Porque me sale del
alma.
En aquélla pequeña
aldea, Perico el Hortelano era muy conocido. Adquirió el mismo nombre y
sobrenombre que su padre y que el de su abuelo, y al mismo tiempo que heredó este
apelativo, también recibió como legado el huerto proveniente de sus antepasados
que siempre se habían dedicado al cultivo de hortalizas y árboles frutales,
entre los que destacaban los cítricos. Perico, junto con sus cuatro hijos
habían cultivado aquél huerto vendiendo sus géneros a la Tía Engracia, la de la
tienda, y a los fruteros de la capital que venían a proveerse a diario de
aquellas hortalizas regadas con las aguas cristalinas de un arroyo que
atravesaba su amplia parcela.
Hoy, Perico, ha estado
en su huerto. Recela ir porque no le
gusta afligirse como cada vez que lo visita. Sus hijos se fueron poco a poco
uno tras otro lejos del pueblo buscando otros horizontes cuando aquél vergel
dejó de ser rentable motivado por los bajos precios de sus cosechas. Él,
siempre, siguiendo el ejemplo de sus antepasados nunca llegó a utilizar en su
huerto productos fitosanitarios ni abono que no fuera el del estiércol de los
animales que le ayudaban a desarrollar las labores agrícolas. De ahí que sus
olorosos tomates tenían fama ganada por
su textura y sabor, como también sus tiernas “habicholillas”, y ni que decir de
sus pimientos, berenjenas como también de sus patatas que daban muy bien el
“frito”. Día a día, todo lo que la huerta producía era esperado por los
clientes que demandaban cada vez más los géneros de Perico el Hortelano.
Pero llegó el día en el
que la Tía Engracia dejó de comprarle porque cerró su negocio, y también sus
mejores clientes de la capital que de forma paulatina fueron clausurando sus
establecimientos como el resto de tantos conocidos y asiduos parroquianos, todo,
porque no podían competir con los precios de aquellas tiendas descomunales
llamadas supermercados que vendían de todo con los que resultaba muy difícil rivalizar.
Hoy, Perico, está en su
huerta, y contempla el suelo sembrado de naranjas y a aquellos árboles
plantados por él y sus hijos de la variedad navel
que año tras año sin prestarles la atención debida, a pesar de ello, seguían
dando frutos. Naranjos y limoneros que
recolectaba a pesar de que muchas de las veces el coste de la recogida
no se aproximaba ni tan siquiera a lo que recaudaba por la cosecha. Pero este año el precio de la
naranja está muy por debajo de los precios de otros años y por eso al igual que
han hecho otros como él, ha preferido con dolor de su corazón dejar caer el
fruto al suelo.
Perico el Hortelano no
entiende de economía, ni comprende que las naranjas, tomates y otros artículos
hortofrutícolas que se ofrecen en muchos
establecimientos provengan de otros países mientras que los productos
nacionales, los nuestros, se vean abocados a pudrirse en el suelo, y piensa
allí estando en su huerto en tantos niños desnutridos como la televisión nos muestra
a diario pidiendo una ayuda para poder alimentarlos, y por ello se siente
responsable de la actitud adoptada; actitud la suya, la de no recolectar su
pequeña cosecha de naranjas consiguiendo que se pudran en el suelo.
Le dicen a este buen
hombre que todo es como consecuencia de convenios que mantiene la Unión Europea
con países lejanos y con otros más próximos a nuestro entorno importando de
ellos artículos alimenticios de esas naciones a muy bajo precio en detrimento
de muchos de los que somos excedentarios.
Perico el Hortelano no
posee una base cultural sólida, pues solo estuvo en la escuela unos años donde
aprendió nada más que lo básico como muchos niños de su tiempo, pero considera
que se deben de tomar soluciones para paliar esta difícil coyuntura por la que
atraviesa el campo español, entre las primeras, el articular medidas dentro de
la UE para no importar productos de los que seamos excedentarios, como también
a nivel nacional colocar una etiqueta en los establecimientos que identifiquen
a los géneros producidos en España, y así sepamos a la hora de la compra de
donde proviene aquello que adquirimos, y ya por último, establecer una buena
campaña a nivel comunitario publicitando
nuestros buenos productos, aquellos que forman parte de la dieta mediterránea y
que como garantía pasan por todos
controles sanitarios establecidos.
Este que escribe, ha
hablado con Perico el Hortelano y le he manifestado que me solidarizo con él. Perico
conoce muy bien el pueblo de Torredelcampo y apoya asimismo a nuestra gente y a
todo el sector olivarero hoy muy preocupado por los actuales bajos precios de
nuestro producto estrella, el aceite, el sustento de muchas familias. En
nuestra conversación le he dicho que echo de menos aquellos tomates que él
producía en su huerto, nada comparables con los que hoy consumimos, y lo peor,
a saber de dónde provienen. Me ha dicho que me va a enviar a mi casa unas cajas
de naranjas, y luego, cuando llegue el verano, de lo que planta en su huerto
para su consumo, tomates, junto con más hortalizas. Yo le he prometido hacerle
llegar una caja de nuestro rico aceite torrecampeño, otra manera esta la de
fomentar nuestro principal producto aunque sea utilizando el trueque, la
práctica comercial más antigua.
Ánimo, amigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario