(Foto de "Torredelcampo en el recuerdo".
Al alba, mucho antes de
despuntar el día comenzaban a llegar los primeros clientes, pero a esas horas
tan tempraneras los comerciantes silenciaban los pregones de sus mercancías
para no molestar a los vecinos de las casas que circundaban las casetas del
mercado, aunque en los bajos de estas viviendas raro era que no albergara algún
establecimiento.
El pilar existente en
uno de sus aledaños era testigo a esas horas del devenir de mujeres que corrían
presurosas a comprar el avío para las talegas de los jornaleros que partían
para los tajos. Muchas de ellas no podían disimular su gozo ya que a su marido
o a su hijo encontrando jornal en la plaza donde solíamos pasear, se iba de
“vará” por tiempo indefinido a un cortijo. El hecho de no disponer de frigoríficos en las
casas ayudaba a la necesaria compra de artículos muy asiduamente.
Las casetas con sus
puertas-visera hacia arriba, señalaban que el establecimiento estaba abierto,
además, servían como toldo protegiendo del sol a los productos y a la clientela cuando llovía. Los niños y las
niñas que se dirigían a los colegios del Caminillo muy próximo a este mercado, se mezclaban con las gentes
que se encaminaban a hacer la compra, y sus risas y gritos quedaban ahogados
con las voces de los que a esas horas,
ya si, pregonaban vociferando sus mercancías,
junto con las de los hortelanos que aprovechaban para vender los productos de temporada
en las aceras encima de improvisados mostradores de cajas.
Todas estas casetas
cobraban más vida horas más tarde cuando los hombres habiendo marchado al campo
y los chiquillos a la escuela, barrida la puerta de la calle y realizados otros
deberes esenciales, entonces, era la hora punta en las que las mujeres
aprovechaban para hacer la compra. La calle la Mosca, la calle Oscura, la
Carretera y el Tomillar, a media mañana era un continuo desfilar de mujeres
portando cestos, la mayoría de ellos de palmito, yendo y viniendo al mercado de
abastos del Llanete.
Los comerciantes se
afanarían en colocar lo mejor posible sus productos en los mostradores, pero
aunque todavía no estaba establecido ni nadie sabía lo que era el “visual
merchandising” tratarían de colocar los géneros lo mejor posible para que
entraran por los ojos a los clientes. De las balanzas de pesas en los comercios
más tradicionalistas, y de las básculas, -creo recordar de la marca “Mobba”-,
en aquellos otros aperturistas a la modernidad, los géneros pasaban
directamente después de pesados a los cestos de las parroquianas. Nada de
bolsas de plástico porque por aquél tiempo no estaba introducido algo tan
novedoso años después. El papel de estraza se utilizaba para envolver algunos
géneros, por ello, era muy común ver un abultado fajo de este papel en los
mostradores de estos establecimientos. Los pescaderos solían emplear para
envolver el pescado papel de periódico teniendo una habilidad extraordinaria
algunos en la fabricación de cucuruchos.
Fruteros, pescaderos y
carniceros eran los comerciantes más habituales, pero nunca disponían de tanta
variedad de géneros como ahora. Por poner un ejemplo, en las carnecerías no era
frecuente pedir chuletas de lechal, de palo, de recental, de pierna o de
paletilla, lo más normal era pedir carne de marrano o de borrego – perdón, no
quiero ser machista ya que podía ser de marrana, de borrega, o de cabra, y
estoy por apostar que camuflada por macho, era esta última la carne más
consumida en aquellos tiempos- siempre hecha trozos, a “molondrucos” que así la
pedirían aquellas torrecampeñas a los carniceros, las que su holgada economía
les permitía no esperar a la feria para poder comer carne de corral.
Cuando los chiquillos
salíamos al mediodía del colegio, ya había vuelto la calma al mercado. Tan solo
se veían por el suelo pendiente de recoger por el barrendero algunos cartones y
envases usados además de algún tronco de piña de plátanos muy codiciada por los
de mi edad para utilizarla como cachiporra.
A mí me gustaba de
pequeño acompañar a mi madre o a mi abuelo a este mercado. El comerme un “tallo”
enroscado en un junco y asomarme a la boca de la “Tragona” eran para mí algunos
de los muchos alicientes de este mercado de abastos desaparecido hace muchos
años. Lo que menos me gustaba de esta recoleta plaza es que servía como lugar de despedida a los difuntos en los
entierros, y en donde en un ala de la misma se acostumbraba a dar el pésame a
los dolientes.
Yo, hoy, al cabo de los
muchos años, me despido del mercado del Llanete habiendo trasladado mi corazón
hasta este lugar con mis recuerdos, y le digo adiós para siempre con un
sentimiento muy distinto a cuando despedía a mis difuntos, porque no es lo
mismo la añoranza que el desconsuelo, como no es igual finado que finiquitado. Finiquitado
fue en su día el mercado que acabo de describir, el Mercado de Abastos del Llanete.