que han hecho otros como él, ha preferido con dolor de su corazón dejar caer el fruto al suelo.

Perico el Hortelano no entiende de economía, ni comprende que las naranjas, tomates y otros artículos hortofrutícolas que se ofrecen en muchos  establecimientos provengan de otros países mientras que los productos nacionales, los nuestros, se vean abocados a pudrirse en el suelo, y piensa allí estando en su huerto en tantos niños desnutridos como la televisión nos muestra a diario pidiendo una ayuda para poder alimentarlos, y por ello se siente responsable de la actitud adoptada; actitud la suya, la de no recolectar su pequeña cosecha de naranjas consiguiendo que se pudran en el suelo.
Le dicen a este buen hombre que todo es como consecuencia de convenios que mantiene la Unión Europea con países lejanos y con otros más próximos a nuestro entorno importando de ellos artículos alimenticios de esas naciones a muy bajo precio en detrimento de muchos  de los que somos excedentarios.

Perico el Hortelano no posee una base cultural sólida, pues solo estuvo en la escuela unos años donde aprendió nada más que lo básico como muchos niños de su tiempo, pero considera que se deben de tomar soluciones para paliar esta difícil coyuntura por la que atraviesa el campo español, entre las primeras, el articular medidas dentro de la UE para no importar productos de los que seamos excedentarios, como también a nivel nacional colocar una etiqueta en los establecimientos que identifiquen a los géneros producidos en España, y así sepamos a la hora de la compra de donde proviene aquello que adquirimos, y ya por último, establecer una buena campaña  a nivel comunitario publicitando nuestros buenos productos, aquellos que forman parte de la dieta mediterránea y que como garantía pasan por todos  controles sanitarios establecidos.

Este que escribe, ha hablado con Perico el Hortelano y le he manifestado que me solidarizo con él. Perico conoce muy bien el pueblo de Torredelcampo y apoya asimismo a nuestra gente y a todo el sector olivarero hoy muy preocupado por los actuales bajos precios de nuestro producto estrella, el aceite, el sustento de muchas familias. En nuestra conversación le he dicho que echo de menos aquellos tomates que él producía en su huerto, nada comparables con los que hoy consumimos, y lo peor, a saber de dónde provienen. Me ha dicho que me va a enviar a mi casa unas cajas de naranjas, y luego, cuando llegue el verano, de lo que planta en su huerto para su consumo, tomates, junto con más hortalizas. Yo le he prometido hacerle llegar una caja de nuestro rico aceite torrecampeño, otra manera esta la de fomentar nuestro principal producto aunque sea utilizando el trueque, la práctica comercial más antigua.
Ánimo, amigos.

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