domingo, 23 de junio de 2019

LA PLAZA DE ABASTOS DEL LLANETE.


                                                               (Foto de "Torredelcampo en el recuerdo".


Al alba, mucho antes de despuntar el día comenzaban a llegar los primeros clientes, pero a esas horas tan tempraneras los comerciantes silenciaban los pregones de sus mercancías para no molestar a los vecinos de las casas que circundaban las casetas del mercado, aunque en los bajos de estas viviendas raro era que no albergara algún establecimiento.

El pilar existente en uno de sus aledaños era testigo a esas horas del devenir de mujeres que corrían presurosas a comprar el avío para las talegas de los jornaleros que partían para los tajos. Muchas de ellas no podían disimular su gozo ya que a su marido o a su hijo encontrando jornal en la plaza donde solíamos pasear, se iba de “vará” por tiempo indefinido a un cortijo.  El hecho de no disponer de frigoríficos en las casas ayudaba a la necesaria compra de artículos muy asiduamente.

Las casetas con sus puertas-visera hacia arriba, señalaban que el establecimiento estaba abierto, además, servían como toldo protegiendo del sol a los productos y a  la clientela cuando llovía. Los niños y las niñas que se dirigían a los colegios del Caminillo muy próximo  a este mercado, se mezclaban con las gentes que se encaminaban a hacer la compra, y sus risas y gritos quedaban ahogados con las voces de los que  a esas horas, ya si,  pregonaban vociferando sus mercancías, junto con las de los hortelanos que aprovechaban para vender los productos de temporada en las aceras encima de improvisados mostradores de cajas.

Todas estas casetas cobraban más vida horas más tarde cuando los hombres habiendo marchado al campo y los chiquillos a la escuela, barrida la puerta de la calle y realizados otros deberes esenciales, entonces, era la hora punta en las que las mujeres aprovechaban para hacer la compra. La calle la Mosca, la calle Oscura, la Carretera y el Tomillar, a media mañana era un continuo desfilar de mujeres portando cestos, la mayoría de ellos de palmito, yendo y viniendo al mercado de abastos del Llanete. 

Los comerciantes se afanarían en colocar lo mejor posible sus productos en los mostradores, pero aunque todavía no estaba establecido ni nadie sabía lo que era el “visual merchandising” tratarían de colocar los géneros lo mejor posible para que entraran por los ojos a los clientes. De las balanzas de pesas en los comercios más tradicionalistas, y de las básculas, -creo recordar de la marca “Mobba”-, en aquellos otros aperturistas a la modernidad, los géneros pasaban directamente después de pesados a los cestos de las parroquianas. Nada de bolsas de plástico porque por aquél tiempo no estaba introducido algo tan novedoso años después. El papel de estraza se utilizaba para envolver algunos géneros, por ello, era muy común ver un abultado fajo de este papel en los mostradores de estos establecimientos. Los pescaderos solían emplear para envolver el pescado papel de periódico teniendo una habilidad extraordinaria algunos en la fabricación de  cucuruchos.

Fruteros, pescaderos y carniceros eran los comerciantes más habituales, pero nunca disponían de tanta variedad de géneros como ahora. Por poner un ejemplo, en las carnecerías no era frecuente pedir chuletas de lechal, de palo, de recental, de pierna o de paletilla, lo más normal era pedir carne de marrano o de borrego – perdón, no quiero ser machista ya que podía ser de marrana, de borrega, o de cabra, y estoy por apostar que camuflada por macho, era esta última la carne más consumida en aquellos tiempos- siempre hecha trozos, a “molondrucos” que así la pedirían aquellas torrecampeñas a los carniceros, las que su holgada economía les permitía no esperar a la feria para poder comer carne de corral.

Cuando los chiquillos salíamos al mediodía del colegio, ya había vuelto la calma al mercado. Tan solo se veían por el suelo pendiente de recoger por el barrendero algunos cartones y envases usados además de algún tronco de piña de plátanos muy codiciada por los de mi edad para utilizarla como cachiporra.   

A mí me gustaba de pequeño acompañar a mi madre o a mi abuelo a este mercado. El comerme un “tallo” enroscado en un junco y asomarme a la boca de la “Tragona” eran para mí algunos de los muchos alicientes de este mercado de abastos desaparecido hace muchos años. Lo que menos me gustaba de esta recoleta plaza es que servía como  lugar de despedida a los difuntos en los entierros, y en donde en un ala de la misma se acostumbraba a dar el pésame a los dolientes.  

Yo, hoy, al cabo de los muchos años, me despido del mercado del Llanete habiendo trasladado mi corazón hasta este lugar con mis recuerdos, y le digo adiós para siempre con un sentimiento muy distinto a cuando despedía a mis difuntos, porque no es lo mismo la añoranza que el desconsuelo, como no es igual finado que finiquitado. Finiquitado fue en su día el mercado que acabo de describir, el  Mercado de Abastos del Llanete.  

    

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