Puerta del Campo, rotonda de La Brea.
La
sábana de cristal en la fría madrugada cae en cascada rompiéndose en mil espejos
que centellean al dispersarse.
Sopla
el solano y una rebanada de luna en forma de cimitarra, pálida, casi
blanquecina, con púa para colgar sombreros, despide a los aceituneros.
No miran a la fuente al pasar, le dan de lado a pesar de que derrama en forma de bendición
su brisa húmeda sobre todos ellos.
Por
el caminito de naranjos escarchados marchan en procesión. Miran al frente, al
olivar, perdido el suyo entre la espesa selva de miles de olivares.
Rugen
los motores de los vehículos, y los remolques pasan entonando su cansina música
de percusión rompiendo el azul relente del alba.
A
la izquierda la luna, a la derecha el viento, y a las espaldas el pueblo que se
despierta envuelto en una olorosa bruma serrana. Al frente los difusos
olivares.
Al
caer la tarde las aceituneras al volver del tajo se peinan en el dorado espejo de
la encendida cascada pintada por el sol agonizante de la tarde.
La
noche cae sobre el campo. En el olivar cosechado, ahora desgreñado, lloran
aceitunas olvidadas.
Un
coche largo y negro rompe el silencio de la temprana madrugada. Al final del
camino de naranjos, de repente, una luz emerge en la oscura noche alertando a
los cipreses para que velen con sus cuchillos puntiagudos al aceitunero que
llevan muerto.
Por
la tarde, el mismo coche negro vuelve a pasar por La Puerta del Campo. Esta vez
va muy despacio. Un nutrido grupo de gentes, la mayoría de negro, van caminando
a su paso mientras que las campanas de la torre del pueblo con golpes lentos y
agónicos tañen a muerto.
Al
rato, el mismo coche y el mismo séquito vuelven a bajar por el camino de
naranjos. Tres son las veces que lo han paseado ante La Puerta del Campo al
aceitunero muerto.
Son
tres los lloros de cristal fino que al resbalar por la hueca jamba han entonado
a su paso una música menos alegre que de costumbre. Con estas polifonías
despide La Puerta
del Campo al finado aceitunero.
Por
el camino de naranjos me llevarán, y nos llevarán un día hasta donde los
cipreses hacen guardia con sus cuchillos afilados mirando al cielo.
Que
el agua de la fuente que ha de decirnos adiós de La Puerta del Campo tarde
muchos años en ser llovida.
Puerta
del Campo de mi pueblo. Puerta
del Campo de Torredelcampo.
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