Muchos
de mis libros por problemas de espacio descansan acostados en pequeños montones en las estanterías de modo que cuando
quiero escoger uno, en mi desesperación por encontrarlo los demás pierden la
simetría y el orden que a mi me agrada que guarden. Me gustan que reposen unos
encima de otros y no de pié, pues así sus personajes, aquellos que habitan
dentro de sus páginas, presumo, que descansaran durmiendo hasta que de vez en
cuando, como ahora, al querer encontrar un determinado título llego por este
motivo a espabilar a todos los protagonistas de cada una de las historias que anidan
entre sus páginas. Mi nieto cuando quiere que le lea un cuento, antes de ello,
con sus frágiles nudillos golpea tres veces la portada del libro, dice, para
que se despierten los animales del bosque, los gnomos y todos los personajes de
la historia que quiera que le lea. Esto lo ha aprendido en el colegio, y eso me
gusta ya que la fantasía debe florecer y progresar mientras la inocencia dure,
al tiempo que el amor a la lectura se va fortaleciendo.
Hoy, al querer encontrar una obra que
andaba buscando, rodó sin querer una copia del primer libro que siendo niño
tuve en mis manos, nada más y nada menos que la Enciclopedia Álvarez,
el libro que me ayudó en la escuela a adquirir los conocimientos básicos que se
impartían en aquella época. Recuerdo que
mis hijas me hicieron este regalo hace años un día del padre, ¡qué buen regalo!
Este libro al que he vuelto a hojear me ha servido una vez más para avivar
recuerdos de mi escuela, de mis compañeros de colegio, de mis maestros, entre
ellos al que recordé en una entrada en este blog, llamado don Jacinto, y que
hoy quiero hacer extensivo mis recuerdos a otros más como: don Enrique, don
Vicente, y don Gaspar, sin olvidarme de don José Rama. Decía en mi anterior que
don Jacinto me hizo amar el colegio, pero me faltó decir que don José Rama fue
uno de los mejores transmisores de la enseñanza que yo tuve. Lo hizo utilizando
una sola herramienta para inculcar la pedagogía: la Enciclopedia Álvarez.
Con este libro de texto clasificado en:
primero, segundo y tercer grado, recibimos la enseñanza todos los de mi
generación. Era el libro que heredábamos de nuestros hermanos mayores y que esperábamos
con impaciencia a que nos llegara el turno a los más pequeños. Con él se educarían
en mis tiempos personajes que llegarían a triunfar en todos los campos de
nuestra sociedad tanto en el plano cultural, científico, económico o en
cualquiera de las ramas que hubiesen enfocado su carrera, y me atrevo a decir
de que muchos de ellos, aún nos seguirán aportando a pesar de su edad la
sabiduría y la experiencia adquirida por el paso de los años.
Has
comprado un libro de 18 pesetas; una pelota de 7 y un abrigo de 385 ¿Cuántas
pesetas has gastado?
Fácil verdad. Naturalmente que hoy al
cabo de más de sesenta años este problema que a más de uno se nos atragantaría en su
día me ha planteado una nueva incógnita que he resuelto rápidamente, y es que
este ejercicio aritmético me ha hecho descubrir el por qué mi padre no llegó
nunca a tener abrigo, pues ganaba 15 pesetas (tres duros) de jornal, y el
abrigo costaba 385 pesetas, ni tampoco yo pelota si esta costaba siete.
Las lecciones de la Enciclopedia Álvarez
había que memorizarlas, y desgranar todas sus palabras de carrerilla cuando el
maestro preguntaba. Era así como se estudiaba entonces, ejercitando la memoria,
si se comprendía o no el contenido de la lección eso era indiferente.
En mis tiempos no había leyes
educativas como la ESO
o la tan famosa y cacareada LOMSE, ni íbamos a la escuela arrastrando un
carrito para llevar tantos libros como los niños de hoy; llevábamos nuestra
Enciclopedia Álvarez, nuestro cuaderno de Rubio, la pluma de palillero, la pizarra y el pizarrín para escribir en ella y un
lápiz de madera de cedro que emanaba un olor muy peculiar, como la tinta de
aquellos tinteros incrustados en el pupitre donde mojábamos la pluma de metal
para el dictado. Aún guardo aquellos olores de mi escuela de antaño. La Enciclopedia Álvarez
ha destapado hoy cuando esto escribo, el frasco de tan buenas esencias que aún
conservo.
Llego por casualidad -o no tanto, ya que buscaba libros escolares antiguos- y mientras leo, me encuentro evocando mis propios recuerdos del colegio impregnados en el aroma de la goma de borrar de nata y los lápices de color Alpino.
ResponderEliminarAunque yo soy de la entonces recien estrenada EGB, y no usé las enciclopedias Alvarez, confieso que las colecciono y las hojeo con sumo placer; y es que tiene usted mucha razón: al margen de manipulaciones aprender con estos libros tan coloridos y atrayentes seguro que fue un placer, tal como lo fue para mi tiempo de colegio.
Gracias por este momento tan grato.
Un cordial saludo.
Muchas gracias por sus palabras que me sirven de estímulo.
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