martes, 27 de noviembre de 2018

AQUELLOS ZAPATEROS



Quién de los de mi generación no recuerda a aquellos antiguos zapateros. Sí, los del mandilón de cuero colgado al cuello sentados siempre frente a una diminuta mesilla reparando y fabricando calzado. Había al menos cinco o seis artesanos del cuero en nuestro pueblo que desaparecieron hace años como consecuencia de la fabricación en serie de calzados.

Una parte de la planta baja de la casa de estos laboriosos y aplicados artesanos la destinaban para ejercitar este  meritorio trabajo.  El olor a cuero de aquellos habitáculos, mezclado con el del montón de zapatos viejos por reparar que sin ningún orden solían reposar en un rincón, junto con el olor intenso y penetrable del betún, la cera, los pegamentos, además del que emanaba  aquél líquido rojo que le llamaban “dandi” que servía para dar color al calzado; todos estos olores se dejaban mecer por la calle y no había que preguntar dónde vivía el zapatero. 

Sentado en una silla baja, con el delantal ya reseñado, impregnado este de manchas negras y rojas producidas por el bregar diario, además de algún que otro corte provocado por descuidos de la afilada y larga cuchilla  con la que cortaba el cuero, el zapatero, alumbrado con una pobre luz que colgaba desde el techo hasta baja altura proyectándose su haz sobre la mesa, reparaba y confeccionaba a medida el calzado.

Me gustaba ver aquella mesita donde trabajaba repleta de pequeños compartimentos en su base colmados de tachuelas y clavos de distintas medidas, entre ellos, aquellos de metal en forma de media luna que servían para que no se desgataran las punteras ni los tacones y que sonaban tanto al andar. Las leznas de varios tamaños se hermanaban con otros raros punzones que servirían para taladrar los duros materiales de los calzados. Durante el trabajo de confección, la cuerda encerada era introducida por los agujeros realizados por los instrumentos antes reseñados; el coser a dos cabos revelaba la buena profesionalidad del maestro.

Aquellos artesanos no solo reparaban los calzados, sino que también sabían confeccionarlos a medida por encargo del cliente. Recuerdo que las botas para los hombres era lo más demandado,  sobre todo por los más pudientes, por los “vegueros”, “los que escupían por un colmillo”, frase esta de hondo calado en nuestro pueblo por aquél entonces que servía para identificar a los económicamente acomodados, el resto, llevaba los zapatos y botas a reparar con el encargo al zapatero de “ponerle un parche” al roto.

La horma era otra herramienta que no podía faltar en el taller del zapatero. Muchas veces esta imprescindible herramienta servía para ampliar un poco el calzado, así es que en mis tiempos, cuando el niño necesitaba un número más por el crecimiento normal de su desarrollo, muchas madres llevaban los zapatos para que metidos en la horma le diese algo de holgura, antes del desembolso de comprarle otros. En estos casos el martillo achatado con el que trabajaba cumplía de manera eficaz su función.

Así eran aquellos zapateros de mis tiempos donde no faltaba  algún tertuliano que le acompañaba al maestro mientras ejercía su trabajo. “Zapatero a tus zapatos” o “Con ellos ando”, frases las dos muy utilizadas y que se perderán con el tiempo como se extinguieron los zapateros que narro. Sirvan estas líneas como homenaje a estos artesanos y abnegados hombres que dejaron huella en nuestro pueblo.   


lunes, 19 de noviembre de 2018

BARRER LA PUERTA DE LA CALLE



Barrer la puerta de la casa es todavía una costumbre que en nuestro pueblo la siguen practicando las mujeres en muchas  calles torrecampeñas. Es esta una praxis muy extendida no solo en nuestro municipio, sino en otros muchos de cualquier rincón de la geografía española  que yo he podido comprobar cuando los he visitado.
Tal vez, este hábito de barrer el trozo de la calle aledaña a la propiedad, venga  desde la noche de los tiempos, de cuando las caballerías formaban parte de la vida de los habitantes de aquellas poblaciones rurales que subsistían de la agricultura. 

En mis tiempos, yo recuerdo mi calle, donde las mujeres barrían a diario la puerta de su casa con escoba de palmito o escobones, estos últimos fabricados de una planta llamada “cantarera” que se da mucho en nuestro pueblo. Así era muy normal en mi niñez ver a las mujeres barriendo la puerta de su casa ayudándose de un badil metálico de rabo corto para recoger la mugre. Barrían después de que las gentes del campo hubiesen marchado para los tajos, dado que las caballerías repartían boñigas a diestro y siniestro a su paso por las calles. Ni que decir tiene que este hecho se acentuaba en aquellas calles que servían de arteria para la salida al campo.
Durante la operación de limpieza, las vecinas, aprovechaban para ponerse al corriente de cualquier acontecimiento habido en el pueblo. Después de barridas la calles, los excrementos de las caballerías se depositaban en el “mulear”. No sé si la expresión muy popular de “ése barre para adentro” nacería como consecuencia del “egoísmo” de atesorar dentro de la casa la mugre.  

Muchas veces este trabajo de limpieza resultaba vano dado que el cabrero pasaba al poco con su rebaño de cabras sembrando esta vez de cagarrutas toda la calle. El cabrero, o los borricos del que vendía la cal, o el la miel de caldera, amén de otros que pregonaban sus mercancías que transportaban a lomos de un animal. En definitiva, el trasiego de caballerías por las calles dejaba su firma a su paso por ellas, por eso era muy común el ver cualquier calle, céntrica o no, adornada con “cajoneras”, algunas  olorosas,  recién salidas del horno, mezcladas con otras ya secas que denotaban que la calle o la puerta de alguna casa llevaba tiempo sin limpiarse.

Ahora, en nuestro pueblo, existen muchas mujeres que velan por la limpieza de su parcela de calle y acera. Un diez para todas ellas, sobre todo, porque en ocasiones tienen que recoger las huellas repelentes del apretón del perrito de turno  que su amo miró para otro lado incumpliendo las ordenanzas municipales después de que el animal ejerciera el acto de ciscar.  Pero a pesar de todo, en algo hemos ganado, pues seguro estoy de que estas ejemplares mujeres  que limpian de deposiciones perrunas las aceras de su puerta, ya no “barren para adentro”. Faltaría más.